El ogro simpático
Jalabert vive el fin de su carrera despertando apegos
Laurent Jalabert inspira simpatías. Ya nadie le vigila. Nada es como antes, como sus tiempos en el ONCE, cuando llegaba cada mes de julio a su Francia con un saco de esperanzas que terminaba siempre roto y lleno de jirones. Ahora, a sus 32 años (12 como profesional), infunde respeto, pero de otro calibre. Es un abuelo simpático. No entra en las quinielas, nadie le menciona al principio del Tour. Se ha marchado del club de Armstrong, Ullrich, Pantani..., en el que nunca le admitieron, para acabar su carrera en la categoría de los ancianos entrañables. Jalabert ha vuelto a Francia para encontrar en las victorias de etapa las satisfacciones que le ha negado el Tour en sus siete participaciones. Y todos se alegran de su suerte. También Manolo Saiz.
Su relación de amor-odio con el Tour vive su capítulo más dulce porque hasta ahora, incluso en sus mejores momentos, terminó apaleado. En 1995, también un 14 de julio, el día de los patriotas galos, ganó al sprint en Mende. Pero a la vuelta de la esquina le esperaba una rotonda y una caída que le robaron el maillot amarillo. Y el año pasado, aupado al liderato gracias a la contrarreloj por equipos, un líder de un día. Luego llegó la crisis del ONCE en la montaña, que dejó el equipo con cuatro corredores, él incluido, y diez días penosos que marcaron el preludio de su despedida del equipo español. Una salida por la puerta de atrás.
Ahora Jalabert se siente 'como un niño'. No reniega de su paso por España porque, recuerda, 'allí me adoptaron cuando nadie me quería y nunca me han tratado igual en ningún otro sitio'. Jean-Marie Leblanc le abrió las puertas del Tour este año, a pesar de que su equipo, el CSC-Tiscali danés, tiene menos entidad que otros que han quedado excluidos. También a pesar de su accidente doméstico en febrero, que hizo peligrar su preparación. Estaba ordenando las ruedas de las bicicletas en el garaje de su casa, cuando se cayó por la escalera y se rompió tres apófisis vertebrales. Su postura encima de la bici, algo torcido, aún denota secuelas. Pero lo que ha perdido en salud lo ha ganado en libertad.
Él tiene un equipo a su medida, familiar (se ha llevado a su hermano, Nicolas) y, con Virenque ausente, es el líder único e indiscutible de las carreteras del Tour. Y además gana etapas a pares, lo que nunca había conseguido. Él lo atribuye a su buena forma, y de paso envía mensajes subliminales. 'Nunca había llegado tan bien a julio. Antes siempre me sentía algo cansado y había un día malo en que perdía todas las posibilidades con respecto a los favoritos', explicó ayer en alusión a su pasado en el ONCE.
Ahora sabe a lo que va. Sabe que nunca va a ganar el Tour, pero todavía está para ganar etapas. Además, le gusta más esta nueva fórmula que la de sus olvidados tiempos de velocista. Nunca había disfrutado de una llegada tanto como en Colmar.
Sus victorias parecen no herir a nadie. Jalabert se hace querer. Incluso a sus derrotados no les duele tanto que les gane el francés. 'Me alegro por él', asumía Íñigo Cuesta, su ex compañero.
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