_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La foto

En el homenaje a Jesús Aguirre, que se celebró en la Fundación El Monte, repartieron un programa del acto con un texto de Aquilino Duque y una fotografía de Pablo Juliá que estoy segura que nos sorprendió a todos los asistentes y a la que me voy a referir. Porque de otras muchas cosas como la capacidad, erudición e ingenio de Jesús Aguirre se ha dicho y se dijo aquel día tanto y tan bien que hemos podido llegar a conocerlo a través de otros, del decir de sus amigos.

Por eso me fascinó esa espléndida foto del pasado que establecía una comunicación directa con cada espectador desde el fondo del escenario, reflejada todo el tiempo en una pantalla detrás de los oradores.

En primer plano asoman unos fragmentos redondeados y borrosos que se adivinan micrófonos, lo que nos ayuda a imaginar que le podemos oír con claridad; detrás brillan las patillas de unas gafas extraordinariamente limpias y transparentes; y tras las gafas está la cabeza de Jesús Aguirre con la orilla izquierda iluminada de un blanco que absorbe los matices y resalta el contorno de su pelo sobre el fondo negro. La cara, en la sombra, tiene expresión cansada, dolida de poco reposo, de conocimientos y recuerdos acumulados. Por la derecha penetra el humo a borbotones contra la luz, ingrávido, rizado, agitando su velo amenazador como con deseo de envolverle.

Jesús Aguirre se acaba de quitar las gafas que ha estado usando para leer y le trastorna salir de la profundidad de la lectura y desenfocar la vista hacia lo lejos. Ha llegado el momento de entablar relación con el público. Con gesto esforzado comienza a clavar la atención en lo que ocurre: levanta la mirada hacia su interlocutor o hacia la concurrencia y observa desde lejos, desde la concentración que tuvo con las gafas puestas y que ahora cambia de tumbo camino de la oratoria y el diálogo.

Aún no piensa en lo que va a decir: escucha o reconoce o busca alguna cara amiga. Sabe sobre lo que va a hablar, pero sus palabras no le preocupan porque saldrán fluidas y su discurso se amoldará sobre la marcha. Cuando llegue el momento no le faltarán ideas ni le fallará el verbo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_