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Viladecans y Ripollet reciben a las familias de los jóvenes muertos con flores y aplausos

El viaje de ida había sido una pesadilla de incertidumbre. El de vuelta fue un mal sueño de certeza. Las familias de los veintitrés adolescentes que el jueves dejaron la vida en una carretera de Soria regresaron ayer al anochecer a las localidades de Ripollet y Viladecans seguidos de una estela de féretros. "Ya llegan, ya llegan". Cerca de 3.000 vecinos esperaban en ambos pueblos a las familias con rosas, claveles y un silencio sobrecogedor. Cuando flanquearon las puertas de los colegios de Sant Esteve y Modolell estallaron los aplausos. Fueron muchos, pero no pudieron ahogar gemidos aislados.

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Los vecinos llevaban esperando en la calle, en muchos casos, más de cuatro horas. "Necesito estar aquí", justificaba su presencia ante el Colegio de Modolell una enfermera amiga de una de las familias de Viladecans golpeadas por el siniestro. Era una voz triste en un mar de voces tristes.La espera no concluyó con el desfile de coronas de flores, ni con el de ambulancias. Ni siquiera con el de los coches fúnebres que transportaban los cadáveres, ni con el de los dos autocares en los que viajaban padres que se sentían morir. Tras su entrada, donde se instaló la capilla ardiente, el gentío se agolpó para entrar. Pero el respeto a la intimidad de las familias y allegados impuso de nuevo la espera. El reloj marcaba casi las diez de la noche y continuaban esperando. En las manos, claveles blancos y rosas rojas.

El pueblo entero había amanecido desangelado. No hizo falta esperar a que el Ayuntamiento de la localidad formalizara tres días de duelo, una vez hubo regresado de Soria el alcalde, Jaume Monfort, para que numerosos comercios empezaran a colgar carteles: "Mañana, cerrado todo el día". Las tiendas de comestibles abrirán sólo hasta el mediodía. La Cruz Roja espera casi 6.000 personas para los funerales, que se celebrarán esta mañana.

Los cinco minutos de silencio que se guardaron a las 12 del mediodía los presidió la delegada del Gobierno en Cataluña, Julia García Valdecasas. Y lo hizo "a pesar de que la solidaridad ya no sirve de nada", dijo.

Las escenas de Ripollet eran calcadas. "Ninguno de mis amigos sigue con vida" comentaba, casi incrédulo, Juan Francisco Bellón, de 15 años. "Nos lo temíamos cuando nos dijeron que nuestros amigos habían decidido sentarse en la parte delantera". Hacia las seis de la tarde, más de 1.000 personas se concentraban alrededor del pabellón a la espera de los coches fúnebres y del autocar con los padres que se habían desplazado el jueves a Soria. En el interior todo estaba preparado para atender a padres y familiares. Las sillas se distribuyeron para que las familias pudieran ser atendidas por un psicólogo.

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No eran aún las siete cuando empezaron a llegar los coches, diez en total, nueve con niños y niñas y uno con los restos de la monitora Ingrid Cárceles, de 19 años, que jugaba en un equipo de baloncesto de Cerdanyola.

Cada vez que un féretro era introducido en el pabellón, la multitud aplaudía. Unos minutos después llegaba el autocar con los padres de los fallecidos. También fueron recibidos con un aplauso. Al pie del autocar les esperaba un psicólogo que les acompañó hasta el pabellón. En el interior hubo abrazos e imágenes de dolor, gente que ni tan siquiera podía sostenerse en pie. Primero entraron los hijos que se habían quedado en Ripollet, después los familiares más cercanos. Hubo una petición: que tan sólo entraran los que realmente creían necesario tener algún contacto con las familias. La recomendación era esperarse hasta mañana. Por el megáfono, el concejal de gobernación, Eduard Martínez, no cesaba de pedir que "no haya tanta gente, pedimos un respeto". Dentro, hubo desmayos. Pocas horas antes, a las doce del mediodía, Ripollet decidió sumirse al duelo con cinco minutos de silencio. Al acabar, llegó la noticia del fallecimiento de otra joven, Raquel Villegas. El portavoz de la escuela, Juan Jiménez, lo resumía así: "Nuestra impotencia es absoluta, acabamos de saber que hay otra joven muerta. No dejamos de restar".

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