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Columna
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La memoria de los músicos

Sobrepasada esa hora mágica de la medianoche del pasado día 31, parece como si, de pronto, ya no calculáramos el tiempo en meses o en años. Que ni siquiera lo hiciéramos en siglos. Ahora lo hacemos ya en milenios: hemos dejado atrás dos milenios desde que naciera Cristo, y nos adentramos en el tercero. Mamma mia. Y, repentinamente, nuestro pasado se ha ampliado de forma desmesurada. Sin saber cómo, debemos gestionar el recuerdo de un tiempo inmenso, cuando apenas si sabemos qué hacer con nuestro pasado más inmediato. Recordamos, por ejemplo, que ya en el cuarto Concilio de Letrán (1215) se codificó un aparato de persecución contra herejes y judíos, y que, en el tercero (1179), se hizo contra los leprosos. También que Teodora, la bella emperatriz del mosaico bizantino (547), esposa de Justiniano, era hija de un cuidador de osos del Hipódromo. Pero no sabemos cómo honrar la memoria de las víctimas de ETA (patético el espectáculo del Parlamento) o las de Amedo y los suyos.

Esta proclividad evocativa es en parte efímera como la fecha que la induce. Pero también hay algo en ella del espíritu de este tiempo. Muertas las utopías, nos queda la nostalgia (una forma de utopía retroactiva; así como la utopía no es sino proyección nostálgica de épocas imaginadas como doradas). Hoy renace la nostalgia por los buenos viejos tiempos, nostalgia por el multiétnico Imperio Austro-húngaro en Europa, por una izquierda radical entre los antiglobalistas, por el fugaz Frente Nacionalista de los 70 (Monzón, EGI, Txikia, Beltza, ETA) entre Egibar y Otegi. Una forma, como otra, de retorcer el pasado para perder el futuro. Hay herramientas, sin embargo, útiles para organizar ese pasado con provecho.

No, desde luego, como lo hiciera el personaje de Borges (Funes, el memorioso; uno siempre tuvo amigos leídos que le orientan), que lo recordaba todo, con todo detalle y sin categoría alguna. Recordaba la forma de las nubes la víspera de la acción de Quebracho o la hora y el minuto en que enterraron a María, la esposa del Inglés. Ésa no es manera de recordar.

Pero el hombre ha desarrollado sus herramientas de recuperación del pasado. Una es la Historia, que implica una reflexión crítica de la distancia que nos separa de él, y apelación a los hechos dignos de ser registrados -en la que no me detendré aquí-. La otra es la Memoria: un relato que refuerza un nexo con el pasado, hecha de ritos y de un cuerpo de símbolos que guardan una relación afectiva con el presente. Experiencia vívida que, por ejemplo, ha mantenido unidos a los judíos del mundo, pero, también, que ha permitido la condena moral, generación tras generación, del Holocausto nazi. Una herramienta de doble filo, por tanto. Historia y memoria colectiva son cosas tajantemente distintas.

Quien mejor ha reflexionado sobre la memoria ha sido Maurice Halbwachs (1877-1945), sociólogo francés y socialista. En 1939 publicó un artículo (La mémoire collective chez les musiciens) en que apelaba (como buena) a la memoria racional y culta de la obra de Wagner (Valkirias) frente a la memoria 'popular' usada por las charangas y la propaganda nazi. Él creía con ello optar por la racionalidad (frente a la barbarie y la irracionalidad) cuando en realidad estaba haciendo una opción política (antifascista; alejándose de la opción de izquierda pacifista de su hermana) y ética (humanista).

Cualquier opción actual por la memoria ha de tomar en consideración esos dos postulados: el político y el ético. Políticamente hoy en Euskadi se ha de optar claramente por el 'antifascismo' -dejando de lado el pacifismo de los terceravías-, se ha de ir contra ETA. Pero también hay que ser impecablemente humanista -como la memoria del Holocausto-. Nuestra memoria se ha de reescribir para hacer constar toda la infamia que padecemos. La de Miguel Ángel Blanco, la de Buesa o Yoyes, la de Hipercor, la de Lasa y Zabala y la de Segundo Marey. Es una reflexión que propongo con osadía a los colectivos de víctimas y a los profesores de Ética de nuestra enseñanza básica (faltos de temario). Así, quizá, sepamos descodificar la condena contra los leprosos en el tercer Concilio de Letrán de 1179.

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