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57º FESTIVAL DE VENECIA

Bajo la mirada de los guardaespaldas

Barbet Schröder, el veterano director francés, presentó ayer La Virgen de los Sicarios, basada en la novela homónima de Fernando Vallejo. La película llega precedida por una fama de filme duro y técnicamente avanzado, porque está rodado con una cámara digital. Además de eso, se sabía que el rodaje en las calles de Medellín (Colombia) se desarrolló bajo la mirada de los guardaespaldas, porque la ciudad -y queda constancia de ello en el filme- es un territorio particularmente violento, poblada por niños-sicarios que trabajan a sueldo de los distintos carteles de la coca. Pese a todo, "el rodaje no fue difícil", dijo ayer Schröder, "y prueba de ello es que lo terminamos. Por descontado que teníamos medidas de seguridad; todos llevábamos guardaespaldas".La película cuenta el regreso a Medellín del escritor Fernando Vallejo y la desolación que encuentra a su alrededor. Una ciudad que desborda lujo y miseria, donde el ruido pretende enterrar el horror. Vallejo, que asistió al estreno del filme, del que ha escrito el guión, insistió en que se trata de una historia de amor antes que nada. La de un hombre maduro y amargado que se enamora de un chico de 16 años que se prostituye por dinero. Un chaval que asesina por dinero y por razones triviales, porque, en la ciudad sin ley, todos los de su clase hacen lo mismo.

Provocador

El filme está lleno de frases blasfemas que irritaron a más de un periodista, pero que Vallejo, un provocador nato, defendió hasta el final. "Yo no critico a Jesucristo, critico a Dios. Es Dios el que me enfada, porque lo ha hecho todo mal en el mundo". El escritor lanzó un tremendo alegato contra el Papa. "Vino a Colombia y gracias a sus prédicas nacieron cinco millones más de bebés. Más secuestradores, guerrilleros, atracadores; una maravilla. Yo me pregunto: ¿por qué no se hace cargo él de alguno de estos niños?".La película transpira un profundo anticlericalismo. Pero Vallejo sale malparado también en La Virgen de los Sicarios. Su personaje, el del escritor desencantado que regresa a Colombia a morir, resulta más literario que humano. Y el hecho incontrovertible es que vive en México, mientras sus amantes-sicarios pueblan los cementerios de Medellín.

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