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Tribuna
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Tregua no es igual a paz

Durante la última campaña de elecciones autonómicas en el País Vasco, en octubre de 1998, cuando me dirigía a un mitin en Ermua, vi por primera vez esa pintada: "Tregua no es igual a Paz". Luego, tanto la organización terrorista como sus travestidos voceros nos lo recordarían día a día a través de acciones y discursos.Hoy, tras el último comunicado de ETA, hemos confirmado la peor de nuestras sospechas; no es sólo que amenacen nuestra vida y nuestro derecho a vivir en libertad: hemos comprobado que ETA nunca estuvo dispuesta a respetarlo y que para la organización terrorista la tregua nunca fue un paso hacia la paz.

Lo diré de otra manea. Cuando ETA declaró el alto el fuego que llamó pomposamente "unilateral e incondicionado...", algunos temíamos no estar ante un cambio de estrategia de la banda terrorista, sino ante un mero cambio de táctica: se perseguía lo mismo pero se abandonaba el asesinato como instrumento para conseguirlo. ¿Por qué una nueva táctica? Porque el panorama social había cambiado radicalmente -el desprecio de la ciudadanía hacia ETA y sus militantes era palpable en cada rincón de Euskadi-, y además habían encontrado nuevos socios que iban a ayudarles a ganar la batalla contra la democracia, maquillando la operación como una apuesta por la paz.

Quienes entonces decíamos-temíamos que no había una apuesta de fondo por respetar la voluntad de los ciudadanos, quienes temíamos-decíamos que los nuevos socios de tradición democrática de los terroristas también querían sacar beneficio político de la nueva situación -o sea más poder con un modelo de país nacionalista nunca contrastado en las urnas-, éramos tachados de agoreros. Lo que se llevaba en aquellos primeros meses, antes de que empezaran a quemar comercios, vehículos y/o domicilios de ciudadanos vascos no nacionalistas, era aspirar el cloroformo de "la paz como coartada".

Luego el tiempo nos ha devuelto, negro sobre blanco, la imagen real de toda la operación. Hoy ya sabemos que ETA nunca persiguió una salida para dejar de matar. Desaparecer "con dignidad" no fue nunca su objetivo. También el 18 de septiembre de 1998 perseguían tutelarnos, someternos, perdonarnos la vida sólo si renunciábamos a nuestras libertad, la de vivir en un país construido entre todos, plural y mestizo, como es la de Euskadi de hoy.

Hoy ya sabemos que la tregua era unilateral -no podía ser de otra manera, "sólo ellos" estaban en guerra contra los ciudadanos-, pero no era incondicionada. Hoy ya sabemos que ETA no está aún preparada para dejarnos vivir en paz, para desaparecer de nuestras vidas, de nuestras agendas, de nuestros temores.

Pero hoy todavía no sabemos si los socios de Lizarra fueron también engañados por ETA. Hoy todavía no sabemos si para los nacionalistas democráticos -y adherencias varias- que apostaron por Lizarra, fue un objetivo conseguir ventajas políticas con la coartada de la tregua. Hoy todavía no sabemos hasta qué punto los firmantes de Lizarra han tomado nota de que los laberintos no tienen atajos. Hoy todavía no sabemos si los firmantes de Lizarra son ya conscientes de que la normalización política de la Euskadi real requiere del consenso de todas las expresiones políticas de los vascos, que nada se puede hacer contra la mayoría de los ciudadanos. Hoy todavía no sabemos si los firmantes de Lizarra han extraído éstas y otras conclusiones y van a hacer acto de contrición y propósito de enmienda.

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Pero hay algo que sí sabemos. Sabemos que no es el momento para la desesperanza. Sabemos que en Euskadi la convivencia, el mestizaje y la pluralidad están asegurados. Sabemos que seremos capaces de conseguir que ETA deje de ser una amenaza para los ciudadanos ahora que ya no es una amenaza para la democracia.

Pero sabemos sobre todo que la misma ciudadanía que consiguió que ETA declarara el alto el fuego cuando le hizo sentir que jamás íbamos a doblegarnos, la misma ciudadanía que salió a la calle e hizo insoportable para ETA -y para los militantes de su brazo político- seguir matando, esa misma ciudadanía conseguirá que ETA desaparezca para siempre.

Porque ETA siempre pudo aguantar los discursos de rechazo más encendidos de los dirigentes políticos y/o de los gobiernos democráticos, pero el día que la gente anónima empezó a salir a la calle, el día que los chavales de los institutos empezaron a negarse a secundar huelgas en honor de los asesinos, el día que los chavales se pintaron las manos de blanco y las levantaron frente a los que coreaban a ETA, ese día descubrieron que no sólo éramos muchos más, sino que éramos mucho más valientes.

Por eso sé que desde la movilización ciudadana y el consenso democrático conseguiremos que ETA desaparezca para siempre.

Rosa Díez es eurodiputada y miembro de la Comisión Ejecutiva del PSE-EE.

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