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Reportaje:

La memoria del Rastro

Los antiguos traperos lamentan la evolución del baratillo madrileño y añoran los viejos tiempos

Dicen que cuando las cosas empiezan a añorarse es que se están muriendo. Dicen eso. Pero a veces no hay ni que decirlo. Porque las cosas -es evidente- se mueren, se las ve morir, caer, hundirse. Y quedan sólo en el recuerdo, en una memoria cada vez más frágil.-Antes, ya le digo, éramos traperos. Traperos. Ahora, todos somos anticuarios.

Y Julián Pombo -"Yulian Pomb, en inglés", ironiza- mira con tristeza hacia la Ribera de Curtidores, a las tiendas de ropa nueva, hacia los escasos puestecillos con cuatro cosas inútiles, lo único real que queda en un Rastro que se muere poco a poco.

Julián Pombo nació aquí mismo, en Mira el Sol.

-En 1928 vino al mundo esta figura de hombre.

Julián Pombo -o Yulian Pomb- lleva toda su vida aquí. Empezó a trabajar de trapero, a los 12 años. Trabajaba con El Rubio. Cobraba una comisión de 50 céntimos por cada kilo de lana que le llevaba. Sabe, desde muy niño, lo que es la vida y cómo ganársela.

-Yo, ya ve usted, no he tenido ni siquiera juventud. He pasado de niño a hombre sin querer y sin darme cuenta, como muchos de aquí.

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Hay cosas de las que Julián Pombo no quiere hablar. De su padre, por ejemplo. De la muerte de su padre, que les dejó a él y a cuatro hermanos con la vida por delante y poco más. No es que no quiera hablar, es que le da dolor.

-Mi padre era rojo. Estuvo con Valentín González, El Campesino. Tres veces lo pusieron contra la pared. El pobrecito sufrió mucho y un día...

Precisamente a él, a un Julián niño, le vinieron a buscar un día de la comisaría de la Ribera de Curtidores y se lo llevaron para Carabanchel. Recuerda que la cárcel no estaba terminada. Allí le metieron con la acusación de que le guardaba las bombas al padre. Pero, en fin, para que a uno se le humedezcan los ojos y le moquee la nariz es mejor no recordar según qué cosas. De su padre le ha quedado el rojerío.

-Siempre he sido zocato.

Julián Pombo tampoco quiere hablar de mujeres. Pero por otras razones. Por respeto. Porque son historias pasadas. Porque un hombre no debe hablar de ciertas cosas. Pero la leyenda dice que Julián Pombo, o Yulian Pomb, si usted quiere decirlo en inglés, era... Bueno, si él no quiere hablar, mejor dejarlo. Pero que conste que lo suyo es leyenda.

Estábamos en que Julián Pombo era trapero, como era trapero medio Rastro.

-Traperos ilustraos. Las antigüedades llegaron después.

Paco Pinto es anticuario. Y del Rastro. Ha vivido siempre aquí y fue vecino durante años de El Pombo. Es su compadre, además. Su padrino de boda.

-¿Y por qué ilustraos?

-Coño, sabían leer y escribir.

Paco Pinto es hijo de trapero. Su padre era trapero de saca, de los que iban, eso, con una saca de rayas al hombro, calle a calle. De una familia de 11 hermanos, Pinto ha pasado desde la saca de trapero a la tienda en las Galerías Piquer. Dice que se llaman así por Concha Piquer, que en la posguerra abrió, sobre el patio de la trapería Farge, el hermoso espacio de hoy. Dicen que Concha cantó en la inauguración. Y que se habló de levantarla una estatua en el centro del patio. Lo que pasa es que luego la gente se olvida y se va dejando de un día para otro, hasta que ya sólo queda en conversación de taberna, en recuerdo inútil; en nada, vaya.

-Ya ve. Efectos militares. Camisas de diseño. Esto no es el Rastro.

No es el Rastro, aunque se llene los domingos de un público más de mercadillo que de otra cosa. A Paco Pinto le conocen todos. Él saluda a unos y a otros, y la gente le dice:

-Adiós, Paquito.

-Hala, hasta luego.

Le conocen desde niño. Él explica:

-Aquí con este amigo que va a contar cómo está el Rastro. A ver si se levanta.

-Falta hace, Paquito, falta hace.

En la calle del Carnero, Benito Torrijos, primo de Paco, está de acuerdo con que hay que levantarlo. Pero nadie sabe cómo.

-En las tiendas, ya no se vende nada. Todo el negocio se hace fuera de aquí. La verdad es que abres y no sabes para qué.

El intento de recuperar el viejo mercado de pescado de la Puerta de Toledo fracasó. Alfredo Bárcena tuvo tienda allí. Y tuvo que marcharse. Él tiene su teoría de ese fracaso:

-Lo gestionaron funcionarios. Se gastaron un dineral y jamás supieron promocionarlo.

Muy cerca del viejo mercado, José Bravo tiene tienda en el callejón del Mellizo. Dice que se aburre en su tienda. Que ha dejado de bajar la clientela de entonces. Que no se vende nada. Que antes, cuando eran traperos, se tiraban cosas viejas que hoy valdrían una fortuna. Y se cuenta lo de aquel que desguazó como chatarra un viejo Mercedes, "de esos de un palo en vez de volante". Y dice que hay que buscar fuera de aquí, donde sea. Hacer negocio, comprar pisos, quiero decir el contenido de un piso que cierra porque se ha muerto alguien o porque se marcha de la ciudad.

-¡Ay, qué lotes teníamos entonces!

El sobrino de Pombo, que también se llama Julián, habla de cómo, a pesar de todo, el oficio va pasando de padres a hijos. Él no cambiaría esto por nada. Ni el barrio ni el oficio. Su padre, el hermano de Julián, Francisco, es anticuario, él también lo es y presenta con orgullo a su hijo.

-La tercera generación, ya le digo.

Entre semana, las calles del Rastro tienen un aire de barrio, y si uno fuera castizo diría incluso que huele a cocidito madrileño "repicando en la buhardilla". Pero no es verdad. Eso queda bien en las canciones. Y nada más. Las calles del Rastro, a diario, tienen el aire de un barrio manso y tranquilo, lejano a las leyendas de peristas, gitanos fuleros, engañabobos, timadores y tomadores del dos.

-Es que aquello no era verdad. La gente era extraordinaria. Nos conocíamos todos. Aquí, la gente es gente de palabra.

Porque del Rastro han quedado leyendas. Algunas reales, como la de Paco Atila, que vendía preservativos cuando aquello era pecado. Paco Atila gritaba por la Ribera: "Chocolatinas, chocolatinas. Pa la tos, pa la tos". Y la gente le compraba preservativos, a veces sin la bolsita final. Pero todo valía entonces.

Leyendas como la Cacharritos que ahora recuerda Julián Pombo, al pasar por la fuente de la Ribera. La Cacharritos se bañaba semidesnuda en el pilón de la fuente. Y decían que había sido una mujer muy rica y que quemaba billetes de cinco pesetas de las de entonces. Dicen. Como dicen y hablan en las tabernas de Luis el Malo, que luego resulta que no era tan malo, o de Carateta o de Machuca. Buena o mala gente, según. Casi son leyenda, como Vicente Guillén, que descubrió unas "gotas para endurecer el acero, oiga".

Pero no todas las leyendas son reales. Por ejemplo, de Pepe el Guapo se dice de todo. Dicen que lo mató un camarero, harto de que le insultara todos los días.

-El camarero le decía: "No me insultes, que un día vamos a tenerla". Y él no hacía caso. Hasta que una de las veces salió del mostrador y le metió un navajazo en la tripa. "No dirás que no te lo he advertido, ¿eh?".

Pero Pombo cree recordar que Pepe el Guapo -"que no era del Rastro, oiga, que quede claro"- murió en el extranjero. Cree recordar.

-Ahora, ¿sabe?, la gente quiere aparentar. ¿Se ha dado usted cuenta de ese que me ha dicho que se iba a Amsterdam?

-Sí, señor.

-Pues seguro que se va al Puente de Vallecas. Pero así parece que es alguien.

Pombo conoció a Camarón cuando no era nadie. Porque Julián canta. Y dicen que muy bien. Tiene detrás un pasado de colmaos y cante. Es autor de alguna letra bellísima: "Cuántas veces se ha juntao / tu cuerpo con el mío. / Tu cuerpo tenía frío / y el mío calor te ha dao. / Nos hemos quedao dormíos". Se lo compuso a una mujer de la que no quiere hablar.

-La vida es un secreto. Yo conocí a Camarón, que estaba con Pansequito y el Chato de la Isla. Yo canté algo. Y les pregunté: "¿Qué tal?". Y Pansequito me dijo: "Las peores navidades. No tenemos ni un duro". Y yo hice una colecta y les di 6.000 pesetas. Pero eran cosas de esos tiempos.Cosas que no son del Rastro, ¿sabe?, pero que sí lo son, porque son de esa época. De esos tiempos. De cuando éramos traperos, y no anticuarios. Traperos ilustraos.

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