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Sombra y agua para Mozambique

La sombra y, paradójicamente, el agua son los bienes más preciados en el campo de refugiados de Chiaquelane, la mayor concentración de damnificados por las inundaciones en Mozambique. A medio camino entre Chokwé y Macía, la aldea de Chiaquelane acoge ahora a cerca de 40.000 personas, según Médicos Sin Fronteras, que aguardan entre la miseria la ansiada ayuda internacional.Desde el aire se avistan unas 30 tiendas de campaña, algunas paiolas (cabañas de paja y madera) y algunos remolinos de gente. Aquí no parece haber 30.000 o 40.000 personas. Surgen serias dudas al sobrevolar el campo de refugiados que todos los medios de información quieren visitar. Una vez en la aldea, se descubre que la sombra de los árboles, que han salvado decenas de vidas estos días, se han convertido en el nuevo hogar de estos desheredados de la fortuna.

Centenares de personas se hacinan bajo los árboles con los pocos enseres que han salvado de las inundaciones. Mujeres, ancianos y niños fundamentalmente se refugian en esos rincones sin más techo que el cielo abierto y unos pareos para tumbarse en el suelo. Por su nueva casa merodean las vacas y gallinas, mientras cocinan a leña una pasta de harina y agua, el único alimento disponible ayer. El arroz y el maíz se agotaron inmediatamente en los dos primeros días.

Jean Bourgeois, de Médicos Sin Fronteras, estima que la zona acoge a unas 40.000 personas, aunque no hay un registro de damnificados. La aldea de Chiaquelane no tiene médicos. Los ocho enfermeros y algunos voluntarios de la Cruz Roja o Cáritas atienden una media de 700 consultas diarias (anteayer fueron 677 concretamente) y llegan a la extenuación cada noche. Los niños sufren una malnutrición aguda, existen graves problemas de malaria y muchas infecciones, algunas de ellas provocadas porque la gente ha pasado algunos días sumergida en las aguas.

Precisamente ayer llegó un caso que nadie había visto hasta ahora. Isabel Nove fue evacuada de una aldea próxima a Chokwé, una de las poblaciones aún bajo las aguas. La tenaz mujer aguantó cinco días con el agua por la cintura y agarrada a los arbustos. Tenía las piernas devoradas por una especie de percebes pequeños, dice el enfermero. Sin duda, es un tipo de sanguijuela que busca la sangre entre las aguas turbias. Sus piernas parecían haber sido cortadas miles de veces por una insaciable cuchilla. Entró gimiendo, sin aspavientos ni gritos, en la tienda de campaña y cayó rendida en el suelo. Su tratamiento será, según el enfermero, una desinfección y antibióticos.

Las condiciones de salud e higiene son misérrimas. El campo está repleto de heces de animales y algunos despojos, muy pocos para esa concentración. El agua se extrae de un pozo y no debe ser muy saludable. De hecho, se pide en panfletos que sea hervida. El calor es asfixiante y el olor es difícil de calificar, una mezcla de basura y cenizas. Hay 200 letrinas para 40.000 personas y los mosquitos han encontrado un excelente abrevadero.

Cada día los voluntarios de las ONG difunden por megáfonos los nombres de las personas encontradas en esta marabunta. Unos 140 niños han llegado a la aldea sin sus padres. Felipe Vasco Mainjate no localiza a su hermana. Bonifacio Mahumane espera encontrar a su familia y Fernando Bikane, descalzo como casi todos, lo ha perdido todo.

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Ismael Samal, que tiene que hacer las cuentas para decirnos su edad, 58 años, está con su familia y no tiene nada más. Este obrero de la construcción es uno de los privilegiados, que vive en una tienda de campaña de la que tenemos que salir para hablar. Es una sauna. No tiene recipientes para recoger el agua del pozo, "pero siempre hay alguien que nos da de beber".

La distribución diaria de alimentos, ayer sólo harina, es una auténtica revuelta. Los encargados disuelven las aglomeraciones a palos. Los paraguas-sombrilla son habituales en Chiaquelane, una paradoja de esta miseria donde muchos niños, ausentes de la tragedia, se distraen jugando al fútbol con balones hechos de bolsas de plástico.

Zeida Fenias, de 20 años, se pasea con su amiga a la sombra de su paraguas de cuadros y quiere regresar a su aldea, Lionde. Se queja de que sólo tiene harina y agua, seguramente muy contaminada.

Jean Bourgeois no puede ocultar la impotencia: "Las prioridades son agua, comida y medicamentos, por este orden. No podemos dar más por falta de medios de transporte". Una de sus compañeras reclama menos viajes de ministros y políticos, cuando hay tan pocos helicópteros, y más ayuda de verdad. Menos palabras.

Domingos Allane es un anciano entrañable. Lleva un casco de currante, pelo y barba canosos y una risa en los labios a pesar de la tragedia. Lo ha perdido todo, que seguramente no era casi nada, pero todo para él. Le preguntamos la edad. Comienza a contar con los dedos y, tras unos instantes, responde en su precario portugués: "E muito". ¿Qué va a hacer? "No sé, nuestra casa ahora está aquí. A la sombra de los árboles".

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