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EL PROCESO DE MUNDIALIZACIÓN. Los valores (los económicos y los éticos)

El autor alerta contra el riesgo de quelos criterios económicos invadan parcelas

de la vida cotidiana y la ética.Uno de los padres de la Escuela de Chicago, Frank Knight, reflexionaba en 1922 sobre las relaciones entre la Economía y la Ética, y aseguraba que ambas "mantienen de modo natural relaciones bastante íntimas, dado que ambas tratan del problema del valor", si bien, en aras de trazar una frontera divisoria entre los dos enfoques, aclaraba Knight que "no sólo la gran mayoría de los economistas, sino una parte no desdeñable de los pensadores que cultivan la ética, no han creído realmente en ella en otro sentido que en el de la economía más o menos glorificada". Efectivamente, tanto la Economía como la Ética se ocupan de los valores, valores de cambio la primera y valores humanos la segunda. Ambos tipos de valores son importantes para la vida, y ambos ocupan y han de ocupar un lugar que la propia naturaleza de las cosas hace tangente cuando no común. El caso es que la evolución de los acontecimientos, y seguramente de las consecuencias no deseadas de éstos, parece estar llevando a que la cuestión relativa a los valores tecnológicos, y financieros en general, ocupe parcelas paulatinamente más grandes en el pensamiento y en la vida cotidiana de esta sociedad globalizada. Y ello no ha de ser un problema per se, si no fuera porque es en detrimento del otro tipo de valores, los éticos, hasta tal punto que, dando la vuelta al razonamiento de Knight, lo económico va camino de convertirse en una ética glorificada.

Recientemente, el Fondo Monertario Internacional ha declarado que la economía mundial está creciendo de forma impresionante, y estima una tasa de crecimiento para este año del 4,25%, y de un 3,9% para 2001. Ese bienestar eufórico, que los grandes maestros de la Economía Política (Adam Smitn y David Hume, por ejemplo) no dudaron en relacionar con una mejora de la sensibilidad moral de la población, no ha sido suficientemente elevado como para que los parlamentarios europeos se solidarizaran simpáticamente con los hambrientos de Etiopía, y acudieran a votar en Estrasburgo a favor de un incremento de la ayuda humanitaria a este país desolado. Quizá el coste de oportunidad de tal comparecencia era demasiado alto. Queda el beneficio de la duda de saber cuál hubiera sido su actitud si en lugar de debatir y votar lo de Etiopía se hubiera tratado otro asunto más rentable.

Sin ánimo de caricaturizar lo ocurrido en Estrasburgo, que puede ser un buen botón de muestra, volvamos a los valores. Max Weber creyó encontrar en la rígida responsabilidad moral del protestantismo ascético el origen del capitalismo moderno y su impresionante potencial de desarrollo económico. El principio según el cual la honestidad es la mejor política en el mundo de los negocios era para Weber una explicación verosímil del éxito económico de los empresarios protestantes: "Los ateos no se fían unos de otros en sus asuntos; se dirigen a nosotros (los protestantes) cuando quieren hacer negocio; la piedad es el camino más seguro para alcanzar la riqueza" (Max Weber, Historia económica general). Parece razonable que los valores morales puedan ser una causa importante de la eclosión de los valores monetarios, ahora bien, la ideología del pensamiento único pasa por alto esa relación causal, y centra su retórica exclusivamente en el capital riqueza descuidando lo que podría denominarse capital ético o sociabilidad basada en los valores morales.

Un visionario de la globalización económica y política basada en la democracia liberal y la economía de mercado, Francis Fukuyama, quien con su libro El fin de la historia y el último hombre (1992) contribuyó en los primeros noventa a la consolidación de la ideología del pensamiento único, ha encendido recientemente la luz de alarma. Tanto en La confianza (1995) como en el recientemente publicado La gran ruptura (1999) avisa sobre los efectos nocivos que la economía de mercado globalizada está ocasionando al complejo entramado institucional sobre el que se asienta la sociedad mundial. Los valores éticos, la sociabilidad moral, retroceden ante la agresividad contundente de lo económico, lo cual mina los cimientos tanto de la democracia liberal como del propio mercado. Afirma Fukuyama que si bien se ha venido produciendo un importante avance en la extensión de la democracia y del mercado a nivel global, "esta tendencia progresiva no es por fuerza evidente en el desarrollo moral y social. La tendencia de las democracias liberales contemporáneas a ser presa de un excesivo individualismo constituye quizá su mayor debilidad a largo plazo".

Aunque estos razonamientos no van por ahora más allá de una mera conjetura, sí es cierto que dentro de la nube de bienestar en la que parecemos hallarnos, va tomando forma un incipiente movimiento de protesta (también multinacional) que se ha hecho oír tanto en la Cumbre de la Organización Mundial de Comercio de Seattle del pasado noviembre como en la reciente reunión del Comité de Desarrollo del Banco Mundial celebrado en Washington. James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, ha relacionado estos disturbios callejeros con la incertidumbre asociada a la globalización y con una generalizada pérdida de autoridad (credibilidad) de las instituciones. Los incidentes de Seattle y de Washington recuerdan sustancialmente al movimiento social que causó revueltas contra la guerra de Vietnam y el mayo francés de 1968. Todo empezó como una brizna marginal y acabó tambaleando a más de un gobierno. Salvando las distancias, si la ética glorificada de lo económico no se preocupa de los valores éticos, esos que además del bienestar material conforman la felicidad humana, no se podrá prever el descontento que conduce a situaciones explosivas de cambio institucional (a veces violento y destructivo). Mientras que la retórica del pensamiento único siga confundiendo valores con precios, su distancia de muchas de las cuestiones relativas a la compleja naturaleza humana será creciente, y aunque quizá no se pueda cuantificar, los efectos sí son reales.

José Luis Herranz Guillén es profesor asociado de la Universidad Carlos III y socio director de M3 Consultores.

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