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Tribuna:Área libreAdicciones de un hijo del siglo
Tribuna
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Ella Terenci Moix

Como cada agosto, me he visto obligado a descolgar el teléfono para no soportar el coñazo Marilyn Monroe. No por su acción directa, santa mía, que ya estará su cuerpo más podrido que el alma del verdugo Pinochet. La culpa es, como cada año, de las innumerables radios que han proliferado en este país y que, a falta de cadáver más exquisito que llevarse al micrófono, desentierran a la pobre Marilyn para llenar un rato de programa con un entrevistado que sepa de qué va el asunto. Pero suelen equivocarse en sus intereses; al igual que tantos peterpanes de mi generación yo puedo hablar de lo que significó Marilyn en mi biografía, su papel en el imaginario colectivo, sus características como mito cinematográfico, pero ya me coge muy para allá cuando surge el archisabido cotilleo sobre su muerte. La pregunta es inevitable: ¿Quién mató al comendador? ¡Y a mí que me cuentan, señores locutores! Ni que fuese yo Laurencia.El tema aburre, por sabido. ¡Otra vez los supuestos líos con los supuestos Kennedy! Por fortuna se ha ido disipando la que fue, durante años, otra pregunta favorita y objeto de polémicas incluso cultas: ¿Era buena actriz o sólo una vulgar vampiresa sin seso? Y digo que se ha ido perdiendo "por fortuna" porque ya deben estar criando malvas los críticos imbéciles que se dedicaron a mortificarla negándole cualquier asomo de talento. Tanto es así que al estrenarse La tentación vive arriba, uno de esos plumíferos escribió: "Agárrense a la butaca, señores: la Monroe puede actuar". ¡Cretino de mierda! Como si, tres años antes, Los caballeros las prefieren rubias y Cómo casarse con un millonario no hubiesen confirmado en Marilyn a la mejor commediènne del cine americano desde la intocable Carole Lombard. Lo que nuestra rubia favorita tuvo que sufrir por culpa de los aristarcos sólo es comparable a lo que sufriría bajo la dictadura de Darryl F. Zanuck, que la consideraba poco más que una perra de arrabal. Como una especie de venganza poética, ella ha sobrevivido a su época e incluso a mi generación. Las más recientes, las que vinieron al mundo con el videógrafo bajo el brazo, le han rendido culto a través de una inmortalidad ya establecida, pero otras estrellas -Garbo, sin ir más lejos- no han pasado la prueba, pese a ser inmortales con pedigrí. Hoy en día, en las tiendas de coleccionismo cinematográfico, las fotos de Marilyn son casi las únicas que todavía se cotizan alto. Y es que continúa atravesando pantallas. Es carne que parece carne, como dijo Laurence Olivier.

¿Y qué significado tuvo para nosotros, los peterpanes de los años cincuenta? La revelación del erotismo, claro; pero no sólo esto. La magia del color por De Luxe en un universo gris. La irrupción del cinemascope como símbolo de grandiosidad. El supremo artificio del llamado glamour.... Marilyn, como tantas cosas del entrañable cine de ayer, se ha convertido en una referencia; el icono que me permite medir el inexorable paso del tiempo. Marilyn incendió las pantallas con Niagara en 1953. El cinemascope llegó en el 54. Cuando ella murió ya corría el 62. La verdad, Jaime Gil de Biedma -I miss him!- se equivocó cuando dijo que de todo hacía casi veinte años. Hace ya cuarenta por lo bajo. Mal asunto el de la maldad del Tiempo. Feo, puto asunto.

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