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Reportaje:

El estiércol es oro

En Millares la desgracia se extendió como una plaga y las llamas llegaron hasta las casas

Las desgracias nunca vienen solas pero también es verdad que no hay mal que cien años dure. Con estos dos refranes se podría definir la última década de Millares, un pequeño pueblo de La Canal de Navarrés.

Durante muchos años sus habitantes vivieron de la primera empresa de los Saez Merino, oriundos del lugar y donde comenzaron el negocio. Pero los intereses comerciales acabaron con sus raíces y los fabricantes de vaqueros decidieron que era más productivo llevarse el negocio a otra parte.

El paro invadió la población y con él llegó la emigración. Muchos tuvieron que irse pero mantuvieron su casa natal. Y es que Millares sigue manteniendo un sabor de auténtico. Un lugareño, con la típica boina y, sin olvidar el cayado, nos comenta refunfuñando: 'Si no fuera por las motos de los zagalónes, aquí se duerme como un ropero'.

Pero ha tenido que pasar mucho tiempo para que el pueblo pueda dormir tranquilo. Después de soportar varios incendios, en 1994 una tormenta seca de verano dejó caer varias chispas eléctricas y el fuego arrasó las grandes arboledas del Consorcio de Millares y la Muela de Cortes. Además, segó la vida de siete personas del lugar que formaban una brigada de voluntarios.

La desgracia se extendió como una plaga. Las llamas llegaron hasta las primeras casas. Se quedaron incomunicados durante dos días, sin luz ni agua. Cuando el fuego se apago, no quedaban ni las granjas de conejos, muchos de ellos murieron asfixiados por la combustión. Solas quedaron viudas y huérfanos y la impotencia invadió la vida de los cerca de setecientos habitantes que pueblan Millares.

'Antes' -comenta el abuelo Antonio- 'una ardilla podía ir de Torrente hasta Almería sin tocar el suelo del arbolado que había. Ahora ya no queda nada'. Y es que después de siete años sólo se ven pequeños brotes de hierbas y algún pinito, 'pero muy pocos', añade Manuel, el forestal, 'porque, al incendiarse en varias ocasiones, han desaparecido hasta las semillas'.

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A pesar de todo, el pueblo decidió seguir adelante. Antes del incendio, cinco granjas de conejos habían sacado a sus dueños del paro, así que pensaron en recuperarlas y ampliaron el negocio hasta construir más de treinta. Empezaron a funcionar pero el problema vino cuando tuvieron que deshacerse del estiércol.

La tierra se había empobrecido por el fuego y los olivares, unos pocos algarrobos y algunas almendras subsistían con más penas que glorias. Así que a alguien se le ocurrió una idea: ¿Porqué no convertir el estiércol en abono y echarlo a la tierra? Y con la teoría llegó la practica.

Y comprobaron que era una idea genial. El estiércol se convirtió en oro. Habían conseguido deshacerse de una forma limpia y natural de los excrementos y, al mismo tiempo, la tierra empezaba a agradecerles el nuevo y fructífero alimento engordando y haciendo más sabroso su fruto. Las aceitunas mejoraron su calidad y de su zumo nació el Aceite de Oliva de Millares. Así comenzó una aventura que ahora les ha llevado a crear una cooperativa que vende todo el aceite ecológico que es capaz de producir en su nueva almazara.

Todo esto les ha devuelto el orgullo y la ilusión. Ahora, ya pueden recuperar el baile rondó, típico del lugar, mientras entonan aquellas coplillas aprendidas de sus antepasados que dicen: 'Arrímate bailaor, arrímate que no pecas, que el que baila y no se arrima, es como comer el pan a secas'.

JOSÉ JORDÁN

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