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Crítica:TEATRO | ENRIC IV | GREC 2001
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El mundo como representación

Pirandello no es un autor de juventud, y tampoco un autor popular. Y si es difícil dar desde la juventud la plena resonancia de su obra, lo que es imposible es apearlo de su elitismo intelectual para ofrecerlo aligerado, simplificado, al público. Éstos son, probablemente, los dos errores que ha cometido Oriol Broggi, joven director que venía avanzando hasta ahora con precaución pero con paso firme, al enfrentarse a una obra que lo supera. La opción de hacer de Pirandello un autor menos restringido (como él dice) es, en el caso de Enric IV, limitarlo exclusivamente por la parte alta, filosófica, porque la obra en sí contiene suficientes elementos cómicos y grotescos para divertir a esa parte del público que, según Broggi, puede encontrar demasiado intelectual la opción de un Pirandello a pelo, sin laxantes.

Enric IV

De Pirandello. Traducción: Carlota Subirós. Dirección: Oriol Broggi. Intérpretes: Lluís Soler, Jordi Banacolocha, Àngels Poch, Ramon Vila, Marcià Cisteró, Armand Villén, Óscar Muñoz, Enric Serra, Josep Mota. Teatre Villarroel, 2 de julio.

Enric IV plantea la situación de un hombre que, tras caerse de un caballo durante una cabalgata con disfraces históricos en la que él representaba al emperador Enrique IV de Alemania, queda trastornado y cree ser el personaje que encarnaba. Han transcurrido 20 años desde el suceso cuando empieza la obra. Llegan a la corte ficticia de Enrique IV un grupo de personajes actuales acompañados de un psiquiatra con el fin de curarlo. Lo que verá el público es una especie de psicodrama, en clave de comedia, pero con un contenido profundamente filosófico.

Desde luego, en el montaje de Oriol Broggi la obra está intacta. Pero le falta profundidad de lectura, o en plural, de lecturas, de tal modo que el constante ir y venir del interior de la personalidad de ese loco tan especial (y de las de quienes lo rodean) a la realidad tal como es o quiere verse no quede prendido en una sola de las realidades posibles. Lo que exige Pirandello es la duda ante toda certeza, o la certeza de que cualquier realidad es posible con sólo pensarla.

Simplificando a Pirandello, acaba por simplificarse también la consistencia de sus personajes, que no se encuentran ya ante el abismo de un mundo que han de reconstruir. Parecen estar jugando a una mascarada. Una opción de dirección que hace que, desde el decorado hasta el último de los actores, todos estén en falso en escena. Teatro dentro del teatro, como quiere Pirandello, pero aquí nada se desmaterializa, se hace irreal, porque es irreal desde el primer momento.

De la conversión en fantasmas se salva, al final, Enrique IV -Lluís Soler-, tal vez porque sus larguísimos parlamentos son inapelables, tal vez porque se aferra a la convención teatral, su falsa realidad, y acaba mostrando un emperador de una pieza.

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