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LA CRÓNICA
Columna
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Nadie quiere a Steve McQueen

Nunca había estado en una subasta y lo único que sabía de ellas es lo que había visto en las películas. Por ejemplo, a Cary Grant montando un cirio de impresión y cabreando a todos los presentes con sus tonterías para poder ser detenido por la policía y dar esquinazo a los matones que le quieren eliminar en Con la muerte en los talones.

Como Sotheby's me cae muy lejos, el pasado jueves me acerqué a una casa de subastas de la calle de Beethoven en la que se iba a pujar por antiguos carteles de cine. Nada más llegar, me di de bruces con Edmon Roch, al que conozco desde que ejercía sus funciones de secretario del festival de Sitges (Álex de la Iglesia, incapaz de pronunciar su nombre, le rebautizó como Desmond, en homenaje al mayordomo de Rip Kirby). Edmon, que en su momento se fue al Tíbet con Brad Pitt y que ahora prepara su primer largometraje como director (un thriller ambientado en el mundo virtual del chat), me confesó que colecciona carteles de las películas de Kurosawa y me informó de que los precios de este mercado cada día están más disparados: lo que hace cinco años costaba 10.000 pesetas, ahora está en las 100.000. Por ese precio, pensé yo, se podrán conseguir maravillas.

Subasta de carteles de cine. Terenci Moix se lleva carabina para no excederse en el gasto. Nadie puja por Steve McQueen

No exactamente.

Una vez hube ocupado mi asiento y comenzado a disfrutar de la entonación binguera del subastador, comprobé que en esa subasta había algunas joyas y mucha morralla. Dicho sea sin ofender, que conste, no me parece a mí que un cartel español de Taxi driver o de El padrino tenga mucho interés. Lo mismo se puede decir de algunos más antiguos, feos como ellos solos y en los que los actores dibujados se parecen tanto a los de verdad como un huevo a una castaña. Pero es evidente que mi criterio no tenía nada que ver con el de los coleccionistas allí reunidos, que pagaban auténticas fortunas (en euros, eso sí) por unos legajos que se me antojaban infames. Más estupor: ¿por qué todos los carteles de las películas de Steve McQueen sacados a subasta se quedaron sin vender? Vale, yo también considero a Steve McQueen un actor abominable, pero creo recordar que el cartel de Bullit era estupendo. ¿Por qué nadie se hizo con el cartel de Éxodo, que si no era del gran Saul Bass estaba muy bien imitado?

Otrosí, ¿quién ha decidido convertir en grandes artistas a honestos artesanos de otras épocas como Jano, Mac o Albericio?

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Afortunadamente para el pobre indocumentado que firma esta crónica, en el intermedio se cruzó en su camino Paco Baena, crack del coleccionismo de carteles cinematográficos y autor de algunos estimables libros al respecto (el más reciente, el dedicado a Soligó). Le hice constar mis dudas y el hombre me dijo algo parecido a esto:

'El precio que alcanza un cartel depende de varios factores. El sentimental es muy importante: cosas que a ti te parecen una birria pueden hacer muy feliz a alguien que recuerda el día que vio tal o cual película. Luego está la fecha, si el cartel es original o pertenece a una reposición. Sin olvidar el número de copias que existen del cartel en cuestión: evidentemente, cuantos menos queden, más caros son'.

Rendido a la autoridad del amigo Baena, me interesé por las compras de Terenci Moix, que andaba por ahí con su fiel Inés. Terenci, que siempre está de buen humor (lo que se agradece en esta ciudad trufada de cenizos), me informó, alborozado, de que se había hecho con los carteles de Ana y de El tigre de Esnapur.

'He estado a punto de pujar por el de Cuando los mundos chocan, película que alegró mi infancia', me dijo, 'pero Inés me ha clavado las uñas en el brazo ante el precio, y me he tenido que rendir'.

Poniendo su mejor cara de conspirador y bajando la voz, añadió:

'Lo que ella no sabe es que pienso pujar por un cartel de una película de Stephen Boyd que debe de costar un ojo de la cara. Yo, por Stephen Boyd, lo que sea. Convendrás conmigo en que una vez muerto Mesala, Ben Hur pierde todo su interés'.

Acabado el entreacto, todo el mundo volvió a su asiento. Todo el mundo menos yo, que no pensaba comprar nada y me sentía un tanto desplazado en aquella reunión de connaisseurs. Salí aliviado, eso sí, ante dos descubrimientos agradables: ya sé lo que es una subasta y todo el mundo piensa de Steve McQueen lo mismo que yo.

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