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LA CRÓNICA Un Justo en la fiesta ANTONI PUIGVERD

Es sabido que, entre octubre y noviembre, Sant Narcís preside, en Girona, una impresionante farra. A ella acuden alborozados todos los santos y todos los muertos. La fiesta, antaño coqueta y recatada como mandaban los cánones de una ciudad muy de misa y muy discreta, es ahora un Cafarnaúm indescifrable. Muchos son los que, en estos días, trabajan para acoger a los centenares de miles de visitantes que engordan la ciudad de golpe, la revientan y colapsan. Trabajan los actores del festival de teatro, los feriantes, los poetas, las marionetas, los churreros, los gitanos vendedores de castañas, el obispo, los feriantes, los industriales que exponen sus logros, el alcalde, los galeristas de arte y, en fin, militantes políticos y estudiantes marchosos al frente de las célebres barracas en donde por primera vez se emborrachan las lolitas. Alterna el rock, con la música sagrada, el flamenco y el clasicismo, las habaneras, el tecno y el marchoso. Si el día es el reino de los niños pescadores de patitos que transitan por las montañas rusas, la noche es infinita junto a las barracas y los feriantes, bajo los altísimos plátanos de la Devesa (que la leyenda supone plantados por Napoleón): aquí las masas juveniles se agolpan, cerveza o calimocho en mano, mientras resuena un estruendoso rock contra el muro plateado de la inmensa catedral. Parecería que en este fragoroso contexto no hay espacio para la delicadeza y la reflexión. Y, sin embargo, lo hay. Se han presentado estos días en Girona dos libros de inexcusable lectura. Ambos coinciden en la descripción de dos personajes bandera. El veterano Josep Benet ha publicado Carles Rahola, afusellat (Editorial Empúries), en en cual relata, con su típico y minucioso detallismo, el sumario de urgencia que desembocó, mes y medio después de la entrada de las tropas franquistas en Girona, en el fusilamiento de Carles Rahola, escritor y periodista gerundense. Fue éste un católico catalanista que salvó bastantes vidas durante los años del descontrolado poder rojo, y que no pudo ser salvado (el miedo convirtió en mudos a muchos amigos) de la fría, sistemática e implacable represión azul. Contiene el libro abundantes detalles que ayudan a entender por qué fue tan largo el túnel del franquismo y sobre qué fundamentos de indignidad y dureza se construyó el siniestro edificio del castrante régimen. Y también contiene preciosos detalles de la valiente y sensible personalidad de Rahola, en especial unas notas escritas mientras esperaba que llegara el pelotón de fusilamiento, preciosas notas que revelan un talante excepcionalmente generoso y digno, salvadas clandestinamente por el cura que lo acompañó al paredón.

No menos esperado era el otro libro aparecido estos días de jolgorio. Se trata de la biografía de Just Manuel Casero (1946-1981), escrita con fervor de amigo e inteligente prosa por el periodista Jaume Guillamet. Memoria de Just (Edicions 62) es un detallado libro en el que, con ingenio y delicadeza, se funden los textos editados e inéditos de Casero, los testimonios de sus amigos y familiares, el paciente trabajo de investigación de Guillamet e incluso su propia memoria personal. Just Casero era un tipo realmente extraordinario. Su personalidad encarna los principales fenómenos de la vida social, cultural y política de nuestros años cincuenta, sesenta y setenta. Casero fue emigrante de origen portugués y de familia extremeña, llegó a Figueres, a los cinco años, y vivió en túneles y barracas. En contacto con el mundo católico (estudió un tiempo en el seminario), se convirtió en el clásico dinamizador social que acaba militando en la izquierda: Assemblea de Catalunya, fundación del PSC en Girona, pérdida de un ojo en una manifestación. Escritor vocacional, dedicó sus esfuerzos literarios a luchar por la dignificación de la escritura en catalán en unos años en los que esta actividad era heroica (muchos de los que ahora reparten, desde la poltrona, carnets de catalanidad brillaban entonces por su ausencia). Formó parte del equipo de Presència, junto a Narcís Jordi Aragó y a tantos otros esforzados dignificadores del periodismo gerundense y llegó a fundar el diario El Punt, del que fue, mientras vivió, su principal columnista. El premio de narrativa que se falla estos días, convocado por Llibreria 22, ha perpetuado durante estos dieciocho años su memoria. Una memoria personal que Guillamet ha convertido en síntesis de la memoria general de aquellos años. No es un tópico: la corta vida de Casero (murió de cáncer cuando empezaba su carrera institucional: en el Ayuntamiento y en la Diputación de Girona) fue de tal intensidad, abraza tantos y tan variados espejos, que es imposible comprimirla en un papel diario. Lean, por lo tanto, el inmenso libro que ha escrito Guillamet. Lean con especial atención el capítulo en el que el propio Casero narra, en un impagable documento autobiográfico, su infancia en los túneles, barracas y albergues suburbiales. De ahí procede uno de los mejores tipos que vivió entre nosotros. Recuérdenlo, de ahí procede.

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