Nubes y luna
El nuevo Teatro del Liceo de Barcelona ha presentado su tercer espectáculo operístico y lo ha hecho con esa apoteosis del belcantismo romántico que es Lucia di Lammermoor, una obra que en escena, foso e intérpretes necesita de una especial atmósfera, sobre todo si han servido de algo las lecciones de autenticidad que en la década de los cincuenta dieron sobre ella María Callas y Herbert von Karajan. El Liceo la ha presentado ahora con una producción avalada por el prestigio de quien la firma, el británico Graham Vick, y de los teatros de ópera de Ginebra y Florencia, que la coprodujeron. No obstante, y dadas las expectativas, el espectáculo ha decepcionado un tanto desde el punto de vista escénico. La escenografía, con abundancia de fondos de nubes y una omnipresente luna, no siempre sujería la atmosfera adecuada, al repetirse planteamientos semejantes en lugares y situaciones muy bien diferenciadas en el libreto. La delimitación de espacios a base de paneles lisos y móviles tampoco contribuyó a clarificar la acción teatral, que parecía desarrollarse únicamente en un mundo, el mundo sombrío en el que se mueve la protagonista de la ópera y que acaba por privarle de la razón.A pesar de un piso a modo de casi impracticable jardín bótanico, los cuadros más logrados fueron los del dúo de los dos protagonistas, Lucia y Edgardo, y el de la célebre escena de la locura. En cambio, la escenografía del gabinete del Enrico fue paupérrima, poco brillante el cuadro de los esponsales entre Lucia y Arturo, realmente cutre la celebración que precede al aria de la locura y carente de sugestión el cuadro final. Además, algunos personajes fueron desvirtuados por la dirección escénica. ¿Dónde se ha visto un Arturo tan afeminado y un Raimondo tan colérico?
Lucia di Lammermoor
De Gaetano Donizetti. Intérpretes: June Anderson, Josep Bros, Alexandru Agache, Askar Abdrasakov, Carles Cosías, Mieria Pintó y Vicenç Esteve Madrid. Dirección musical: Bertrand de Billy. Dirección escénica: Graham Vick. Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatro del Liceo. Producción: Gran Teatro de Ginebra y Maggio Musicale Fiorentino. Gran Teatro del Liceo. Barcelona, 29 de diciembre.
Faltó pasión romántica
A la dirección correcta de Bertrand de Billy hay que agradecerle, sobre todo, una cosa: que haya ofrecido la Lucia di Lammermoor más completa vista en el Liceo, con la inclusión de fragmentos que habitualmente se cortan, como la escena entre Lucia y Raimondo o el cuadro completo de la Torre de Wolferag, con el dúo entre Edgardo y Enrico. Por lo demás, a su versión le faltó algo de pasión romántica y le sobraron algunas sorpresas en el tempo y en el equilibrio. Hay que decir también que mimó con exquisitez la escena de la locura a cargo de Lucia.
En el reparto de cantantes también hubo nubes y luna. Como la inmensa luna llena del esecenario, la luz crepuscular del mejor belcantismo romántico llegó al Liceo de la mano de los dos protagonistas, la soprano estadounidense June Anderson y el tenor barcelonés Josep Bros. Ella estuvo exquisita, de técnica impecable, con extraordinario buen gusto y el aplomo de la artista que conoce a fondo el personaje y lo domina vocalmente con seguridad. June Anderson hace una Lucia que se vale de las creaciones de dos artistas muy distintas y paradigmáticas que han sobresalido en esta obra: María Callas (autenticidad drámatica) y Joan Sutherland (pureza belcantista), de cuyas interpretaciones ha seleccionado con inteligencia diversos aspectos para crear una interpretación muy pura vocalmente, de una gran belleza musical y profundamente humana.
Josep Bros, con su peculiar voz de tenor lírico-ligero, volvió a demostrar que es un belcantista de mucha consideración, cantando con musicalidad y arrestos un Edgardo ejemplar, con los acentos heróico-románticos preciosos. Formó con June Anderson una pareja en la que se pueden mirar quienes deseen cantar con propiedad el belcantismo romántico de Donizetti.
Menos luz lunar y más nubes planearon en el Enrico del barítono Alexandru Agache, una voz realmente extraordinaria, pero de canto bastante rudimentario y fuera de estilo. De resonancias excesivamente eslavocas el Raimondo de bajo Askar Abdrasakov; irreprochable en vocalidad y línea el Arturo de Carles Cosías, obligado por la dirección escénica a crear un personje inexplicablemente ridículo; y muy eficaces y con buenas voces la Alisa de la mezzosoprano Mireia Pintó y el Normano del tenor Vincenç Esteve Madrid.