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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Un estudio en Gràcia XAVIER MORET

Xano Armenter pasea por su estudio con una satisfacción evidente. Tiene motivos para hacerlo, ya que es lo más parecido a un loft neoyorquino que ha podido encontrar en Barcelona. Camina a grandes zancadas por la enorme sala tapizada de pinturas y de esbozos, elogia la luz que entra a raudales por las ventanas y se alegra de que sobreviva un cierto aire industrial, de cuando incluso las fábricas se concebían a escala humana. Y, por si fuera poco, tras la puerta le espera Gràcia, un barrio con una personalidad evidente y con mucha vida en la calle. Con restaurantes que permiten dar unas cuantas vueltas gastronómicas al mundo y cines de nivel europeo, con viejos que hablan solos por la calle y niños que juegan en las plazas, con extranjeros largamente residentes, bares con sabor a pueblo y locales musicales que no parecen cerrar nunca. Gràcia, en este sentido, también tiene algo de Nueva York. Será por la dichosa globalización."Todas mis etapas están marcadas por un cambio de estudio", reflexiona Xano. "Cuando entré en éste por primera vez, enseguida imaginé el tipo de pintura que haría". Fue, según cuenta, como un alud de imágenes, como ese remolino que dicen que sienten los hombres que están a punto de morir: una película acelerada que resume los momentos clave de su vida. El trabajo de Xano consiste ahora en intentar fijar en las telas esa avalancha intuida, en no defraudar las expectativas que él mismo entrevió al llegar al estudio. Le cuesta, pero no desiste. Sabe que lo logrará.

En 1980, con 24 años, Xano Armenter se marchó a Nueva York. Permaneció allí 10 años en los que se formó como pintor, expuso en galerías de prestigio, trabajó con Milton Glaser y recibió la visita de los incontables peregrinos que acudían a "hacer la mili artística" a la reverenciada gran manzana. En su estudio de Gràcia cuelga ahora un gran cuadro de tonos blancos, negros y grises que ilustra a la perfección aquellos años: edificios altísimos, patios traseros, cielo plúmbeo, bosque urbano.

"Lo pinté en el estudio que tenía en la calle 26", recuerda. "También aquel ambiente marcó una de mis etapas. Entonces me gustaba un expresionismo un poco tétrico, gris, muy figurativo. Sin embargo, después del nacimiento de mi hija Caterina, ahora de ocho años, me di cuenta de que quería hacer algo más abstracto y más alegre". Así nacieron los cuadros que expuso hace un par de años en Barcelona: como explosiones de confeti llenas de color y de alegría.

Xano Armenter permaneció en Nueva York hasta 1990. Después vivió un par de años en Barcelona, hasta que la euforia olímpica se esfumó y las perspectivas artísticas de la ciudad parecieron evaporarse en el aire. En 1992 volvió a Estados Unidos, pero cambió la frialdad de Nueva York por el sol de California. "Tenía un estudio cerca de Hollywood", recuerda, "una casa de ladrillos de principios de siglo que había sido un antiguo motel en el que, según decían, se había alojado Charles Chaplin. Después fue una especie de museo del rock and roll y un motel de militancia hippie en el que se montaban grandes fiestas que solían acabar con la visita de la policía. Mi mujer y yo lo reconvertimos en estudio".

"¿Qué recuerdo ahora de Los Ángeles?", dice Xano. "Pues coches, muchos coches. Es una ciudad en la que a todas partes tienes que ir en coche. Las anchas avenidas, las palmeras... Y el terremoto, por supuesto. Allí nos cogió el gran terremoto. Era de noche y, de repente, toda la casa empezó a moverse, como si alguien la sacudiera desde fuera. En la pared se abrió una grieta por la que podía pasar una mano y nuestro perro se asustó tanto que se encerró en el cuarto donde guardaba las pinturas y le cayeron todas encima. Salió manchado de todos los colores". Quizá allí, en la conjunción de perro y terremoto, nació la etapa festiva de Xano: esos cuadros llenos de manchas de colores.

Xano Armenter sabe que ahora se está abriendo una nueva etapa para él, pero avanza con las eternas dudas del creador. "No quiero sentirme atrapado por el estilo", comenta. "Es curioso: cuando la gente compra un cuadro de Barceló, por poner un ejemplo, quiere que tenga un reconocible estilo Barceló. La obra atípica no la quiere nadie, pero el artista está obligado a salirse de su estilo, a evolucionar, a abrir nuevas etapas a través de algo atípico. Ahora mismo, siento que estoy entrando en una etapa de transición, a medio camino entre la abstracción y la figuración, pero no quiero ser prisionero de mis etapas anteriores".

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"Cuando llegué por primera vez a Barcelona", prosigue, "alguien me dijo que Joan Ponç tenía varios estudios en la ciudad y que en cada uno de ellos pintaba con un estilo distinto. Quizá era una leyenda, pero ahora me doy cuenta de que es cierto que cada estudio condiciona la pintura que haces. Lo he ido viendo a lo largo de mi vida. Este nuevo estudio de Gràcia quiere decir, entre otras cosas, que pintaré cuadros distintos y que quiero quedarme en Barcelona. Hasta ahora, yo era un residente en Estados Unidos que venía de vez en cuando a Barcelona. A partir de ahora será al revés. Nueva York está muy bien, pero en Barcelona se vive mejor. Me instalo aquí y, de vez en cuando, haré escapadas a Nueva York".

Y cierra los ojos, como si imaginara por un instante todos los cuadros que saldrán del nuevo estudio, como si quisiera lentificar aquel alud de imágenes que le sorprendió cuando entró por primera vez en este estudio.

Susanna Saez

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