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Contra la arquitectura

Hace algunas semanas, estas páginas se hacían eco de la lenta desaparición de edificios de principio de siglo de la ciudad de Alicante. Al no ser edificios de relevancia extrema que los convierta en objeto de protección, son presa fácil e indefensa de una piqueta insensible a lo culturalmente valioso. Se trata, no obstante, de edificios de los años veinte y treinta, levantados con gran respeto en el tratamiento de las volumetrías, con unas prácticas constructivas artesanales hoy desaparecidas -enrejados, balconadas, decoración de las fachadas- y que conservan las trazas estéticas del modernismo o las racionalistas propias del movimiento moderno. Sin duda son parte de la memoria de una arquitectura y de un tiempo definitivamente aniquilados con la llegada del alicatado barato, el gotelé y la jauría volumétrica de los setenta. Son edificios que vemos restaurados con mimo en todas las medianas ciudades europeas y que aquí son sustituidos por construcciones absolutamente anodinas, insípidas, que hacen de las ciudades lo que nuestra memoria de las personas vulgares, de las que por no acordarnos, no nos acordamos ni de su cara. En Valencia la ciudad se expande por grandes avenidas repletas de rascacielos y rotondas, alejándose del modelo mediterráneo de calles y plazas, situado en las antípodas del gigantismo. Mientras tanto, el debate urbano se centra en la prolongación de una avenida que desde Viveros es un pequeño diccionario de la arquitectura de nuestro siglo.

Los chalets inspirados en la ciudad jardín que planeara Arturo Soria, la Facultad de Farmacia (Mariano Peset), el racionalismo del colegio mayor Luis Vives (Javier Goerlich), las inquietudes del movimiento moderno tan bien plasmadas en la Facultad de Derecho (Fernando Moreno), el edificio de la Conferencia Hidrográfica del Júcar (Miguel Colomina) y el colegio Guadalaviar (Fernando Martínez), frente al colegio del Pilar (Cayetano Borso), obra de lenguaje diferente. Desde el cruce con Cardenal Benlloch hacia el mar lo que queda con más sabor del resto de avenida es el ejemplo de la arquitectura vivendista del barrio San José construido en 1945. Este último tramo es nuestro particular Pripiat, ciudad dormitorio para los obreros de la central de Chernóbil en la que abundan los bloques de veinte pisos en vaga alienación a los que la radioactividad ha reconciliado con un destino que nunca debió ser otro que el de permanecer deshabitados. En fin, todo sea que nuestro Pripiat alcance el mar.

En el Espai d'Art Contemporani de Castellón, otra ciudad que compendia algunos de los males antes reseñados, se nos ha mostrado durante estas semanas una exposición que bajo el título de Contra la arquitectura reúne las propuestas de aquellos creadores que reaccionaron a partir de los sesenta contra una arquitectura deshumanizada, la pura mercantilización del espacio y la aniquilación de la memoria que encierran los lugares. Su repudio y su desconsuelo ante una arquitectura tan banal es el mismo que sigue alimentando nuestra disconformidad ante el feísmo, la desmesura y la amputación sin contemplaciones que describíamos al principio de estas líneas. La muestra de Castellón se centra en un panorama de las arquitecturas que nacieron en los sesenta como contestación al urbanismo expansivo y cada vez más deshumanizado. Es el momento en el que los italianos de Archizoom imaginan sus ciudades utópicas, mientras los británicos de Archigram mezclan en sus planos el collage con el cómic en un intento de mostrar espacios de encuentro, donde la uniformidad triste del hormigón se sustituye por los colores chillones y los espacios esféricos. Durante los cincuenta y los sesenta las ciudades se expandieron ocupando los solares periféricos, eso que en francés se denomina tan simbólicamente como terrain vague, término éste el de vague cuya polisemia, como explica Chevrier, remite en francés a "ola" y "vago", palabras que sugieren muy bien esas indefinidas playas de cemento vertical que a modo de frontera circundan las ciudades, tal y como se plasma sombríamente en algunos exteriores de las películas del neorrealismo italiano.

Por otra parte, en la planta baja del museo de Castellón, se nos presentaba la obra de artistas que han hecho de la arquitectura materia de sus metáforas creativas. Circulando de Dan Graham a Absalon destaca la figura de Gordon Matta-Clark, el malogrado hijo del pintor surrealista chileno Roberto Matta, que convirtió los espacios arquitectónicos en su área artística natural: desde las fotografías de las paredes de las habitaciones que quedan a la vista en los derribos a sus más conocidas perforaciones en los edificios. Sus intervenciones arquitectónicas son una búsqueda de la memoria perdida de los espacios: "Conical Intersect" es la trepanación, en forma de cono, sobre el edificio de la rue Beaubourg que se iba a derribar mientras se alzaba a su lado el Centro Pompidou de París. La hendidura abierta permite leer las páginas interiores del edificio y reclama esa construcción de la historia a partir de la memoria que atesoran los espacios y que escapa por sus grietas, tal y como concluía Walter Benjamin tras su lectura del urbanismo parisino del fin de siglo. En otras intervenciones, Matta-Clark agita las convenciones arquitectónicas hasta reventarlas: escinde ventanas imposibles o abre media circunferencia en el frontispicio de una gran nave industrial abandonada del puerto de Nueva York, convirtiéndola en una catedral imposible donde la luz entraba por primera vez para iluminar el vacío de una forma tan insólita como inútil.

Las fisuras imposibles de Matta-Clark nos siguen proporcionando aquello que exigimos en primer lugar del arte: emoción. Nos siguen emocionando por su salvaje mezcla de radicalidad imposible. Si hoy lo tuviéramos entre nosotros deberíamos buscarlo (y seguro que lo encontraríamos, radial en mano), en las naves abandonadas de la Cross, al final del antiguo cauce del Turia, ejemplo próximo de la ruina contemporánea abandonada que patentiza la repulsión inculta hacia la memoria.

Manuel Menéndez es profesor del Centro de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación del CEU-San Pablo.

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