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Política, sociedad y partidos JORDI FONT

Hace 25 años se extendía rápidamente por todo el país ese fenómeno singular que fue Convergència Socialista de Catalunya (CSC), desencadenado a partir del manifiesto Per la unitat dels socialistes de Catalunya, el verano de 1974. Algunos de sus promotores proponemos ahora recordar aquella vieja experiencia que se revela aún joven en algunos de sus contenidos y formas. No tanto para cultivar una confortable nostalgia como para contribuir a la necesaria reflexión sobre el presente y el futuro de la política. Con esta finalidad y para empezar, se ha convocado un acto peculiar, a tono con las maneras de entonces: sin protocolo, sin mesa presidencial ni jerarquía, de estructura circular, consistente en un turno abierto de intervenciones. Está anunciado para el próximo 21 de enero, a las siete de la tarde, en la Sala de Cámara del Palau de la Música.CSC fue un movimiento que se adjetivaba "autogestionario" y se reivindicaba "heredero de la tradición libertaria", cosas ambas que hacían sonreír con suficiencia a algunos observadores maduros. Y se proponía como objetivo básico, paradójicamente -mirado con ojos tópicos de hoy-, la creación desde abajo de un partido político, nada menos. Lo hizo: acabó por dar a luz al PSC-Congrés, uno de los componentes básicos en la creación del actual PSC.

¿Qué quería decir para nosotros autogestión? Era, ante todo, una visión crítica respecto del Estado y del poder, una opción de radicalidad democrática, por la autoorganización social, por la corresponsabilidad ciudadana. De hecho, venía a retomar una vieja tradición política catalana, ajena a otras tradiciones de izquierda, generalmente más jacobinas, ya fueran de inspiración francesa o soviética. Era la tradición de los societarios catalanes del XIX: tanto de los cabetianos y de los libertarios como de los federalistas des de baix, cuna del primer catalanismo político (Almirall, Roca Farreras...). Su denominador común era más o menos éste: nada que pueda hacerse en un peldaño de la Administración debe quedar en otro más lejano, nada que pueda hacer la sociedad debe hacerlo la Administración. Es decir, en argot de hoy: subsidiariedad entre las administraciones y subsidiariedad social. CSC se nutría también de la tradición crítica con el poder -en este caso, estaliniano- de los poumistas, trágicamente sostenida en los años treinta, la mayor parte de cuyos supervivientes participaban en el proceso de CSC.

Hoy ya nadie sonríe con suficiencia. Todos hemos aprendido que cualquier cautela respecto del poder es poca, sea éste del signo que sea. Y sabemos que la proximidad, la subsidiariedad entre las administraciones, así como la subsidiariedad social -el comunitarismo de Blair-, no son tan sólo ideas bellas y optimistas, sino una necesidad dictada por el imperativo de eficiencia y por la urgente actualización del Estado de bienestar que deberá tener una de sus bases en la corresponsabilidad social.

¿Por qué precisamente los autogestionarios queríamos hacer un partido político? Era obvio. El poder siempre ha tratado de diluir a la sociedad, de atomizarla, de contenerla fuera de las murallas de la política. Es la manera de poder dominarla. Lo mejor del movimiento libertario estaba dando pasos hacia la superación de su proverbial apoliticismo cuando fue decapitado por el poder con los asesinatos de Salvador Seguí, de Francesc Layret... No hace tanto, Franco lo aconsejaba cínicamente: "Haga usted como yo, no se meta en política". Nada de paradojas. Era precisamente nuestra concepción societaria la que nos impelía a organizar un partido capaz de generar un proyecto común, de medirse con el poder, de entenderlo y ejercerlo de otra manera llegado el caso.

Hoy la percepción general de los partidos es negativa. La reducción de la política a las meras lógicas de la gobernación ha encogido a los partidos en toda Europa, los ha hecho subsidiarios del poder. Hasta el punto de parecer a veces prescindibles. Se trata de una enfermedad que reclama diagnósticos y tratamientos precisos. No la eutanasia. Los partidos son condición de la democracia y, para la izquierda, condición de su proyecto transformador.

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