_
_
_
_
_
EUROCOPA 2000

Inglaterra liquida una vieja deuda

El equipo de Keegan consigue derrotar con un fútbol plomizo a su antiguo enemigo después de 34 años

José Sámano

INGLATERRA- ALEMANIA 1-0

Inglaterra por fin saldó una vieja deuda con el fútbol alemán que ya duraba 34 años, los que ha tardado en bailar de nuevo a su enemigo de toda la vida en un partido de alto rango. Los ingleses aliviaron el desaire tras un duelo rugoso y plomizo, sostenido únicamente por las raíces de estas dos superpotencias futbolísticas. Dos equipos que se comportaron como gigantes dormidos, con excesivas tachaduras en su fútbol. Tantas como para trazar un partido indigesto por momentos, sobre todo en su primer curso, cuando uno y otro equipo consiguieron silenciar las gradas, algo impensable cuando se juntan 25.000 alborotadores con la garganta resacosa.

Pero el juego ordinario hace sestear a cualquiera. Y Alemania e Inglaterra, dos equipos con tanta solera, desprenden tanta épica como vulgaridad. La causa no es otra que el racimo de jugadores toscos y desfasados que ofrecen uno y otro en estos tiempos, nada que ver con el pasado luminoso de ambos equipos.

Más información
Los 'hooligans' convierten Bruselas y Charleroi en campos de batalla

En plena revisión de su fútbol, los ingleses aún no se han atrevido a jubilar a tipos como Ince, Keown o los hermanos Neville, una estirpe de picapiedras de la que siempre han presumido sin tener motivos. Los alemanes, que llevan años en el túnel, ni siquiera han iniciado la transición. Beckenbauer sostiene que no hay nadie en la cuna de la Bundesliga, y la titularidad de Matthaeus, un tipo al que le peinan los años, le da la razón. Exprimen a sus viejas glorias porque hace décadas que se les secó el pozo.

Tienen un agujero negro del que rescatan, por ejemplo, a Jancker, un delantero tan flexible como la Torre Eiffel. Una estaca sobre la que, como ocurrió ayer, hacen girar todo su juego. La tenga quien la tenga, la pelota coge vuelo para que Jancker ponga el casco. Un argumento que deleitó a Campbell, un fornido central, que le aguantó todos los asaltos encantado con ver la pelota de frente y por los aires. Un duelo que escenificó fielmente el guión del encuentro. Cuando Alemania intentó muy esporádicamente cambiar de marcha no le sirvió de nada. Como sólo Scholl tiene voluntad para tocar y dar un poco de sentido al juego, el enganche del Bayern acabó convertido en un marciano para sus supuestos aliados.

Al fútbol cavernario de los alemanes, Inglaterra, que tiene un poco más, contestó con la misma receta. Acobardada quizá por el peso de la historia y por su tropiezo de frente a Portugal, la selección de Keegan estuvo medio partido en la sala de espera. Cedió la pelota de forma descarada a su rival y se limitó a buscar alguna rendija en la zaga alemana por donde explotar la velocidad de Owen. Algo imposible para futbolistas como Ince o Wise, dos bravucones que se han hecho un nombre en las Islas por su vocación para segar el césped. Con otros lanzadores, el recurso de Owen hubiera tenido cierto sentido. Al fin y al cabo la joya del Liverpool se las veía con Matthaeus, que ya era internacional cuando él no había cumplido el año. En las direcciones que determinaban Jancker y Owen discurrió la mayor parte del choque. La noche no tuvo otro remedio que Scholes, el jugador más razonable de Charleroi.

El rechoncho pelirrojo del United se multiplicó para reparar los estropicios de Ince en la construcción y para desahogar a Owen y Shearer en el ataque. Dos remates suyos y un cabezazo de Owen que desvió Kahn al poste aliviaron el espectáculo. A Scholes -que terminó lesionado- poco a poco le auxiliaron algunos compañeros, caso de Beckham, un interior muy notable mientras no le chispean los cables. Sobresaliente sobre todo por la pegada con el interior del pie derecho, que dibuja roscas muy dañinas. Más o menos como la que dio origen al gol de Shearer, que esperó pacientemente en el segundo palo a que un alemán tras otro se comieran los amagos que hacía la pelota golpeada por Beckham en el lanzamiento de una falta. El capitán inglés acertó a colocar la cabeza y fulminó a Kahn.

El gol dio un aire más brioso al encuentro. El fútbol sufrió el mismo castigo, pero al menos le alimentó la emotividad. Siempre a lo suyo, Alemania empujó cuanto pudo, pero hoy día sólo tiene fogueo. Le queda el respeto que se merece su historia, por lo que Keegan, asustado tras un remate de Kirsten que dejó boquiabierto a Seaman, decidió retirar a Owen para embarullar aún más el centro del campo con Gerrard. Todo una declaración de intenciones. Un gesto que metió a Inglaterra en la cueva para siempre y dejó a los alemanes a la intemperie hasta el final. Porque no dan para más. Inglaterra tampoco levanta pasiones, pero 34 años después de su única victoria grandilocuente y tras décadas de penumbras, al menos ha puesto la lavadora en marcha. Resuelto el caso alemán, le queda una deuda con la estirpe de Bobby Charlton.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_