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La supresión de la selectividad

Resultan difíciles de entender algunas de las reacciones ante el anuncio de la futura supresión de la selectividad. Y es que un mínimo análisis objetivo de la situación por la que atraviesa actualmente la demanda de estudios universitarios y de la evolución demográfica de los últimos años permite constatar el escaso fundamento de las razones que se esgrimen en contra de la eliminación de las llamadas pruebas de acceso.

En su planteamiento actual tales pruebas han perdido ya en la práctica todo su sentido debido a una razón evidente el número de plazas ofrecidas por nuestras universidades es superior al número de alumnos que desean matricularse en las mismas y la tendencia para los próximos años es que ese desequilibrio entre oferta y demanda se intensifique. La polémica, pues, roza el absurdo o es malintencionada.

Haca ya tiempo que las actuales pruebas de acceso dejaron de seleccionar y se convirtieron en un mero instrumento de clasificación numérica de los alumnos para las prioridades en la elección de la carrera deseada. Pero hasta esa función ha pasado ya a la historia pues sólo en un reducidísimo número de titulaciones la oferta de plazas es inferior a la demanda.

¿Qué sentido tiene, pues, mantener unas pruebas que afectan a toda la población preuniversitaria y que suponen un tan notable como innecesario esfuerzo a las universidades y a la administración educativa? Realícese la selección, cuando ella resulte necesaria, por parte de las universidades y sólo para el caso de las titulaciones que no puedan absorber, con garantía de calidad en la enseñanza, a todos los alumnos que desean cursarlas.

Para el caso de estas titulaciones con déficit de plazas la selección por parte de las universidades resultará mucho más racional y justa. Veamos un ejemplo: un alumno con vocación y aptitudes para cursar medicina puede tener muy difícil con el actual sistema optar a dicha titulación si su nota final de acceso, condicionada por toda una serie de materias que tienen muy poco que ver con esos estudios, no es lo suficientemente alta. Con el nuevo sistema, una prueba específica de ingreso a la Facultad de Medicina podrá facilitarle en mucho mayor medida el cumplimiento de sus aspiraciones.

Por otra parte, la selección de los alumnos, en caso necesario, por parte de las universidades podrá servir para eliminar algunos sesgos discriminatorios de las actuales pruebas de acceso y ofrecer una auténtica igualdad de oportunidades a todos los alumnos, tanto de la enseñanza pública como de la privada. Tal es el caso del diferente nivel de exigencia de los distintos centros que se refleja en las notas del expediente del alumno y que repercute actualmente de forma muy significativa en la nota final de las pruebas de acceso. Pero es más, el nuevo sistema podría permitir a las universidades, en las condiciones actuales ya señaladas de disminución de alumnos, implantar un primer curso selectivo sin ninguna limitación de admisión de alumnos para aquellas titulaciones más demandadas. De esta forma serían la capacidad y el mérito de los alumnos, manifestados a lo largo de un curso, los que, sin otras circunstancias distorsionantes, permitirían establecer la selección más adecuada de los mismos.

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La selectividad, en definitiva, era ya un cadáver del que únicamente se va a levantar acta de defunción. La falta de clientes para un sistema universitario hipertrofiado -esa sí que debería ser la auténtica polémica- ha llegado a convertirla en innecesaria. Lo demás son aspavientos y retórica demagógica que probablemente no tardará en volverse en contra de quienes, de forma tan atrevida como ignorante, se oponen a la supresión de la misma.

Salvador Forner es director general de Enseñanzas Universitarias de la Generalitat Valenciana.

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