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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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Destino Sicilia

Llegó el estío, las vacaciones, para algunos, están al caer si no han comenzado ya, y los amigos me llaman pidiéndome que les aconseje sobre tal ciudad, tal pueblo, tal itinerario de la isla de Sicilia. Al parecer, Sicilia se ha puesto de moda y yo me he convertido, con gran sorpresa por mi parte, en un experto de tan maravillosa isla.

A decir verdad, los amigos, más que interesarse por una ciudad o un pueblo en concreto, lo que quieren saber es el nombre de aquel restaurante de Palermo, de Catania o de Messina adonde deben ir a almorzar y qué es lo que deben pedir de la carta. También muestran un cierto interés por los vinos. Han oído hablar de que en Sicilia se están elaborando unos vinos excelentes, y no andan equivocados. Lo demás, museos, iglesias, palacios, catacumbas..., parecen interesarles bastante menos, a excepción de la Mafia y del volcán, el Etna.

Después de Verga, De Roberto y Pirandello, Sciascia es el más grande escritor siciliano de la modernidad

Mis amigos me preguntan si vale la pena acercarse a Corleone, donde existe, dicen, un museo de la Mafia. Yo pienso que inaugurar un museo de la Mafia en Corleone es un disparate turístico -disparate, pero rentable-, y más teniendo en cuenta que al lado de Corleone, se alza la Rocca Busambra, la cual alberga o albergó uno de los más horribles secretos de la onorata società: el cementerio de la Mafia. ¿A quién se le ocurre pagar por ir a ver una escopeta de cañones recortados que, dicen, perteneció a tal mafioso, y unas fotos del rodaje de la película El padrino, cuando uno puede tomarse un vino en el bar de la plaza, rodeado de mafiosos, y acercarse a ver la Rocca Busambra? La Mafia no está en el museo, la Mafia está en Corleone, y en toda Sicilia, aunque hoy esa Mafia sea muy distinta de la que la noche del 18 de marzo de 1948 asesinó al sindicalista de Corleone Placido Rizzotto para posteriormente enterrarlo en la Rocca Busambra.

Mis amigos se pirran también por acercarse a Taormina. De nada sirve decirles que a Taormina hay que ir por la primavera, que el Corso Umberto -la calle principal- está peor que La Rambla en estos días; que Taormina se ha convertido en un pueblo para turistas baratos, que se alimentan de pizzas incomestibles, salvo rarísimas excepciones, y que para visitar el Teatro Griego la mejor hora es el alba, saltando la verja, cuando los gatos se van a dormir.

Mis amigos tienen una imagen cinematográfica de Sicilia. Para ellos, Sicilia es, ante todo, El gatopardo, la película de Visconti basada en la novela homónima de Tomasi di Lampedusa. Burt Lancaster, Alain Delon, Claudia Cardinale... todos guapísimos. Mis amigos se saben de memoria, aunque la citen mal, la célebre frase de la novela: 'Se vogliamo che tutto rimanga como è, bisogna che tutto cambi'. Pero ignoran la existencia de otra novela I vicerè (1894), de Federico de Roberto, en la que, tras la unidad de Italia, el duque de Oragua sentencia: 'Ora che l'Italia è fatta, dobbiamo fare gli affari nostri'. Es decir, ahora que todo ha cambiado, vamos a seguir haciendo nuestros negocios, como antes. La familia de I vicerè, los Uzeda, no son tan guapos como los protagonistas de la película de Visconti. Al contrario, son una familia de monstruos. La novela termina con esta frase: 'No, la nostra razza non è degenerata: è sempre la stessa'. Son tan sicilianos como la familia del gatopardo, pero menos cinematográficos, de ahí que mis amigos los ignoren.

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Mis amigos se marchan a Sicilia con la intención de zambullirse en sus playas. Buena falta les va a hacer con las temperaturas que soportamos. Mis amigos están convencidos de que el mar es uno de los mayores tesoros de los sicilianos, del que se sienten enormemente orgullosos. Craso error. Lu mari è amaru, el mar es amargo, dicen los sicilianos. Es por el mar que les han llegado todas las desgracias, todas las invasiones, una tras otra.

Mis amigos me piden también que les recomiende algunos libros sobre Sicilia. Los libros británicos son los que más les agradan, empezando por el Carrusel siciliano, de mi tío Larry Durrell. De los escritores sicilianos, desprecian al gran Verga, no van más allá de las primeras 100 páginas -tiene 654- de I vicerè, se aburren con Pirandello -al que no identifican como un autor siciliano-, se aburren con Consolo, y, eso sí, disfrutan con Vitaliano Brancati, el Brancati de Il bell'Antonio y Paolo il caldo. Y, cómo no, se lo pasan pipa con Andrea Camilleri y el comisario Montalbano. Parece como si no hubiese ningún otro escritor siciliano aparte de Camilleri.

También les recomiendo Sciascia, Leonardo Sciascia. Pero, al igual que Pirandello, no lo identifican con un escritor siciliano. Para ellos, Sciascia es un escritor que destaca en el ensayo, en la novela histórica o de investigación, un polemista, metido en política, que de no haber sido por su esposa y sus hijas se hubiese ido a vivir a Milán, como tantos otros escritores sicilianos, o a París. Es cierto. Pero no es menos cierto que después de Verga, De Roberto y Pirandello, Sciascia es el más grande escritor siciliano de la modernidad. Para Sciascia, Sicilia no es la isla folclórica con la que sueñan mis amigos; para Sciascia, Sicilia es una metáfora del mundo.

'Il siciliano guarda al mondo perché il mondo gli è entrato in casa. Non può fare a meno. Il siciliano -lo voglia o no- è un inquilino della storia', escribe Matteo Collura en Il maestro di Regalpetra. Vita di Leonardo Sciascia (Longanesi, Milán, 1996), que Alfaguara acaba de publicar en castellano.

Ahí, en este libro, excelente, de Matteo Collura está la explicación de la sicilianidad de Sciascia, su gran aportación al descubrimiento y comprensión de Sicilia.

Si alguno de mis amigos me pidiera qué libro debe llevarse para conocer mejor Sicilia, yo le recomendaría la biografía de Sciascia escrita por Collura. Y, si me lo permiten, añadiría un segundo libro: Sicilia sconosciuta. Itinerari insoliti e curiosi, del propio Collura, con unas fotografías, espléndidas, de Giuseppe Leone (Rizzoli, Milán, 1997).

Con Sciascia y con Collura entraréis bien, cómodamente, en Sicilia. Vuestra Sicilia cinematográfica y mafiosa -la de El gatopardo y El padrino- a buen seguro que hallará la comprensión del maestro de Regalpetra, de aquel Leonardo Sciascia que, pocas semanas antes de morir, asistía en Milán a un pase privado de Nuovo cinema Paradiso, el filme de Giuseppe Tornatore, y, según cuentan, se pasó toda la proyección llorando como un crío.

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