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Oso, conejo, tiburones y URV XAVIER BRU DE SALA

Cuando Unamuno comparó al catalán con una espingarda y el castellano a un máuser no podía prever que, casi un siglo después, una comparación ajustada hablaría más bien de un oso y un conejo. Las lenguas no son antiguallas por ser pequeñas. Pero el tamaño del español es mucho mayor que un máuser. Incluso la prestigiosa Science se plantea una edición en spanish, algo que Unamuno no podía imaginar. Por eso, se supone, en nuestros tiempos de ecológica preservación, que los osos deberían ser conscientes de su tamaño cuando disputan con un conejo. Por el mero hecho de ser tan grande, el castellano tiende a aplastar, incluso sin proponérselo.No creo que sorprendiera a muchos el modo con el que los diputados catalanes cerraron filas a favor de la Rovira i Virgili, su rector y el ahora suspendido reglamento de usos lingüísticos. Incluso el PP evitó meterse en honduras y recurrió a un argumento pintoresco -el Parlament no es un tribunal de casación- para que no hubiera unanimidad. En medios catalanistas y paracatalanistas es unánime la percepción de que lo importante no es aquí el motivo -relegado a la condición de excusa-, sino el asedio, la campaña contra la normalización del catalán, que rebrota una y otra vez, y ahora su derivada judicial. Imagino que, más que como un conejo ante el oso, se sienten en un barco alrededor del cual merodean tiburones, siempre dispuestos a lanzar dentelladas buscando el ángulo que más les favorece ante las cámaras. Esta vez exhiben incluso víctima, una nueva Agustina de Aragón, represaliada por su increíble arrojo: gracias a su sacrificio, los sagrados derechos de unos estudiantes prevalecieron sobre una norma injusta. Así, el acto de entregarles la versión en castellano de un examen se eleva a la categoría de símbolo contra el opresor nacionalista y sus cobardes y aquiescentes compañeros de viaje, los políticos. La rebelión es una heroicidad, amparada además por la justicia, atenta a reparar los costes y proteger a los paladines que se enfrentan al idioma invasor. Al conejo invasor.

Más o menos así se perciben las cosas desde el bando mayoritario. Sus belicosos y significativos oponentes quisieran asegurarse de que el catalán se conforme con una aseada posición residual y deje de molestar. Detrás de la normalización se esconde, según ellos, un criptomonolingüismo que afectaría incluso a muchos de los que se ganan la vida escribiendo en castellano. Hay monolingüistas, claro, pero cada vez menos y cada vez lo tienen peor. Pocos son, en cambio, entre los que oponen bilingüismo a normalización, los que no manifiestan rechazo, cuando no aversión, hacia el catalán. No debe extrañar, pues, que el Parlament les niegue la razón. En estas circunstancias, piensan los diputados, dársela equivaldría a abrir una vía de agua de la que el idioma pequeño saldría perjudicado.

No he especificado que el oso pesa 300 millones de miligramos y el conejo 50 veces menos. Lo expreso en miligramos para hacer notar que la mole está compuesta por el mismo número de parlantes individuales, y los individuos no son menos importantes que el tamaño total de su lengua. Por más que diga el Parlament, el reglamento de la Rovira i Virgili está mal. Si alguien pide un examen en castellano, hay que dárselo sin que medie ningún tipo de filtro entre la petición y la entrega. Creo que el reglamento cumple con la letra y la intención de la ley, ya que no niega a nadie el derecho a disponer de un examen en castellano en una prueba general de este tipo. Supongamos por un momento al estudiante que lo reclamó hablando con los redactores de la norma y no con una activa militante del "bilingüismo". No dudo que, ante su presumible insistencia, le hubieran entregado la versión solicitada, pero primero habrían comprobado si el elevado grado de sus dificultades de comprensión así lo requería. Esto, el examen verbal de catalán previo a la entrega de la copia castellana, es lo que está mal. Dado el grado actual de conocimiento del idioma, incluso entre muchos de los que se ganan la vida enseñándolo, es admisible, ante la petición del estudiante, una pregunta del tipo: "¿Tiene alguna dificultad concreta de comprensión que pueda aclararle o lo prefiere en castellano?". La distinción no es casuística. Una pregunta y una respuesta como máximo según el principio, por cierto recordado por el consejero Mas-Culell, de que hay que dar el examen en castellano a quien lo pida. No lo especificó, pero al leer la entrevista entendí que la respuesta era rotunda. Huelgan pues filtros, por más que se ajusten a derecho, por apoyo parlamentario que consigan.

La política lingüística, además de serlo, deber aparecer como respetuosa en extremo hacia los derechos individuales, sin otros límites que la discriminación positiva regulada por ley. Sin discriminación positiva, el conejo sería aplastado. Con este tipo de filtros sólo se consigue mordisquear las garras del oso. El problema ahora es rectificar este y otros errores, que pueden ser significativos pero que son de menor cuantía, sin dar la razón a quienes pretenden utilizarlos como excusa para ir contra el difícil proceso que pretende dar con una posición más o menos viva del catalán allí donde nació. Es preciso rectificar. Hay que buscar la manera de hacerlo sin que el conejo pierda espacio vital. El reglamento está mal. Lo que importa al catalán es acabar con unos conflictos y disputas de las que siempre sale perdiendo.

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