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Del buen Congreso JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

En vigilias de las elecciones autonómicas se atribuía a los capitanes del PSC y a su entorno el siguiente cálculo estratégico: "En estas elecciones ganamos seguro: o nos cargamos a Pujol o nos cargamos a Maragall". La mano invisible del sufragio universal quiso que se diera la única hipótesis en que ni Pujol -que siguió como presidente- ni Maragall -que obtuvo más votos- salían derrotados. De modo que el único caído del ciclo electoral que terminó con las legislativas ha sido Narcís Serra, el hombre que tenía que poner a los capitanes en vereda. Llega ahora el congreso del PSC que debe consagrar el nuevo orden socialista. Y llega sin ruido, con casi todo el pescado vendido, después de que Maragall y Montilla hayan pactado discretamente el reparto del poder. De modo que se espera un congreso tranquilo, que es el sueño común de los líderes políticos y de las burocracias partidarias.Sobre qué es un buen congreso habría mucho que discutir. A simple vista parece que de un congreso debe salir un liderazgo representativo y un programa estratégico ampliamente asumido. A menudo, estos dos objetivos parecen incompatibles con un debate abierto y con votaciones competitivas. En esta confusión la cultura partidaria y los medios de comunicación se alimentan mutuamente. Cuando el líder impone su liderazgo y sus tesis sin apenas oposición y con votaciones a la rumana se habla del gran éxito de un partido fuerte y unido. La cúpula del partido se fotografía con sonrisas de oreja a oreja y la prensa se vuelca en elogios. Se da por supuesto que la fortaleza del líder y el buen orden partidario son incompatibles con un debate abierto y con la pugna democrática entre personas y tendencias. De ahí que cuando un partido tiene un líder indiscutible los congresos se convierten inexorablemente en puros rituales a mayor gloria del jefe. Y, sin embargo, deberíamos ser más exigentes con la calidad democrática de los congresos. Entre las obligaciones de los partidos está predicar con el ejemplo democrático.

La novedad precongresual ha sido que, por una vez, Pasqual Maragall ha negociado directamente su relación con el aparato del partido. Le costó entender que quien quiere asumir el liderazgo del partido debe arremangarse y entrar en las cuestiones de la vida cotidiana del mismo, pero finalmente lo ha asumido y ha trabajado con sigilo para que todo estuviera bien atado antes del congreso. La proximidad del congreso del PSOE, que se augura tempestuoso, empuja más todavía a los socialistas catalanes a dar una imagen suplementaria de orden y disciplina. El PSC va bien, mientras el PSOE se baña en la charca del desconcierto.

Sin embargo, el hecho más importante del congreso del PSC es que se ha hecho explícito el pacto entre catalanes de siempre y nuevos catalanes, como ha dicho Pasqual Maragall. Sobre este pacto se fundó el partido. Pero había operado siempre como la verdad oculta, como aquello que todo el mundo sabe pero nadie dice. Maragall lo ha consagrado, al formar tándem con José Montilla. Y él mismo ha tenido interés en subrayar este sentido. No es un hecho menor, porque podría simbolizar el fin de la esquizofrenia de un partido que actuaba con claves distintas en cada una de las elecciones a las que acudía. Quizás Maragall haya entendido por qué no ganó las elecciones autonómicas.

Con un líder aceptado por todas las familias del partido y con un aparato de organización lejos de entrar en quiebra como el de Ferraz, el PSC puede organizar un congreso sin nervios ni histerias. En los últimos congresos había un desequilibrio entre liderazgo y aparato a favor de este último. El resultado de las autonómicas asegura, por un tiempo, cierto statu quo. Los tiempos en políticos siempre son cortos. Y éste no va más allá de las próximas autonómicas. Entonces, si Pasqual Maragall gana el imán del poder, renovará por cuantas legislaturas dure el pacto actual y si Pasqual Maragall pierde el equilibrio ahora conseguido, saltará hecho trizas y probablemente se volverá a empezar en una clave muy distinta.

La precariedad de este equilibrio, sin embargo, no justifica la ausencia de debate precongresual. Hay en la izquierda una desorientación que requiere respuestas. Como ironizaba recientemente Raimon Obiols, si un partido se llama socialista, está federado con otro partido socialista y pertenece a una internacional socialista, debe explicarnos qué significa ser socialista. Y si no sabe explicarlo que lo diga. Y que se llame a cada cosa por su nombre. Se lleva demasiado tiempo jugando con la confusión de las palabras para no enseñar del todo las cartas. Los liderazgos son insuficientes si no se es capaz de explicar qué se ofrece que no ofrezcan los demás. El miedo a ser distinto ha perjudicado demasiadas veces al PSC. Después de 20 años de infructuosa estrategia, los socialistas pueden aspirar a conseguir el poder sin hacer nada, por desfallecimiento de CiU. Y es posible que lo consigan. Quizás este cálculo sea una de las claves de la discreción de este congreso: cuanto menos ruido mejor. Pero es un triste consuelo. La ciudadanía de izquierda tiene derecho a exigir algo más.

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