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Entrevista:50º Festival de BerlínWIM WENDERS - DIRECTOR DE CINE

"Cámaras digitales e Internet van a democratizar el cine"

El director Wim Wenders inauguró ayer el Festival de Berlín con la película El hotel de un millón de dólares. El cineasta alemán, que ahora vive en Los Ángeles, habla en esta entrevista de su relación amor-odio con el cine americano, donde ha empezado una nueva etapa como realizador.Pregunta. El cine no dispone actualmente de mucho sitio para marginados y perdedores. ¿Por qué en su nueva película se santifica precisamente a los perdedores?

Respuesta. El cine ha sido siempre un poco más generoso que la vida. Yo quería contar una historia de amor en el lugar en que menos se sospecharía que fuera posible. El hotel de un millón de dólares es un refugio para los que no tienen ninguna posibilidad en esa ciudad.

P. Rodó usted en un hotel cutre del centro de Los Ángeles, donde, por 300 dólares al mes, putas, drogadictos y otros marginados pueden alquilar una habitación impresentable. ¿Qué era lo que le atraía de esa especie de última parada?

R. El que antes hubiera sido justo lo contrario, la última parada de la elegancia. Cuando se inauguró el hotel, en 1917, era el edificio más alto, más hermoso y más caro de la ciudad, donde celebraba sus fiestas la créme de la créme, y en la suite presidencial durmieron tres presidentes de Estados Unidos. En los años veinte, vivía en sus alrededores toda la industria del espectáculo. Chaplin tenía su despacho justo enfrente, en el hotel Alexandria, hasta que se trasladaron todos a Hollywood. El hotel de un millón de dólares es por tanto como sus inquilinos: antiguamente lleno de sueños, hoy perdido sin remedio.

P. Suponemos que usted no suele alojarse en hoteles de ese tipo. ¿Cómo lo descubrió?

R. Mi amigo Bono se fijó en el hotel cuando rodaban en el centro de Los Ángeles con su banda U2 el vídeo para la canción Where the streets have no name.

P. Con El hotel de un millón de dólares inaugura por primera vez el Festival de Berlín. ¿Por qué no se le ha concedido antes ese honor?

R. Yo siempre terminaba mis películas a trancas y barrancas en abril. Entonces sólo disponía de la alternativa Cannes o Venecia.

P. Mientras que su trabajo en Alemania, por decirlo con precaución, se soporta como mucho, en Estados Unidos es usted una leyenda del cine independiente. También por eso disfruta de un considerable prestigio entre las estrellas de cine. ¿Podría usted explicar por qué se le aprecia más en Estados Unidos?

R. En Alemania se me sigue considerando como un director-autor y este concepto se ha convertido en el país en una especie de insulto. En Estados Unidos se me considera uno de los padres del cine independiente, que, como una especie de revolución cultural, ha servido para cambiar el gusto norteamericano y el cine norteamericano de los últimos diez años. De repente existía una alternativa frente al sistema de los estudios de Hollywood y hasta se podía ganar dinero con ello. Y así se abrieron camino hasta la pantalla deseos, sueños y realidades que antes no habrían tenido ninguna oportunidad. Creo que mis películas, sobre todo París, Texas o El cielo sobre Berlín, han desempeñado una función de pioneras para estas películas.

P. A diferencia de sus colegas Wolfgang Petersen y Roland Emmerich, que dirigen en Hollywood películas gigantescas, se mantiene usted alejado de ese tipo de cine. Desde Hollywood no le llaman, ¿o no tiene usted ganas de trabajar allí?

R. Wolfgang y Roland practican una profesión bastante diferente. Y ambos lo hacen mejor que casi nadie, en eso son de los mejores del mundo. Trabajan para grandes empresas que diseñan grandes productos que cuestan mucho dinero y que tienen que recaudar mucho más dinero todavía. Esos productos son también historias como mis películas. Sólo que las mías nacen de mi propio deseo de contar algo por lo que me siento inspirado, un lugar, un ser humano o un determinado sentimiento vital.

P. Usted predica desde hace años que los espectadores del cine comercial, que no hacen más que presenciar un efecto especial tras otro, se acabarán hartando pronto. ¿Se ve usted apoyado por los éxitos de marginados el año pasado, con películas como El sexto sentido y American beauty?

R. Ante todo, American beauty, que no trata de héroes apabullantes, sino de perdedores, no habría sido posible hace un par de años. Cuando se ve una película como End of days, de Schwarzenegger, se encuentra uno formalmente ante la crisis del cine comercial. Ya no se trata de contar ninguna historia, sino de poner cada vez más alto el listón de los efectos especiales.

P. Muchos expertos creen que, gracias a las nuevas técnicas baratas de producción y distribución, con las cámaras digitales y con Internet, el mundo del cine va a democratizarse, de manera que podrá llegar a las pantallas una nueva ola de creatividad. ¿Comparte usted esa esperanza?

R. Absolutamente. Los medios digitales se han hecho tan baratos que un estudiante que en realidad sólo quiere rodar su película de fin de carrera puede tener algo entre manos que sea absolutamente compatible con las salas de cine. Yo creo que en el futuro, gracias a esta técnica innovadora, volverán a existir todos los tipos de cine. La películas de Dogma ya han demostrado, como rasgo de genio del marketing danés, que es incluso posible un renacimiento del neorrealismo italiano.

P. Su gran sueño de poder rodar en Estados Unidos se hizo realidad cuando, a finales de los años setenta, el que era entonces el dios del cine, Francis Coppola, le llevó a California y le encargó la dirección de la película de detectives Hammet. Coppola le torturó, montó su película como quiso y usted volvió con el rabo entre las piernas a Berlín. ¿Cómo superó aquel desengaño?

R. Sin problemas. Y volví a Alemania con la cabeza bien alta, con París, Texas. Cuando miro hacia atrás, veo la época de Hammet como mis mejores años de aprendizaje. Por aquel entonces Coppola quería convertirse en el nuevo gran magnate de Hollywood. Quería tomar todas y cada una de las decisiones y no delegar nada. Nos enfrentamos de la forma más feroz, pero hemos seguido siendo amigos a pesar de todo.

P. Hace un par de años volvió a Estados Unidos, ahora vive y trabaja en Los Ángeles y allí rodó, en 1997, Al final de la violencia. Usted ha definido esa película como su "segunda primera película", como un nuevo comienzo de su carrera. ¿Qué es lo que ha cambiado hoy en Estados Unidos?

R. Allí he empezado sencillamente a hacer de nuevo películas como se deben hacer. Antes, aquí en Europa y durante años, hice sólo proyectos menores como Historia de Lisboa o Los hermanos Skladanowsk.

P. ¿No tenía ya nada que contar?

R. Puede que eso sea posible. Mi película Hasta el fin del mundo, que rodé antes de esa fase, era seguramente mi trabajo más ambicioso y, desgraciadamente, fue un fracaso relativo. La banda sonora fue un éxito. ¡Ojalá fuera mía! Aquel fracaso me afectó mucho.

© Der Spiegel

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