_
_
_
_
_
RAÍCES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dos velas negras

Cuando en medio del campo miro las estrellas, me viene a la cabeza la pobre gente que nuestra cultura masacró por creer que podía leer el futuro en esos guiños celestes. Sin embargo, hoy los videntes pueblan nuestras televisiones locales y no tan locales, sin que, afortunadamente, se les persiga. En medio de las vigilias, entre lecturas desordenadas, repaso a veces el cielo televisivo y lo encuentro relleno de 'videncia en directo' mezclada con ofertas sexuales. Me paro a ver las brujas y aunque me cuesta trabajo escoger porque son innumerables, veo que las más han abandonado lo de leer las estrellas que seguramente se ven mal desde los estudios de televisión, y se han dado con fervor a la cartomancia.

Andalucía tiene una acendrada tradición en estos negocios casi directamente proporcional a la represión feroz que históricamente se ha ejercido sobre sus minorías. No todo fueron Lozanas Andaluzas metiéndose a los romanos en el bolsillo entre conjuros amorosos y naipes adivinatorios. Los pobres zahoríes andaluces, o los sanadores moriscos que hacían en Granada lóminas para los escapularios, con las primeras palabras del Corán, corrieron mucha peor suerte que estos colegas suyos televisivos que imparten el futuro a diestro y siniestro, desde cómodos despachos.

Los sociólogos dicen que la televisión la hacemos los que la vemos, pues los linces que la dirigen no hacen más que endosarnos automáticamente, los índices de audiencia, reforzando nuestras preferencias con más de lo mismo.

Si es verdad esta sabia doctrina que prescribe, sin más, alimentarnos con lo que nos gusta, un buen número de andaluces, por lo que se ve, están seriamente preocupados por su futuro y tratan de averiguarlo recurriendo a esta suerte de videncia televisiva. Nuestra fascinación por el futuro ha crecido hasta el punto de desterrar casi por completo aquellos simpáticos programas de extraterrestres que tanto cundieron hace unos años. Ya no estamos preocupados por las invasiones de alienígenas verdes, ahora es nuestro sino lo que nos trae en vilo. ¿Va a seguirte queriendo tu marido? ¿Va a aprobar tu hijo la selectividad? ¿Va a salirte bien la operación de varices?

Antes, nuestras brujas eran menos convencionales y se avenían mejor con el sino fatal que sale en nuestras coplas. Ahora averiguan con resignación el futuro cotidiano de una clase media cuyas alternativas son sota, caballo y rey. El trabajo se ha puesto fácil y hay cursos de tarot hasta por correspondencia.

Apagadas las hogueras purgatorias, la televidencia sólo tiene hoy el riesgo mínimo de algún guasón que pregunta por la salud de su padre muerto hace una década y la de cuatro aguafiestas que no creemos que exista el futuro más que como una institución social al estilo de la religión o el estado. Pero por si acaso, y antes de que el gremio me amenace, me pongo yo ahora mismo, dos velas negras.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_