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Tribuna:EL FUTURO DE LA PROTECCIÓN SOCIAL
Tribuna
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Las pensiones y la caja de Pandora

Como Saulo, una serie de políticos se han caído del caballo cegados por la luz electoral (un resplandor de muchos más kilovatios que el fulgor divino). Se han caído del guindo y han descubierto de repente que hay jubilados longevos (o viudas de ídem) que disfrutan pensiones de 25.000 a 30.000 pesetas al mes. Un pensionista tal es una especie de intocable al estilo de las ínclitas sectas hindúes, sólo que allí arrastran la miseria por las calles de Benarés, mientras que nuestro héroe la arrastra detrás de las ventanas. De este modo, el gerontócrata a que aludimos es un ser intocable e invisible, y especialmente un funámbulo a la fuerza por aquello, de los equilibrios a edad tan poco propicia.Pero hete aquí que de pronto esos políticos devienen redentores y los dedos se les vuelven huéspedes pródigos, al punto de sentirse Robin Hood en su cerebro, que no en su corazón, me temo. Además, todo dentro de un orden. La política es siempre cosa, de, orden. Y nuestro atribulado pensionista es, expuesto como una mercancía con las ventanas abiertas de par en par, aunque a la postre sigue siendo un pensionista manifiestamente mejorable, eso sí con permiso. Con permiso de que tengamos un PIB boyante, un déficit público exiguo, una inflación contenida o un dominable efecto 2000 sobre nuestros ordenadores (ese Y2K que suena a espionaje o a cremallera japonesa) . Todo discurre como si los objetivos, en este casó, macroeconómicos, fueran un fueran en sí mismos. Claro que pueden alcanzarse unos objetivos espectaculares, pero tras aplicar, en lo concerniente al pensionamiento, un modelo obsoleto y acaso insolidario, al menos con las futuras generaciones. Y una vez conseguido SÍ los objetivos, pare ce como si no se supiera bien a qué destinarlos, como si casualmente a alguien se le ocurriese plantearse unas dádivas a ciertos pensionistas con parte del exceso o de la desviación presupuestaria.

Esto me recuerda al manuscrito de Cartaphilus sobre aquel que buscando la inmortalidad la encontró, pero no supo qué hacer con ella, y cuando quiso volver a ser mortal ya no pudo.

A los políticos se les llena últimamente la boca hablando de mejorar con fondos residuales las pensiones underground. O insistiendo en la necesidad de preservar la caja única de la Seguridad Social, como si de salvar la especie se tratase. Todo eso está muy bien, sin duda. Pero habría que preguntarse si la caja única no será la caja de Pandora, una caja que al abrirla sea como quien abre la caja de los truenos. Y conste que parto del reconocimiento de que el balance financiero de la Seguridad Social ha mejorado hasta mostrar superávit .

Aunque ya me dirán ustedes si merece la pena seguir cuidando como oro en paño, hasta manosearlo, un modelo al que adornan las siguientes virtudes:

1. Funciona con unos precios públicos más que espúreos, ya que el trabajador compra a plazos una pensión, pero el objeto de su compra no está individualizado ni identificado. Lo que adquiere es la fe en que el Estado le pagará en su momento ciertas cantidades.

2. El modelo se rige por el principio de caja (cash basis) y no por el de devengo. Con arreglo a este último, la opinión sobre el sistema, se basaría en la capitalización de las futuras prestaciones. Dada la creciente esperanza matemática de vida y los presumibles a futuro bajos niveles medios de los tipos de interés, tal capitalización resulta espeluznante.

3.En una relación de tracto sucesivo, lo menos que puede pretender el cotizante es que sus derechos sean personalizables, no tanto en la forma cuanto en el fondo. A la manera de un contrato de administración de depósitos por parte del Estado, y referido a un cierto colectivo de población en el que cada miembro es una parte "individualizable". Otra cosa es que no se individualice materialmente dentro de este, depósito global, aunque conceptualmente pueda aspirarse a ello.

4. El esquema hoy vigente es de aportación definida. Es decir, se cotiza y cantidades precisas y conocidas a la espera de unas prestaciones imprecisas, no por su cuantía anual, sino por el número indeterminado de años en que se recibirán. No es esto -último lo que criticamos, sino que, inmerso tal proceder en un sistema de reparto" Podría convertirse con el tiempo en una bomba de relojería. La longevidad de la población, el nivel de desempleo, la política dé jubilaciones anticipadas, los altibajos en el crecimiento económico, pueden hacer que la carga por prestaciones llegue a ser insoportable a largo plazo.

5. Al no haber correspondencia entre las aportaciones y el uso / administración / rendimiento de las mismas dentro del sistema de reparto vigente, se está a resultas de otras variables ajenas al propio sistema; Se depende de factores cómo los indicados en el, apartado precedente y otros más. Así, las prioridades, del presupuesto público, la tasa de natalidad o la performance fiscal.

La única formulación seria a futuro consistiría en el tránsito del actual sistema de reparto a un sistema de capitalización. Una transición que abarcaría varios años, rea lista y no precipitada, que transformase lo devengado por los cotizantes que superen cierta renta / patrimonio en deuda pública en condiciones y plazos, cómodos para el Estado, y variables en. función de la edad y antígüedad de aquéllos. Algo así como la fórmula Piñera en Chile, pero con una gran diferencia: en el nuevo sistema público de cotización, no entraría el segmento de directivos y profesionales a partir de cierta posición económica de los mismos. Con la apostilla de que el rasero de exclusión podría extenderse hacia los jóvenes, aún no consolidados económicamente,, bajo el supuesto de su potencial de promoción futura.

Porque ¿qué sentido tiene que un diré al retirarse, reciba una pensión de la Seguridad Social que equivalga al 5%, 10%, 20% o,-30%, de su ingreso final como jubilado? O incluso menos, si se añaden a la pensión final sus rentas de capital o de otro tipo.

Los ahorros del Estado y de la empresa al excluir tales cotizantes, más beneficios del Estado derivados de la conversión en deuda de lo devengado por este segmento más las dotaciones especiales (a priori y a posteriori directas e indirectas) del Estado contrapesadas -por ingresos especiales contribuirían a armar en un plazo de tiempo razonable- el nuevo sistema de capitalización...

Pero no nos engañemos. El nuevo sistema exigiría cíantidades ingentes para supuesta en marcha. Por eso, precisa de un amplio periodo de transición, vanable, en función sobre todo del grado de crecimiento consistente del PIB, y aun así no bastaría. Habrían de lograr se tasas de deseinpléb claramente por debajo del 10%, y un fuerte saneamiento de las cuentas públicas conse cuente a la Implantación de reformas estructurales pendien tes y una disciplina del gasto público que ofrece todavía. oportunidades de mejora. En todo caso, cabe suponer que los déficit públicos transitorios en que se incurriese se tratarían adecuadamente en cuanto al Pacto de Estabilidad de la Unión Europea. Ahora bien, siendo, en mi opinión, el sistema de capitalización una alternativa indubitable no se ve en qué, medida el no afrontrarla desde ya pueda mejorar en el tiempo los parámetros que la definen. A menos que el porvenir nos depare maravillas de tal calibre y con tal certeza que inviten a la espera. .Lo prudente, por naturaleza, es descontar el futuro, máxime si se vislumbra el. cómo. Más que el cuándo, desde luego.

Parece previsible que los países hoy emergentes, muchos con grandes recursos primarios, se configuren en bloques,y que en ellos se consolide la democracia. Bloques imbuidos de un espíritu anticolopialista que mermaría las posibilidades y los márgenes que aún detentan los países occidentales. La inmigración ejercerá presiones dentro de la población trabajadora, reivindicando derechos equivalentes.

A su vez, las orientaciones sociales, de ir en alguna dirección, se moverán recabando menos disparidades, más pactos sociales, ocio creciente, etcétera. La ampliación de la UE hacia el este supondrá para nosotros, a medio y largo plazo, saldos con Europa y con nosotros mismos menos brillantes que los actuales.

Y así podríamos ir descontando ese futuro (en orden a pasar algún día al nuevo sistema de pensíones) a tipos no ciertamente tan bajos como los vigentes, y preguntándonos si el sistema de reparto cobra sentido por los siglos de los siglos. Esta nueva arquitectura de planes de pensiones públicos y priva dos (engordados estos últimos con los ciotizantes excluidos de los públicos) empujaría la deuda pú blica y los títulos privados nacionales, ensanchando nuestros mercados de capitales dentro de Europa y en el mundo, y fomentando la dimensión e internacionalización de nuestras empresas. Amén de posibilitar un mayor control del entramado y de evitar las perversiones antes citadas del sisterna de reparto. No obstante, de nada serviría esta transformación si al mismo tiempo no se introdujera una revisión beligerante de las pensiones de los tramos inferiores. De igula modo, hay, que vigilar el que no se exacerben las desigualdades en los periodos de euforia o de deterioro.

Después de tales periodos, inevitablemente, los mínimos resultantes son todavía más indignos, por lo que debiera establecerse un mecanismo automático que cornija las tablas impositivas para compensar estos nuevos deméritos. Lo cual no quita para que recordemos que cualquier revisión al alza, cualquier indización o mejora justa -que, por supuesto- apoyamos- son para hoy y para siempre jamás, con un , efecto acumulativo sin desmayo. Y todo ello ha de medirse y preverse en los modelos.

Pensemos por un momento en el consumo efectivo de servicios públicos por parte de tantos pensionistas como los que aquí comentamos. No ya de servicios gratuitos, sino también de los que el Estado suministra contra un precio público. Nuestros héroes (que eso son buena parte de ellos) con sumen durante años (y ojalá durante muchos más). una cantidad ínfima de tales servicios, al punto de que si hiciéramos un balance de su relación con el Estado como contribuyente / receptor resultarían ampliamente acreedores. Por algo son seres intocables, invisibles y funámbulos.

Javier Gúrpide es doctor ingeniero industrial y, en Ciencias Económicas.

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