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Campeonatos del Mundo de Edmonton | ATLETISMO

El saltador bíblico

Edwards cumple con el triple salto y la religión

Santiago Segurola

La estrella más apreciada en el circuito atlético es un hombre de 35 años, flaco, de estatura media, con el pelo canoso, pálido, desprovisto del monumental ego de los campeones que circulan con un entorno de abogados, entrenadores, médicos y publicistas. El hombre en cuestión es Jonathan Edwards y una medida de la admiración que despierta en la gente se comprobó en la serie de clasificación del triple salto. Durante toda la prueba el saltador británico estuvo en peligro. Hizo nulo en el primer intento y en el segundo se quedó lejos de la marca que permitía el acceso a la final. Sólo le quedaba una posibilidad. El speaker anunció al estadio el tercer intento de Edwards, y el público estalló en una ovación atronadora. La gente estaba con él y deseaba fervientemente que entrara en la final, porque la figura de Edwards recuerda a los aficionados otros tiempos menos arrogantes, más conectados con la idea primera del deporte, con la idea del héroe excepcional y también intachable moralmente.

Edwards responde a ese modelo apenas conocido en la actualidad. Si tuviera que responder a alguna acusación, sería a la de una falta absoluta de vanidad, un blando piadoso que puede resultar edulcorado. Pero la realidad es que se trata de uno de los más fieros competidores en la pista, o eso se desprende de los resultados de un atleta que es campeón de todo lo posible. Ha ganado Mundiales y Juegos. Tiene el récord del mundo, con 18,24 metros nada menos. Y todavía se mantiene en la cima, a pesar de sus 35 años. Sin duda es el favorito para ganar la final de hoy.

Su explosión se produjo en 1995, cuando barrió el récord y ganó los Mundiales en Gotemburgo. Aquellos saltos limpios, sedosos, de una calidad técnica incomparable, figuran como un monumento del atletismo. Que los realizara este hombre de aspecto tan común, aumentó la fascinación. Entonces tenía 29 años. Tiempo atrás había sido un excelente triplista limitado por sus creencias religiosas. Hijo de un predicador anglicano, Edwards cumplía estrictamente con lo que entendía como mandato de la Biblia. Jamás competía en domingo, lo que había lastrado su carrera, pues varias de las grandes competiciones de triple se habían disputado en domingo, bien las series, bien las finales.

Sin embargo, en 1994 decidió tomarse la Biblia de forma más abierta. 'Dios me ha dado la habilidad para saltar y sería una impertinencia por mi parte no respetar ese don', declaró. Si tenía que buscar ayuda en la Biblia, también podía encontrarla: 'En una carrera todos compiten, pero sólo uno gana. Así que corre, porque puedes conseguirlo' (Carta a los Corintios). Desde 1995, Edwards ha sido un atleta ejemplar. Ha ganado mucho y nunca ha perdido su aura de hombre bondadoso, querido por sus rivales. En la victoria y en la derrota reacciona igual. Está en el triple salto porque disfruta, pero no olvida sus obligaciones religiosas. El dinero obtenido por sus numerosos éxitos lo ha destinado a comprar una casa a su padre en el condado de Devon. Mientras tanto es frecuente verle con su esposa y sus hijos Samuel y Nathan en las competiciones. Los más cínicos dicen que no puede existir nadie tan perfecto. Un día alguien le dijo: '¿Pero algún vicio tendrás? ¿O es que ni tan siquiera bebes alcohol?'. Y Edwards le contestó: 'Bueno, una copa de vino al día'. 'Menos mal', le respondió su interlocutor, a lo que el atleta británico respondió: 'Lo dice la Biblia: Dios ofrece vino para dar felicidad al corazón'.

Jonathan Edwars, durante los Mundiales de Sevilla.
Jonathan Edwars, durante los Mundiales de Sevilla.GARCÍA CORDERO

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