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Tribuna:DEBATE DE POLÍTICA GENERAL 2000
Tribuna
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¿Libertad?

Josep Ramoneda

El mariscal desconcertó a sus propias tropas. El campo está minado de conflictos: Barcelona se despertó sin taxis, los transportistas y los cargadores siguen a la greña, las fronteras están bloqueadas, las empresas tienen dificultades para enviar las mercancías, los agricultores y los pescadores siguen sin encontrar respuestas satisfactorias a unas penurias que el precio de los carburantes agrava. Salió Pujol a la escena parlamentaria y dio un largo, larguísimo rodeo, sin la menor mención a los conflictos reales.Caben tres interpretaciones: que Pujol ha perdido sensibilidad política (precisamente aquel sexto sentido sobre el que había construido su fama de llegar a los problemas siempre antes que los demás); que Pujol rehúye responsabilidades para que toda la atención se concentre en el Gobierno del PP (lo cual casa mal con la pretensión de ser primera autoridad del Estado en Cataluña, reiterada en su discurso); o que, como maldicen en voz baja en altos despachos de Madrid, Pujol ha atizado el fuego de algunos de estos conflictos pensando en desgastar al PP. El lector escogerá la opción preferida.

Al obviar la actualidad política, el propio Pujol se complicaba el ejercicio. Si su intención inicial era demostrar que es falso que su Gobierno esté paralizado y falto de ideas, lo más razonable era decir alguna cosa sobre lo que hoy altera la normalidad cotidiana de los ciudadanos. Pero Pujol ha optado por un brevísimo balance de realizaciones y una inacabable lista de proyectos de futuro, atiborrados de cifras. De poco consuelo sirve a la ciudadanía saber las maravillosas infraestructuras que tendremos mañana si no recibe siquiera una palabra amable que haga más confortable su presente. Pujol había tenido siempre claro este principio de cercanía como norma de estilo político, pero esta vez parece haberlo olvidado.

Entre cifra y cifra, algún flash marca de la casa, que recordaba su capacidad para detectar los problemas importantes: por ejemplo, al advertir del riesgo de "una fractura informática generacional" o al subrayar como hecho más destacado de la historia de Cataluña del siglo XX "el descubrimiento de la inmigración". Cada uno de estos asuntos podía haber abierto el camino del sermón, en el que el presidente es experto, pero ayer no tenía ganas. Ayer tocaba enumerar un catálogo, sin matices ni entusiasmos. Ni siquiera levantó el tono para pronunciar las voces de ritual con las que acabó el discurso: necesitamos más dinero y más poder político.

Ofreció a la oposición el debate sobre "el edificio y el alma", aunque sospechando que a ésta no le interesaría. Me llamó la atención -y el ordenador me ha permitido verificarlo con certeza- que ni una sola vez en tan largo discurso apareciera la palabra libertad. Y he recordado que unas horas antes, en la cadena SER, Pasqual Maragall había dicho que la renovación del eslogan ilustrado, "libertad, igualdad, fraternidad", pasaba por una nueva tríada: "Identidad, cohesión, subsidiariedad". He constatado el enorme daño que ha hecho el llamado neoliberalismo reduciendo la libertad a la libertad económica, haciéndole perder de este modo todo su atractivo. Me he quedado preguntándome hacía dónde va Cataluña si el horizonte que su clase política nos ofrece se limita a algunas variaciones de comunitarismo. Y me ha venido a la memoria un artículo en el que Ralph Dahrendorf lamentaba la ausencia de la libertad en los textos de la tercera vía británica. Peligrosos aquellos tiempos en los que se puede creer que ya no es necesario luchar por la libertad. La de verdad, la de la emancipación individual, no la económica. Esta es el alma que da vida a los edificios humanos.

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