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Tribuna:ARTE Y PARTE
Tribuna
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El Círculo del Liceo y los cambios

Parece plausible el esfuerzo de la junta de gobierno del Círculo del Liceo por modernizar y replantear sus finalidades culturales y sociales, aunque de momento sea un esfuerzo limitado por la presencia de un grupo de socios anclados en las obsesiones de los viejos regímenes que ni siquiera responden al espíritu de sus fundadores. La aceptación de las mujeres ha sido un paso inexcusable que ni se hubiera tenido que discutir en un país medianamente civilizado. Precisamente por ser indiscutible, la decisión, por sí sola, no resuelve el conjunto de los problemas que se plantean si se quiere reencontrar unos objetivos y un funcionamiento válidos. Ya sé que, en una sociedad con tantos problemas esenciales como la nuestra, entretenerse en escribir sobre un círculo privado -minoritario y pretendidamente elitista- es, seguramente, perder lastimosamente el tiempo. Pero quizá es también una manera de medir la situación de un sector de nuestra burguesía y enterarse de cómo en este grupo resistente persisten ideas y modos que pensábamos ya abolidos. Los discursos reaccionarios en la última asamblea de socios clasificaron tristemente a ese grupo resistente, un grupo que acarrea con orgullo algunos apellidos de cierta resonancia en la historia local y que, según parece, tiene cierta presencia en nuestros ambientes sociales y políticos.

La evidencia de que la transformación del Círculo del Liceo no se ha enfocado todavía en toda su profundidad se manifiesta en los otros acuerdos aprobados en la misma asamblea: limitación del número de socios, aumento de las cuotas de entrada y mantenimiento -aunque con alguna reducción que parece un síntoma positivo- de los descuentos económicos para el ingreso de los familiares de los actuales socios. Las tres decisiones son negativas porque las tres van dirigidas a reforzar el actual carácter elitista de esas escasas familias e imposibilitarán, por tanto, la apertura y la reconsideración de los objetivos del círculo. Una reconsideración que sólo tendría que mirar hacia atrás, hacia los abuelos fundadores que decidieron apoyar la vida musical de Cataluña con el conservatorio y el teatro que ostenta en su mismo título su vocación docente.

No tiene ningún sentido, de momento, limitar el número de socios: el local está infrautilizado -dos plantas con escasísimo uso- y las dependencias teóricamente activas están casi siempre vacías. Lo que conviene, precisamente, es un aumento de socios que utilicen el local positivamente y que aporten nuevos programas. Pero para incrementar el número de socios y para que éstos respondan a un nuevo perfil en cuanto a los objetivos sociales y culturales, hace falta reducir la cuota de entrada en vez de aumentarla como se acordó en la asamblea. No me imagino qué intelectual, qué joven universitario, qué político -o política- de buena fe estará dispuesto a pagar 750.000 pesetas para disfrutar de los servicios de una decadente frivolidad. Y la situación empeora cuando cierta reducción de cuotas se aplica sólo a las mujeres, los hijos y demás parientes de los socios actuales. Con este sistema es imposible una renovación a fondo. El Círculo del Liceo seguirá siendo lo que ha sido hasta ahora. Siempre las mismas familias. No me parece radicalmente evitable que siga siendo el club privado de un determinado grupo social, pero me parece negativo que sirva a una élite cuyos objetivos son improductivos incluso dentro de los intereses del mismo grupo social. Por lo tanto, si la junta que preside Joan Anton Maragall con tan buena voluntad quiere renovar el Círculo del Liceo, ha de proponer muy pronto tres acuerdos que anularían los de la asamblea: no limitar el número de socios, reducir a la mitad las cuotas de entrada y no ofrecer ningún descuento a los familiares de los socios actuales. Y quizá no estaría mal que retirase del vestíbulo una placa que recuerda a los 'caídos por Dios y por España' o la sustituyera por otra que recordara a las víctimas de la guerra civil, sin tener que subrayar de qué bando lo fueron, aunque todos sepamos donde cayeron los buenos burgueses del círculo.

Comprendo que la actual junta tiene y tendrá muchas dificultades para lograr abrir y modernizar el círculo con una oposición tan extemporánea, y que quizá no hay otro camino que el del tira y afloja. Ha logrado ya dos cosas: la admisión de las mujeres y un plan de obras que permitirá un uso más eficaz de los locales y que, posiblemente, incitará a inscripciones de más enjundia social y cultural. Pero tiene que seguir adelante. Quizá con un poco más de riesgo -y con un convencimiento modernizador más consistente- logrará borrar los últimos residuos de un grupo extraño de nuestra burguesía que ha olvidado la tradición progresista que de que hacía gala en el anterior fin de siglo y que en éste se ha mostrado tan alejado de las realidades que ahora se imponen.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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