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María Consuelo se llevó la "mocadorà"

Miquel Alberola

Una evidencia de que Eduardo Zaplana está en estado de gracia es que, contra el pronóstico de todos los partes meteorológicos, el sol salió para el Nou d"Octubre y se empleó a fondo con los mortales. Esta tierra pasa de la situación de emergencia por riesgo de inundaciones a la de peligro de incendio, y aplastada entre esos paroxismos, que rozan con la tragedia, radica la especificidad de los valencianos, ahora gestionada por el equilibrio centrista y centrado que impulsa el PP.Quizá por eso, para instaurar un equilibrio entre el purgatorio y la dicha, el presidente concedió la mocadorà en formato de Distinción al Mérito Cultural a la ex directora de Las Provincias, María Consuelo Reyna, mientras su marido, Jesús Sánchez Carrascosa, declaraba en el juzgado de instrucción número 4 de Paterna durante siete horas por la madeja que lio durante su etapa en la dirección de Canal 9, que es otro modo de cultura. Y allí en medio del besamanos de la plaza de Manises estaba de cuerpo presente esta referencia de primer orden, sin espuelas, atendiendo las felicitaciones de algunos de sus espoleados con el lomo doblado. Y otros epifenómenos de la ideología subyacente, como Antonio Ferrandis, Chanquete, y su vejiga hiperactiva, prodigándose sin respiro. Y Rosita Amores, Pepe Marqués, Vicente Ramírez, Joan Monleón y otras muestras inequívocas de valencianismo integral, todas ellas con probabilidades de ganar al año próximo el Premi de les Lletres Valencianes, ahora que se ha elevado el nivel.

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En la parte alta de la plaza se acumulaban los peces gordos del mundo empresarial, como Vicente Boluda, algunos ejecutivos con sotana y alzacuellos, y no pocos tiburones con despacho de influencias, apostados a la espera de que apareciese ese Kennedy censado en Benidorm llamado Zaplana y que les dijese: "Pedid y se os dará". En medio de esta densidad formidable de poder, los camareros abrían brecha con bandejas de refrigerio y canapés, mientras desfilaban chaquetas de Dior con una brasa de cigarrillo pegada a la altura del hígado o corbatas de Loewe pringadas de all-i-oli. Porque quien no tiene una pieza de ropa echada a perder en esta feria de vanidades no es nadie.

El desnivel en rampa de la plaza era directamente proporcional a la importancia del contingente de invitados. En el medio se agazapaban algunos tipos peinando media calva y con el móvil ardiendo, cuya importancia se reflejaba en el charol de los tricornios de los altos mandos de la guardia Civil. Y hacia el fondo, en cascada, se escurría el tercer escalafón, varios alcaldes insaciables, con el palillo del pincho de tortilla metido en la caries, y unos cuantos convidados de piedra desorientados.

Pese a la bajada del desempleo y la subida de las exportaciones, no estaban allí Gerhard Schröder, Tony Blair ni Anthony Guiddens, pero sí Rafael Blasco, que para el caso es lo mismo, con una corbata de paraguas, fina alegoría de la que está cayendo en su antiguo partido, que ayer estuvo representado por átomos y meteoritos de todas las sensibilidades, irreconciliablemente diseminados por la plaza, entre ellos el ex presidente de la Generalitat Joan Lerma.

Zaplana irrumpió con bronceado de yate, radiante. Se notaba que lo acababan de rociar de insultos en la procesión cívica desde las dos orillas del conflicto, mientras él navegaba, impertérrito, por el centro sin desviarse ni un ápice. Le estaban esperando sus apóstoles y todas las alcachofas de las televisiones de la aldea global, mientras su asesor de corbatas y camisas, Gregorio Fideo, se ponía a sus espaldas, en profundidad de campo, para chupar cámara. El presidente llegó, cosechó piropos, dejó que le pasaran la mano por el lomo y quedó con todos para el miércoles.

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No lejos, la directora de Canal 9, Genoveva Reig, lucía solapa peluda, mientras la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, como ejemplo de renovación destinado a socialistas, había sustituido el vestido rojo por uno de color hueso. Allí mismo, Fernando Modrego olía a quemado antes de encender un Montecristo del 4, y el presidente de la Diputación de Alicante, Julio de España, insistía en que lo único que olía mal en La Vega Baja es el río Segura. Y allí estaba para ratificarlo, si hacía falta, Luis Fernando Cartagena o su tocayo Saura, el Síndic de Greuges. Y si no, Sánchez Carrascosa, avalado por la trayectoria cultural de su señora.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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