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'Cataluña hoy', ¿por qué no? ÁNGEL CASTIÑEIRA / JOSEP M. LOZANO

El sociólogo Joaquín Arango explicaba en Barcelona, hace unas semanas, las conclusiones del estudio Percepciones y actitudes recíprocas entre catalanes y españoles. El trabajo, encargado por el programa Cataluña hoy, desvela que la mayoría de prejuicios y estereotipos que proyectamos sobre la identidad de diversos colectivos reposa en la ignorancia. La vigencia de los estereotipos contribuye a acentuar la visión problemática de la convivencia entre catalanes y españoles. A esto debemos añadirle, en algunos casos, la manipulación de los sentimientos ciudadanos en relación con temas vinculados a la esfera pública (desde el deporte hasta el agua, desde la lengua hasta los recursos económicos). La aceptación de la plurinacionalidad, pues, no tiene hoy sólo un problema de reconocimiento político sino también un problema de falta de conocimiento recíproco. Sólo los flujos informales de comunicación entre catalanes y españoles, a través de viajes, negocios, turismo o relaciones familiares extensas ayudan a paliar esta situación. Sin embargo, la España oficial, la de los periódicos, tertulias radiofónicas e informativos, la de los libros (no sólo de texto) y la de las universidades, continúa potenciando, según le convenga, o bien una imagen española culturalmente uniforme o bien, por el contrario, la imagen problemática y de enfrentamiento, ésta que precisamente el programa Cataluña hoy pretende contribuir a rectificar.A pesar de los objetivos del programa, desde el pasado mes de julio han aparecido en la mayoría de periódicos catalanes diversos artículos críticos, que han negado con rotundidad que la pedagogía pueda contribuir a resolver los conflictos entre Cataluña y España. Tres han sido los argumentos básicos que se han utilizado en contra de la campaña. En resumen, son los siguientes: 1) el prejuicio anticatalán es consciente y se apoya en la buena información, no en la desinformación; 2) no está claro sobre qué hay que hacer pedagogía, porque sin Estado propio no hay una voz común (catalana) políticamente legitimada para ello; 3) se recurre a la propaganda cuando falla la política (la propaganda se convierte así en el recurso de los impotentes). Vamos a intentar valorar dichas críticas de manera resumida.

En primer lugar, se comete un error de perspectiva importante. Se confunde a los ciudadanos españoles (mayoría) que viven con el prejuicio, con aquellos creadores de opinión españoles (minorías) que alimentan deliberadamente dicho prejuicio. A las escaladas anticatalanas protagonizadas por gente culta (periodistas, académicos y políticos) parece razonable contraponer buenas campañas dirigidas, no a los supuestos expertos, sino a los distintos sectores de la población española que desconocen dicha realidad. En este sentido, la campaña Cataluña hoy puede ayudar a paliar la nula presencia de los medios de comunicación catalanes, de su información y de sus mejores creadores de opinión, en el resto del estado español y, por tanto, a corregir dicho engaño. Creemos que es legítimo y necesario plantear cómo combatir el prejuicio, a pesar de que algunas de las estrategias seguidas para ello tal vez no sean las más adecuadas. Ante la segunda crítica, es forzoso plantear la pregunta: ¿qué hemos de hacer mientras no tengamos Estado propio, mientras no declaremos la independencia? Algunos consideran que la Generalitat no es una voz suficientemente representativa y legítima de los catalanes como para poder manifestarse en este sentido (se supone que tanto interna como externamente; es decir, en el concierto internacional). Lo peor del caso, en esta crítica, no es tan sólo que diluya los procesos democráticos de elección y representación política parlamentaria de nuestra autonomía, sino que tiende a negar al Gobierno catalán una competencia -la de explicarse y tener una presencia activa urbi et orbi, es decir, donde y cuando quiera: Davos o Bruselas, Washington o Madrid- que ni tan sólo el mismo Estado español cuestiona.

Por último, se aduce que la propaganda es el recurso de la impotencia política. Hay aquí un argumento perverso, sobre todo si tenemos en cuenta que quienes lo utilizan a veces pasan por ser expertos del mundo de la comunicación. La nueva sociedad de la información acentúa, si cabe todavía más, el hecho de que las futuras batallas culturales y políticas serán batallas simbólicas; es decir, se tratará de pugnas por conseguir incidencia y hegemonía no tan sólo sobre los contenidos de la información, sino sobre la misma agenda de temas que debatir y sobre las identificaciones socioculturales de los ciudadanos. El problema de Cataluña es más bien el contrario, que no ha tenido y sigue sin tener una estrategia inteligente de penetración e incidencia en la opinión pública española. El programa Cataluña hoy podría llegar a ser un intento fallido en su concepción o frustrado en su desarrollo, y podrá discutirse el acierto o no de las personas que lo lideran, pero sin duda, en su intencionalidad, es un proyecto necesario para Cataluña y no sólo en relación con los españoles, sino también en relación con Europa.

Àngel Castiñeira y Josep M. Lozano son profesores de ESADE.

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