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LA "KALE BORROKA". Violencia cara

Una nueva activación de la kale borroka en el País Vasco ha servido para volver a criticar en duros términos la actuación de la Ertzaintza. Además de los pronunciamientos políticos, algunos columnistas conocidos se han ocupado del asunto. Vázquez Montalbán decía días atrás que "la violencia de baja intensidad ha devaluado la mercancía informativa política del País Vasco", mientras que Santos Juliá asegura que la violencia resulta "barata" a sus autores y viene a decir que la policía vasca no actúa adecuadamente por las ordenes que recibe de los políticos nacionalistas, "donde radica toda la razón de lo barato que resulta salir de incendios por la noche". Me temo que la asociación Gurasoak, formada por familiares de los encausados por los delitos de este tipo, tienen una opinión bien distinta cuando los jóvenes detenidos se enfrentan a duras penas de prisión; tal es así que los tribunales y hasta el Gobierno del PP han planteado modificaciones al respecto. Entre unos y otros comentarios, como suele suceder, podemos encontrar buenas razones para la reflexión.En primer lugar, hay que señalar, y no importa ser reiterativos, que la responsabilidad de las agresiones y amenazas están en quienes las realizan, pudiendo ampliarse moralmente a quienes las amparan y justifican ideológicamente. Decir que la kale borroka es una respuesta al "inmovilismo" del Gobierno central es una argucia deplorable, además de un profundo error. El origen y razón de este fenómeno está en la utilización de la violencia como instrumento político legitimado desde ETA y que persistirá en cualquier escenario político para disuadir a los disidentes. No es circunstancial, pertenece al acervo interno de los extremistas, aunque intenten envolverlo de mil maneras. Acierta Santos Julia cuando dice que este tipo de violencia "no recuerda para nada la lucha callejera"; mejor hablaríamos de "revuelta", por cuanto sus acciones quedan en alborotos y caos social, sin el romanticismo de la rebeldía, ni la implicación colectiva revolucionaria. Es una pauta banderiza, cuando las diferencias y disputas se dirimían con peleas y emboscadas. Una parte de la familia vasca se encierra en sus casas-torre, que a veces pueden ser barrios enteros, de donde salen para atacar a otros parientes, con los que están enfrentados, y que cambiarán según las circunstancias, utilizando en sus agresiones la violencia de forma primaria. Para eso no hace falta revolución alguna; vale con dar rienda suelta a los instintos y prepararse para la ekintza (acción).

Ante esos ataques contra las elementales normas de convivencia no caben las medias tintas desde cualquier opción ideológica, incluidas las pretendidamente revolucionarias de la izquierda abertzale. Está en juego no un sistema determinado, sino el respeto por los derechos humanos y una forma de considerar las relaciones comunitarias. Si la respuesta a los problemas políticos de Euskal Herria es la "profundización democrática" (Uriz y Zabaleta, EL PAÍS, 27-09-1999), de poco nos valen los instrumentos primarios de violencia. Un razonamiento que debiera servir también para la decidida intervención policial frente a tales ataques, desde la filosofía de legítima protección a las personas y sus bienes.

Hace tiempo que Martín Turrado, el mejor historiador sobre la policía española, definía el trabajo policial en tres estratos: filosofía, estrategia y táctica. Tan pragmático sistema nos lleva a constatar que la policía vasca actúa desde una filosofía ambigua, con repetidas menciones de su consejero validando la ortodoxia abertzale. Esto provoca la utilización de estrategias reactivas, siempre por detrás de los acontecimientos, en las que los detenidos lo son in situ, nunca por investigaciones sobre el entramado que sostiene la kale borroka. Para ello se utilizan tácticas represivas, de contención en algún caso, insuficientes para atajar el fenómeno porque no van a la raíz, y contestadas por su propia violencia. Desde luego, hay que exigir la mejora de la respuesta policial ante las "revueltas callejeras", y no es ningún consuelo que en Navarra "se detenga menos" (lo que sí anula el silogismo de Santos Juliá: en Euskadi no se detiene porque la policía es mandada por los nacionalistas).

La kale borroka va a perdurar en el tiempo, ya que cuenta con un soporte humano suficiente, tiene la aquiescencia de ETA y, por tanto, su apoyo político, y carece de una oposición decidida, mas allá de las palabras, del resto del nacionalismo. En esa realidad, la policía vasca está maniatada y no hacen falta ordenes específicas de tolerancia hacia "los chicos de la gasolina", basta con el criterio subjetivo creado. Ahora bien, esa violencia no sale "barata", ni para los imputados en la misma -pocos, pero con penas severas-, ni para la Ertzaintza -por su descrédito-, ni para la comunidad. Tampoco es útil para el propio movimiento abertzale, envilecido y entretenido por el uso político de la violencia. La kale borroka es una violencia "cara" para nuestra convivencia, por lo que todos perdemos. La solución parte de su desenmascaramiento ideológico, el convencimiento de su perjuicio para los nacionalistas y la acción institucional decidida, no solo en los aspectos policiales, que no son los más importantes, como bien exponía el olvidado plan del Gobierno vasco. Aun con todo, en la Ertzaintza debemos asumir nuestra parte del fracaso, sobre todo si queremos enmendar esta situación lamentable. ¿Estamos dispuestos?

Teo Santos es ertzaina.

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