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Crítica:36º FESTIVAL DE JAZZ DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un tipo simpático

La plaza de la Trinidad totalmente abarrotada (más que en jornadas anteriores), una noche fresquita sin lluvia (ni siquiera una amenaza) y un tipo simpático sobre el escenario irradiando buenas vibraciones. ¿Se puede pedir más para clausurar por todo lo alto un festival de jazz que este año ha brillado muy alto? Por poder, se hubiera podido pedir algo más de música y algo menos de espectáculo en el concierto de Bobby McFerrin y, ya que por obligación las veladas han de ser dobles, una primera parte con un poco más de entidad. Podría pedirse, pero serían nimiedades ante las más de 2.500 personas totalmente entusiasmadas con los fuegos artificiales vocales de ese mago de las pistas circenses jazzísticas que es McFerrin. Realmente, fue una clausura de gala y, a la salida, al sufrido público donostiarra se le había quedado enganchada la sonrisa en la cara.

Alexis Hightower Group /

Bobby McFerrin Quartet Plaza de la Trinidad, San Sebastián. 29 de julio.

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En el aspecto estrictamente musical, no puede decirse que el cartel de esta 36ª edición del certamen haya sido un cartel con mucho riesgo, pero, en cambio, ha sido abierto como pocos al mundo con un puñado de actuaciones que miraban directamente hacia el futuro (y eso es lo más interesante en un festival de jazz). El 36º Jazzaldia será recordado por la fuerza de la inauguración acústica con la nueva banda de los hermanos Brecker, la sobriedad y la sensibilidad del contrabajo de Charlie Haden (al frente de su Quartet West o en dúo con Pat Metheny) y la interesante brecha abierta entre el jazz latino y el flamenco contemporáneo por el sensacional percusionista niurriqueño Jerry González.

La sala sinfónica del Kursaal se ha mostrado magnífica para albergar conciertos que precisen un cierto grado de intimidad y cercanía y las terrazas siguen siendo enclaves de lujo para cualquier música que pueda oírse al aire libre.

La debutante Alexis Hightower fue la encargada de abrir fuego en la noche de clausura. La cantante norteamericana tiene gancho escénico, pero le faltan todavía muchas tablas. Discípula del infravalorado Gil Scott-Heron, Hightower se asemeja poco a su maestro, más bien deberían buscarse sus influencias en algunas soulwomen tipo Roberta Flack. Ritmo a manos llenas y un concierto lo suficientemente corto como para que no se hiciera pesado fueron la clave de su actuación.

Bobby McFerrin se acercó hasta San Sebastián acompañado por un trío de grandes instrumentistas: Gil Goldstein, Richard Bona y Omar Hakim. Ante tales presencias, podría imaginarse que McFerrin se dedicaría más a cantar y menos a mostrar las innumerables posibilidades de su voz, pero no fue así. En su propuesta actual ha conseguido unificarlo todo: él sigue jugando con su voz y los tres músicos le cubren las espaldas con un telón de fondo de alta categoría. McFerrin les dejó tocar a placer e, incluso, dejó cantar a Bona.

Bobby McFerrin volvió a irradiar esa simpatía tan suya, repleta de optimismo, que se contagia fácilmente, y hasta consiguió poner a cantar a todos los asistentes, incluidos algunos invitados de la sociedad gastronómica del fondo que esa noche no molestaron tanto como de costumbre con su entrechocar de platos y tenedores y su tremebundo extractor. A lo dicho: un final feliz para un gran festival.

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