_
_
_
_
_
Tribuna:VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Contra todas las muertes

Explica la autora los motivos del acto de Gesto por la Paz en Bilbao en memoria de todas las víctimas

El pasado 18 de enero, el profesor Reyes Mate publicaba en este mismo periódico un artículo titulado ¿Pero quiénes son las víctimas? en el que, además de muy valiosas aportaciones para definir la cualidad de víctima, vertía el calificativo de 'incongruencia moral' sobre el acto simbólico que convocó recientemente en Bilbao Gesto por la Paz en memoria de todas las personas muertas por la violencia terrorista. A simple vista, tal vez sea cierto que resulta terrible la exhibición de una pancarta en la que los nombres de las víctimas figuraban junto a los de terroristas que habían muerto como consecuencia accidental de sus propios actos violentos. Incluso, así dicho, puede constituir una presentación feroz e injusta con las víctimas. Por eso mismo, es necesario deshacer el nudo de esa llamada incongruencia moral, mediante la exposición de los valores sobre los que Gesto por la Paz basó su actuación, para observar que la justicia y el reconocimiento debido a las víctimas no son incompatibles con la expresión de dolor por la pérdida de otras vidas humanas y que, mucho menos, significa una equiparación moral de todas ellas.

'El eje sobre el que gira la elección moral de Gesto no es el que enjuicia los actos de las personas'

Antes que nada, no habría que obviar el hecho de que la pancarta de la discordia llevaba escrito, en letras bien grandes, el lema que le daba sentido: 'Gehiagorik ez. Nunca más'. Es decir, no se puede entender su significado completo, si se descarta la parte que expresa ese deseo de que la violencia no se repita 'nunca más' y que tanto contrasta con los más de mil nombres de personas que ya han perdido la vida por culpa de su ejercicio. Así, el sentido último de la pancarta no era el de resolver la cuestión de la culpa o la inocencia individual de cada persona muerta o asesinada, sino, simplemente, el de reflejar lo innecesaria e inútil que es cada una de esas muertes, incluidas la de los propios terroristas.

Es evidente que Gesto por la Paz podía haber elegido la opción, más cómoda, de ignorar la muerte de quien practica el ejercicio de la violencia y, por tanto, asume, voluntariamente, la posibilidad de su propio sacrificio y hacer figurar, sólo, los nombres de las víctimas; es decir, de aquellas personas cuya muerte es producto de la máxima injusticia que un ser humano puede cometer con otro. Sin embargo, el eje sobre el que gira la elección moral de Gesto por la Paz no es el que enjuicia los actos de las personas, ni siquiera cuando ese acto es el asesinato, sino el que atiende a la pérdida baldía de vidas humanas. Esta opción se funda en el impulso moral más básico de cualquier persona: salvar la vida de un semejante, y constituye, además, la única forma de acabar con la lógica de la muerte que, tan sutilmente, nos inocula la violencia.

El impulso primario de salvar la vida de nuestros semejantes quedaría completamente desnudo si, por ejemplo, los terroristas decidieran dejar de ejercer la violencia contra otras personas y asumieran como forma de lucha su autoinmolación. ¿Trataríamos, entonces, de evitar su muerte? ¿Acaso no sería, también, una muerte buscada en un acto voluntario? Seguro que a todos nos resultaría terriblemente dolorosa esa situación y sufriríamos si el resultado fuera su muerte. Aún así, es cierto que la diferencia entre un sacrificio propio voluntario y una muerte accidental provocada por el ejercicio de la violencia estriba, sobre todo, en la intencionalidad del acto: en el primero, se elige morir por algo y no se pone en peligro la vida ajena, mientras que, en el segundo, se intenta matar, aunque, accidentalmente, se pueda morir. Ante ambos supuestos, aceptamos con normalidad nuestro deseo de salvar a quien se quiere inmolar y, sin embargo, damos por buena la pérdida de quien muere en el acto de matar, sin caer en la cuenta de que lo que estamos haciendo, en el segundo caso, no es más que enjuiciar la acción del individuo y considerarla merecedora del castigo de muerte. Dicho de otra manera, es una opción en la que se acepta, solapadamente, la pena de muerte accidental. Para romper esa dinámica, Gesto por la Paz decidió, desde su fundación, no aceptar ninguna de las muertes y denunciar todas ellas, independientemente del juicio que le merecieran los actos de las personas en vida, incluido el último instante de esa vida. De la misma manera que nadie preguntaría a un herido por coche bomba ¿es usted la víctima o el que estaba poniendo el artefacto?, antes de auxiliarle para salvarle la vida, Gesto por la Paz no cree necesario enjuiciar los actos de las personas para decidir si condena su muerte o no, ya que responde a ese primer impulso de salvar cualquier vida humana y por tanto toda muerte violenta le parece condenable.

Asimismo, si estamos en contra de la violencia, debemos rechazarla en todos sus resultados. De otra forma, estaríamos cayendo en la doble moral de aceptar una parte de la violencia. En este sentido, cuando muere un terrorista como consecuencia de su propia actividad, la mayoría de la gente suele experimentar, como mínimo -y muchos así lo enuncian públicamente-, cierto alivio porque, de esa forma, se ha evitado el asesinato de sus futuras víctimas. Este posicionamiento significaría que sólo podemos elegir la muerte y que nuestra libertad estaría limitada a preferir la muerte de una u otra persona. Aceptar la muerte del terrorista conllevaría la aceptación de, al menos, una parte de la práctica de la violencia (la que le toca a quien la ejerce) y, de esta manera, casi sin quererlo, nos atraparía la lógica que practica el fanático. Frente a la preferencia del terrorista de matar antes de morir, sólo seríamos capaces de articular otra preferencia tan pobre como la suya: que muera antes de que mate. A veces, la crueldad de la violencia no nos permite ver que, incluso en las situaciones más extremas, existen otras opciones en las que no hace falta el sacrificio de ninguna vida: que el terrorista sea detenido antes de cometer su siguiente crimen, que se arrepienta, que falle... El deterioro moral más grave sería aquel que sufrirían las personas que acabarían eligiendo la muerte del terrorista en cualquier caso, es decir aquellas que considerasen un resultado más satisfactorio su desaparición física que su detención, por ejemplo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Es verdad que quienes ejercen la violencia no nos dan a elegir, que la realidad que nos imponen es sólo una y que, desgraciadamente, suele ser la más terrible, pero, por eso mismo, tanto si es el terrorista el que presenta su propio sacrificio como si lo que nos deja es la inmensa injusticia de una nueva víctima, nuestra respuesta debe ser la misma: el rechazo total a esa realidad de muerte, propia o ajena, que se nos propone y la repulsa por la nefasta aceptación de poner la vida, ajena o propia, al servicio de una causa. Y ése es el único sentido no sólo de la pancarta de Gesto por la Paz, sino de todas las concentraciones silenciosas que lleva realizando en el País Vasco y Navarra desde hace quince años: la rebelión contra la muerte, contra todas las muertes.

Ana Rosa Gómez Moral es miembro de Gesto por la Paz.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_