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"Los cantantes jóvenes son autómatas"

La gran soprano Mirella Freni debuta mañana en el Teatro Real con un recital

Jesús Ruiz Mantilla

Fue la leche que mamaron. La leche que les daba de sus sobras una nodriza de la fábrica de tabaco de Módena a ella, a Mirella Freni, y al pequeño Luciano Pavarotti. Porque ambos bebieron el canto juntos en la pequeña ciudad italiana donde sus madres trabajaban, dice, "como dos cármenes". "A nosotros, aquella mujer, de la que no me acuerdo del nombre, nos hacía comer lo que le sobraba después de darle de mamar a su hijo, porque parece ser que, tanto Luciano como yo, éramos intranquilos y nos daba por llorar. Con eso nos calmaba. Lo que nunca he entendido es por qué su hijo nunca cantó".La soprano, fresca como una rosa, con 64 años y 45 temporadas encima de los escenarios, actúa mañana por primera vez en el Teatro Real de Madrid. Cree que pronto pasará a disfrutar de su pensión, de su casa, su jardín y a enseñar canto a los jóvenes. "Seré dura, les enseñaré a profundizar en lo que interpretan porque hoy en día las nuevas figuras no cantan, son autómatas", dice.

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Freni, la soprano de su generación que más en forma se encuentra, llegó ayer a Madrid del brazo de su marido, el gran bajo búlgaro Nicolai Ghiaurov. Al lado de éste, alto, corpulento, de voz que ensimisma por su profundidad, Mirella parece más bajita, pero enseguida esa sensación salta por los aires porque luce un moño rubio bien puesto y porque mira, sonríe y pisa con altura de gran figura del canto.

La Freni es presente, pero sobre todo es historia, y las páginas que ha escrito en el mundo de la ópera se podrán leer el lunes en el Real con un programa que domina. Verdi, Puccini y Chaikovski sonarán con la Orquesta Sinfónica de Madrid y el maestro García Navarro.

Critica con ímpetu los malos tiempos que corren para el bel canto y con la intención de que mejoren. No es apocalíptica. "Cuando era pequeña leí un libro que pronosticaba el final de la ópera en diez años; la época en que estamos es mala para este arte que amo y que es mi vida, pero la ópera nunca morirá. Vendrán tiempos mejores".

Ella sabe que no lo son porque ya no la hacen emocionarse. "Cuando vas al teatro, qué menos que un cantante te llegue, te emocione como mínimo dos veces a lo largo de la representación. Pues nada, eso, hoy, es muy difícil que ocurra. ¿Por qué?", se pregunta quien se dio cuenta de sus facultades al imitar voces de soprano que salían de la radio de su casa. "El talento lo tienes innato, pero luego hay que trabajar, hay que estudiar", dice. Así ha llegado donde ha llegado, a lo más alto y a cultivar una voz con la que todavía hace llorar a muchos.

Se exhibe con la delicadeza que les ha dado a personajes como la Mimi de La Bohème o la Micaela de Carmen, con la que debutó; con la fuerza de los papeles dramáticos en los que se ha adentrado en los últimos años; con su presencia; con el sentido común que la ha hecho rechazar propuestas de caramelo y, sobre todo, con su capacidad de emocionar mucho. Es lo que tiene, son las armas que la hicieron después trabajar con todos los grandes y convertirse en la soprano favorita de Herbert von Karajan, a quien defiende a capa y espada en una época en la que está de moda ponerle a parir. "Era un esteta del sonido. Amaba las voces y a los cantantes. Era muy exigente y le gustaba la disciplina, algunos compañeros míos no saben lo que es la disciplina y por eso se le ha criticado tanto, pero yo también soy disciplinada y conmigo nunca tuvo ningún problema", afirma. No le cuesta trabajo defenderle. Pone las cosas en su sitio, no en vano, junto a él, a Pavarotti y a Ghiaurov, grabó una versión de La Bohème que es de reclinatorio, aparte de otras muchas cosas.

Está claro que Puccini morirá un poco más el día que la Freni se retire. Lo ha cantado como ninguna últimamente. Y si no lo ha hecho entero es porque no ha podido con la emoción que le producían algunos personajes. Sor Angelica, de Il trittico, por ejemplo. "Nunca la he cantado en un escenario porque no puedo controlar el llanto", admite sin complejos. "No es para mí. Me emociona". Una cantante así no es extraño que no vaya con los tiempos. "Ahora todo va mucho más deprisa. No se profundiza, se dan las notas, pero no la sustancia. Hay que comprender todo el mecanismo, tener sensabilidad artística para no ser meros ejecutores, sino cantantes de verdad".

Cuando ella enseñe, se van a enterar. "Voy a ser dura", anuncia. "Ahora no lo hago porque no tengo el tiempo que es necesario. Hay que hacerlo con seriedad, trabajar con los alumnos con calma, conocer sus voces y sus caracteres. A los que tienen miedo hay que hacerlos valientes, y a los que se creen que se van a comer el mundo, frenarles". También les enseñará el gusto por las pequeñas cosas. "El amor a la naturaleza, a mi casa y a mi jardín, en Módena, donde sigo viviendo, me ha ayudado mucho a la hora de cantar y darle naturalidad a mi estilo. Mucho más que ir de diva", confiesa. Pero no perderá el tiempo con Andrea Bocelli. "Me parece bien que cante, tiene una voz bonita, pequeñita; a partir de la fila seis no se le oye nada, pero es bonita, para el disco está muy bien, son los tiempos que corren, ¿no?", ironiza. Tiempos buenos para los tres tenores. "A Luciano le he dicho que no me gusta, pero es su elección y vale. A mí me propusieron hacer las tres sopranos y me negué".

Cuando se ponga delante de la pizarra del canto formará artistas, no expulsadores de sonidos. Artistas que puedan meterse en todos los fregados operísticos a su tiempo, como ella. "Yo empecé de jovencita como soprano ligera; luego, con la madurez, me metí en papeles líricos y, ahora, que no soy vieja pero sí un poco anciana, me da por los dramáticos", dice.

Así sigue en activo todavía. Aunque ya sin más personajes en la carpeta para incorporar a su repertorio. Ante la pregunta de si va a preparar nuevas partituras, responde: "¿Por qué?". Ya se conforma. Va a ir piano, piano hacia una deseada jubilación. "Ah, la pensión, la pensión", dice, como si nos fuésemos a tragar ese cuento. Es una trabajadora de tres pares de narices. Una italiana que a las tres de la tarde no ha probado bocado y se ha pasado la mañana ensayando, respondiendo y posando para los fotógrafos cuando su estómago está hecho para comer antes de la una. No es extraño que le rujan las tripas, literalmente, y que después de oírselas ponga las manos sobre la mesa y diga: "¿Tenéis bastante? Porque yo me voy a comer. Esta Mimi se está muriendo... Pero de hambre".

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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