_
_
_
_
_
UN PUERTORRIQUEÑO ILUSTRE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Jaime Benítez, defensor del castellano

El autor destaca cómo gracias a este rector la Universidad de Río Piedras representó en los años de posguerra un segundo lugar de exilio para los españoles

Me llega la noticia de que el creador y mantenedor durante muchos lustros de la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras, Jaime Benítez, acaba de fallecer a los 92 años de edad. Amparado en la labor política del gobernador don Luis Muñoz Marín, gran entusiasta de la fórmula de Estado Libre Asociado a Estados Unidos, lejos del radicalismo de los independentistas y del asimilismo de los partidarios de convertir a la isla en un Estado más de Norteamérica, 'la Universidad de Puerto Rico', ha explicado él mismo, 'es un centro de estudios superiores de reciente fundación, un sistema universitario de considerable amplitud y reconocido nivel intelectual (...) cuyos títulos son acreditados y reconocidos en Europa, en Estados Unidos y en la América Latina, de cuya Unión de Universidades es miembro fundador'.

'Juan Ramón Jiménez, que tuvo en la universidad su último refugio, falleció allí mismo poco después de recibir el Premio Nobel'

Jaime Benítez era un joven profesor -había estudiado en diversos colleges y universidades en Estados Unidos- cuando Muñoz Marín le ofreció el rectorado de esa nueva Universidad, moderna en sus objetivos, bilingüe y, con ello, defensora de la lengua castellana.

No se limitó Benítez a obtener el profesorado entre los mejores valores portorriqueños, sino que llevó a sus aulas a muchos españoles perseguidos en la Península y a algunos valiosos suramericanos. En cierto modo, Puerta Rico representó entonces un segundo lugar de exilio, como México fue el primero y más importante. Podíamos citar muchos de estos nombres transterrados, pero el temor de olvidarme de alguno me aconseja citar sólo a dos intelectuales de primera magnitud: el polítologo Manuel García Pelayo y el filósofo Antonio Rodríguez-Huéscar. La compenetración del rector con este último fue tan extrema que le hizo director de la revista La Torre, que iba a ser el estandarte intelectual de aquel recinto universitario. Pero no olvido, claro, a Juan Ramón Jiménez, que tuvo allí su último y generoso refugio y que murió, entre la tristeza de todos, allí mismo en 1958. Poco antes, en 1956, le habían concedido el Premio Nobel y sería el propio Jaime Benítez quien acudiría a Suecia a recogerlo.

Benítez intentó aplicar en Río Piedras las teorías educativas de Ortega en sus lecciones sobre Misión de la Universidad, consecuencia de las cuales fue la creación de una facultad de Estudios Generales, todavía vigente. Pero no consiguió nunca que su admirado Ortega fuera por Puerto Rico, aunque se vieron en Norteamérica. Pero prefiero que esta relación, entusiasta por ambas partes, la cuente el propio Rector en unas palabras que pronunció con ocasión de rendirse un homenaje en Río Piedras a mi padre el 6 de diciembre de 1955, dos meses después de su muerte.

'Conocí a don José Ortega y Gasset en un pintoresco y deshabitado pueblecito del lejano Oeste de Estados Unidos. (...) Bajo la inspiración de Robert Hutchins y el patronato de la Fundación Ford, se celebró en Aspen, Colorado, en junio de 1949, el primer centenario de la muerte de Goethe, con el concurso de gran parte de la intelectualidad de Norteamérica y la participación destacada de Albert Schweitzer y José Ortega y Gasset.

Era su primer y único viaje a Estados Unidos. Por mi parte, iba exclusivamente a verle cara a cara. Entre los vivos, era la persona a quien más debía intelectualmente, y le guardaba esa gratitud especial que sienten los discípulos por sus grandes maestros. (...)

Concurría a Aspen, en el verano de 1949, con gran expectación y alguna angustia. ¿Cómo resultaría todo aquello? (...) Pero el encuentro fue feliz, cordial y sin tropiezos. Ortega estuvo sumamente generoso, y él, Emilio Belaval y yo trabamos gran amistad. La conferencia nos preocupaba a todos: bajo una carpa de lona, ante cinco mil espectadores, de los cuales no más de diez hablaban español, y luego de unas palabras de Hutchins, Ortega se adelantó al proscenio. Nunca he visto un público atender mejor a orador alguno que el que escuchó, sin entender lo que decía, la voz acompasada y limpia del filósofo español. La traducción -párrafo a párrafo- de Thorton Wilder fue excelente, obligando al auditorio casi a pensar en español.

(...) Dejamos concertado un próximo viaje a Puerto Rico fijando plazo y tema. Fue posponiéndose por diversos motivos. La Fundación Ford también le apremiaba para que regresara en viaje más extenso a Estados Unidos. Interesaban nombrarle consultor general. (...) Pero Ortega no contestaba cartas. Ya la muerte le rondaba. (...) Al enterarme de su gravedad, quise ir a Madrid. (...) El día que iba a ser de mi partida llegó el cable de su muerte'.

Benítez acaba de seguirle en ese camino hacia el otro lado de la vida, que tomaremos todos algún día.

Pero ha dejado una obra considerable y muchos intelectuales españoles aún vivos deben guardarle un agradecido recuerdo.

Espero asimismo que los actuales gobernantes de Puerto Rico, no obstante estar más volcados hacia su poderoso vecino, sepan mantener y desarrollar esta Universidad de doble cultura -la americana y la hispana- inventada por mi buen amigo, su ex rector Jaime Benítez. Un síntoma alentador es que la Gobernadora, Sila Calderón, haya decretado tres días de duelo nacional.

Envío un conmovido saludo a su esposa, la dinámica Lulú, que tanto le ayudó y animó en las tribulaciones por las que pasa todo el que tiene éxito en la vida. En 1943, por invitación del Rector, visitamos mi mujer y yo Río Piedras y parte del país. Yo buscaba su apoyo intelectual para la reanudación de la Revista de Occidente. Allí estaban la sabrosa y española ciudad vieja de San Juan, los lujosos clubes de golf, la organización eficaz americana de la existencia, los Marines instalados en la antigua fortaleza española, el mar verde y azul donde en 1898 se hundió nuestra vieja Escuadra, y la Torre de la Universidad, que como un faro ilumina las esperanzas educativas de esta isla cálida y vegetal.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_