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El fin de ETA

Francesc de Carreras

Los recientes atentados de ETA nos cogen otra vez con palabras gastadas de condena, pero ello no debe hacernos perder la capacidad de análisis y de reflexión. El atentado de Roses, que ha costado la vida al mosso d'esquadra Santos Santamaría, pone otra vez de relieve que Cataluña sigue siendo uno de sus puntos mira, quizá por considerarlo terreno abonado para la comprensión de sus crímenes. Ello es en parte cierto.

En efecto, en Cataluña se rechaza, sin resquicio alguno para la duda, la violencia como método de acción política. El reciente acuerdo parlamentario lo demuestra claramente. Pero, por otra parte, procedentes de la opinión pública, se oyen numerosas voces que recomiendan el pacto, las concesiones a ETA, como única vía para acabar con el grupo terrorista. Los motivos son bien un pesimismo desesperanzado, o bien un temor a que la situación conduzca, tras las elecciones, a un Gobierno vasco de coalición PP-PSOE. Desde estas posiciones se considera, absurdamente, que toda crítica a la actuación política del PNV en los últimos años es una demonización o una criminalización de la ideología nacionalista en general.

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Quizá antes del Pacto de Lizarra estas acusaciones podían tener alguna base; pero ahora, tras comprobar su evidente fracaso y que las expectativas que suscitó la tregua se han revelado totalmente falsas, estos argumentos no parecen tener base alguna. Para los que no lo sabían antes, tanto el compromiso firmado en Lizarra como el año largo y sangriento transcurrido desde la ruptura de la tregua han revelado la auténtica naturaleza de ETA y de sus cómplices de Herri Batasuna: por su ideología, son personas ajenas a la democracia, y por sus métodos de acción política, son fascistas puros y duros, de corte nazi, como muy exactamente dijo anteayer Zapatero.

Por tanto, un demócrata no puede coincidir con ellos ni en los métodos ni en los fines. Y en consecuencia, quienes pretenden solucionarlo con pactos son tan ingenuos como los aperturistas de buena fe que pretendían cambiar el régimen de Franco. Lo está comprobando en sus propias carnes el PNV, que creyó poder llegar a un acuerdo con los terroristas y sus cómplices sin darse cuenta de que Lizarra no era otra cosa que Múnich, aquella reunión del año 1938 en la que Hitler tomó literalmente el pelo a Chamberlain y Daladier, primeros ministros de Inglaterra y Francia, respectivamente. Un año después, Polonia era invadida.

Pero no hay razones para un pesimismo desesperado. La realidad -a pesar de las continuas tragedias- ofrece en estos momentos resquicios de optimismo y motivos de aliento.

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En primer lugar, el PNV comienza a resquebrajarse. Primero fueron los hermanos Guevara, importantes pilares del PNV en Álava, quienes mostraron -y lo siguen haciendo- sus discrepancias. Pero esta misma semana, un histórico como Joseba Arregi ha renunciado a figurar en las listas electorales de los próximos comicios y sigue activo y crítico con las posiciones oficiales de Ibarretxe y Arzalluz. Por otra parte, el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, ha censurado al consejero de Interior del Gobierno vasco por su permisividad ante las sesiones diarias de kale borroka. Todo ello no puede ser anecdótico, sino que es síntoma de lo que piensan amplios sectores del PNV que ahora comienzan a levantar la voz.

Un segundo motivo de optimismo se encuentra, sin duda, en la solidez que muestra el pacto PSOE-PP. Contemplar a Rodríguez Zapatero y a Javier Arenas juntos haciendo una declaración en idéntico sentido tras el asesinato de Froilán Elespe, concejal socialista de Lasarte, no hace otra cosa que dar seguridad a los ciudadanos y confianza en que un futuro Gobierno vasco de coalición entre ambos partidos puede restablecer unas condiciones de libertad y democracia que desde luego no garantiza el actual Gobierno de Ibarretxe.

Un tercer motivo de optimismo lo ofrece el próximo panorama electoral. A pesar de las duras condiciones en que deben realizar la campaña los populares y los socialistas, y las coacciones a las que se ve sometido el electorado, el voto es secreto, y cabe pensar que una gran mayoría de los ciudadanos vascos tendrá capacidad para saber que la situación en su país es de extrema anormalidad para los derechos y las libertades ciudadanas, y que en estas situaciones lo prioritario es dar un giro para salvar la democracia. No hay que olvidar que las últimas elecciones autonómicas se hicieron en las primeras semanas de la tregua, con todas las esperanzas que entonces suscitaba. Los que dicen que la composición del Parlamento vasco no variará quizá no tienen en cuenta la gravedad de todo lo que ha pasado en los últimos años. Después de la transición, la lucha contra el terrorismo etarra ha tenido dos graves errores: los GAL y Lizarra. El primero ya está enmendado gracias al buen funcionamiento del Estado de derecho. El segundo se puede corregir en estas eleciones.

La buena dirección en la lucha contra ETA la daba ayer el hasta ahora diputado del PNV Joseba Arregi en un duro ataque a Lizarra desde las páginas de El Periódico: 'La violencia', decía Arregui, 'no es un callejón sin salida. La negación de la violencia, la victoria sobre ella significa que la sociedad apuesta por sí misma, por sus instituciones, por aquellas instituciones que garantizan su libertad y su derecho, su pluralidad y sus distintos sentimientos de pertenencia. Cuando nadie ponga en duda esa realidad institucional de la sociedad vasca, cuando todos le hagamos ver claro a ETA que nadie se va a mover ni un ápice de esa posición, cuando renunciemos así a colaborar, voluntaria o involuntariamente, en la construcción de ese entramado protector y engañoso del que se rodea ETA, habrá comenzado el fin de ETA'.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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