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Tribuna:LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO
Tribuna
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El autor afirma que la unidad democrática frente al terrorismo sigue siendo el reto no sólo de los perdedores de los comicios, sino especialmente de los ganadores.

Enfriados ya algunos excesivos entusiasmos y transformadas en llevaderas las depresiones iniciales, empieza a vislumbrarse un hueco por el que empieza a fluir algo distinto a las reiteradas felicitaciones y condenas que han seguido al conocimiento de los resultados de las elecciones vascas. Una parte de los ajustes de cuentas que han sucedido a las intensas pasiones políticas desplegadas se han perpetrado ya. Los que creían contar con la exclusividad en la interpretación del sentido de la historia no se han privado de recordarnos la razón que les acompañaba. Aquellos otros que temían el triunfo de PP y PSE-PSOE más que a un nublado han suspirado con indisimulado alivio. En unos casos porque se habían visto con el agua al cuello y barruntaban llegada la hora de abandonar el poder que ocupaban en el País Vasco desde hace veinte años. En otros, en los que la preocupación no ha disminuido un ápice con la victoria del nacionalismo, porque estaban mucho más sensibilizados y atentos al presumible crecimiento exponencial de la arrogancia de un Gobierno, el de José María Aznar, que en ese aspecto está ampliamente acreditado. Sea como fuere, habría que hacer votos porque la mayor parte de las puñaladas asestadas -algunas con notorio ensañamiento y parecida injus-ticia- pudieran ser ya cosa del pasado. Va a hacer falta, con lo que empieza a vislumbrarse en el futuro.

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No es preciso rebuscar mucho para presumir que las circunstancias van a ayudar a no detenernos más tiempo en el pasado. Aunque llamar ayuda a la constatación de la maldita evidencia cotidiana del País Vasco pueda sonar a sarcasmo. Pero eso es lo que tenemos y lo que sigue interpelando sin piedad a los comportamientos políticos y a las valoraciones éticas. ETA nos dice con descaro, y por escrito, lo que podíamos esperar: seguiremos matando. Y añade, para que no haya duda: 'Sin lucha armada, el único marco que se le ofrece a este pueblo es el autonómico'. Seguirán promoviendo, en consecuencia, la causa abertzale, la misma que, según ellos, ha dado un gran paso adelante con la victoria de PNV-EA. Y por este motivo Gorka Landaburu llevará las marcas de ETA durante el resto de la vida que ha estado a punto de perder. Y Santiago Oleaga, como tantos otros antes y quién sabe cuántos después, tendrá que confiar en que los demás no olvidemos lo que él ya no podrá recordar. Junto a ello, para que el avance de la causa y la impunidad sean aún más notorias, Bergara ayer -quién sabe qué pueblo mañana- resultará tomada en el más puro estilo western, con algunos aditamentos, eso sí, de la moderna tecnología de efectos especiales.

Apenas hemos empezado la nueva legislatura vasca, ni siquiera hay nuevo Gobierno y, como decía un amigo mío, ya parece el año pasado. Si no se quiere exagerar a la espera de acontecimientos, habrá que reconocer, al menos, que mientras se mantienen las mismas amenazas apenas hay signos de cambio en los comportamientos políticos. Por esta razón se hacen más ostensibles, más unilaterales, y más gratuitas las actitudes generosas de quienes han asumido como un corolario de la inteligencia y de la experiencia política la obligación de conducirse 'como si' efectivamente hubiera constancia de aquellos cambios de comportamiento. Una especie de conjuro político practicado con la misma fe que exhiben los hechiceros al poner en práctica sus habilidades sanadoras. No es que yo me oponga a tan mágicos propósitos. Al fin y al cabo desconoce uno la virtualidad y el alcance de las fuerzas ocultas o, como ahora se dice, de la inteligencia emocional. Sólo me atrevo a sugerir que, para el caso indeseable de que fallen tales artes, siempre queda la medicina tradicional, sea en la forma de aspirinas para resistir el dolor, sea en forma de antibióticos de amplio espectro, si de verdad se quiere ir a las causas que lo provocan.

Antes de las elecciones vascas, un conjunto de ciudadanos se mostraron convencidos de que los reiterados hechos, estrategias y actitudes del Gobierno del PNV habían llegado demasiado lejos. Habiendo confiado muchos de ellos en que los conjuros, el paso del tiempo y las convicciones democráticas fueran suficientes razones para conducir al País Vasco en la dirección del entendimiento democrático y la acción compartida contra ETA, se dieron de bruces con la realidad de un discurso político disparatado, de una práctica política que calzaba botas de siete leguas para encaminarse a la división de la sociedad vasca y que, no contenta con ello, se mostraba proclive a depositar sobre el altar de los sacrificios exigidos por el terror los valores democráticos compartidos por nacionalistas y no nacionalistas en el sagrado nombre de la paz. Aquellos vascos eran de todo tipo y condición. Tenían diferentes ideologías, los había de izquierdas y de derechas, nacionalistas (al parecer, no muchos) y no nacionalistas, con experiencia política y sin ninguno de estos atributos. Les unía no sólo el innegable hecho de que eran candidatos a ser cazados como conejos, sino una visión común sobre las exigencias mínimas de la vida democrática, anterior a la legitimidad de cada una de las opciones políticas partidarias. Muchos de ellos aparecieron públicamente, otros mantuvieron el anonimato, integrados en diferentes foros y asociaciones, cada uno con sus matices, pero unidos por aquella expresión de valentía cívica, de arrojo y a la vez de angustia: ¡Basta Ya! Hicieron política, con toda la intensidad que adquiere esta palabra cuando se muestra cercana a la vida de las personas, dejando la comodidad y el pasotismo. Para sorpresa y escándalo de muchos que jamás han tenido la desgracia de vivir esa cruel realidad, hicieron abstracción del enfrentamiento que en el conjunto de España mantienen las principales fuerzas políticas estatales y reivindicaron no la España imperial, que muchos de ellos combatieron, ni siquiera una idea acabada de España, sino la Constitución, el Estatuto de Autonomía y el derecho a la vida y a la libertad. Sólo por su existencia, por su número y por su vigor, puede entenderse que socialistas y populares vascos aparcaran sus muchas diferencias y hasta su mutuo rechazo para tratar de configurar una alternativa al poder nacionalista y a un programado viaje hacia la catástrofe social. Seguramente cometieron errores, sin duda menos de los que otros cometieron antes y, desde luego, bastante más exculpables, puesto que eran en legítima defensa. Durante algún tiempo pareció que podían ganar las elecciones, pero las perdieron. Luego han sufrido los embates más injustificados tanto de los demiurgos de una historia hecha al margen de las personas que la sufren como de los que observan con alivio el indiscutible triunfo del nacionalismo mientras se mantiene la incertidumbre sobre la evolución futura de los acontecimientos.

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No quiero pedir perdón por expresar mi reconocimiento y mi admiración a todos los que defendieron valores que nos son comunes, o deberían serlo, a todos los demócratas. Sobre todo ahora que algunos interpretan que perder las elecciones es sinónimo de ignorancia o de amnistía de los acontecimientos y se atreven a medir el peso moral de las razones mediante el exclusivo cómputo aritmético de los votos. Yo creo que se merecen, al menos, el homenaje que se rinde a la dignidad humana amenazada y a la dignidad democrática que se alza contra la amenaza. No un homenaje de tapadillo y una palmadita en el hombro, sino un reconocimiento ético en toda regla, la expresión de la solidaridad con sus vidas y el agradecimiento social por los valores colectivos que han defendido y, no me cabe duda, seguirán defendiendo.

Ahora nos queda reflexionar políticamente sobre el futuro. No es éste el tiempo de configurar posibles alternancias, sino de respetar los resultados de las urnas y esperar implícitas rectificaciones sobre el errado rumbo del pasado. Pero, implícitas o expresas, es imprescindible que se produzcan. La exigencia de unidad democrática frente al terrorismo sigue siendo la tarea indispensable y el reto no sólo de los perdedores, sino especialmente de los ganadores. Hemos decidido hacer 'como si' confiáramos en que éste es el camino emprendido y conviene que acabemos convencidos de ello. De otro modo, la rara circunstancia que ha hecho posible y necesario que socialistas y populares buscasen conjuntamente la alternancia al Gobierno nacionalista -que no al nacionalismo- volverá a formar parte del horizonte para pasmo de propios y extraños.

Y, mientras mantenemos la esperanza abierta, no sería malo que el papel de 'moderador del nacionalismo' que una extendida opinión se empeña en adjudicar al socialismo vasco de por vida diera paso al esfuerzo de Nicolás Redondo para invertir el indudable crédito que se ha ganado en la construcción de una verdadera alternativa desde la izquierda. Hay situaciones de emergencia que hacen inteligibles e indispensables alianzas y coaliciones por razones democráticas. Pero no es prudente identificarlas con alternativas políticas en el medio plazo. Hay un proyecto simplemente democrático para la supervivencia de una sociedad plural. Pero, por difícil que resulte el día a día, tiene que existir un proyecto político de izquierda para el País Vasco que aspire a la mayoría social.

Juan Manuel Eguiagaray Ucelay es diputado socialista por Murcia. juan.eguiagaray@diputado.congreso.es

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