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Tribuna
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Inaugurando el curso político

JAVIER UGARTE Cuando más de uno conserva todavía en la piel el regusto acre del salitre y el recuerdo del perezoso verano, con la maleta a medio deshacer y el bañador y los tragos largos aún en la memoria, arrebujados aún en mil ocupaciones privadas, resulta que el ministro Mayor Oreja irrumpe en la escena pública anunciando el traslado de 105 presos de ETA y rompe de golpe lo que aún quedaba del estío. A eso se le llama en el Norte, por mucho que nos pese a algunos, inaugurar el curso político. Todo gira ya en torno a la cuestión. Inmediatamente le replican Egibar y Otegi (oportunismo, se agitan; les ha chafado su otra inauguración prevista para el día 12, aniversario de Lizarra) y también el Gobierno vasco, mientras el PSOE lo apoya matizadamente. Al momento los informativos dan la noticia en avance, los periódicos le dedican editoriales y los opinantes de todo pelaje nos apresuramos al ordenador o al micrófono para hablar de ello (pido excusas por esto, pero la actualidad obliga). Hace un año, sí, hace un año que ETA declaró su llamado alto el fuego. Quince meses sin ningún muerto. Va siendo hora de hablar claro, sin concesiones a la ambigüedad, necesaria en el primer momento. Y la decisión sobre los ciento cinco (más allá de ser criticable, que lo es) pone el dedo en la llaga del final definitivo de la violencia. ¿Paz por soberanía, tal como se quiere aún en Lizarra, o paz por presos? Va siendo tiempo de elegir si de verdad los actores de esta nauseabunda historia aspiran a un final (que nunca será feliz). No hay más. Debe saberlo el PNV (y actuar en consecuencia), y lo debe saber ETA y el Gobierno; debe saberlo HB y lo sabemos ya todos nosotros. Deben saber todos que nunca será posible ejecutar la fórmula de paz por soberanía. Pero no porque haya una fuerte oposición social al soberanismo vasco a favor del unitarismo (término querido por mi amigo Lluch), que no la hay -tampoco mucho apoyo, tal como se ha visto en elecciones y encuestas: muchos somos indiferentes a priori al tema en el marco de la UE-, sino por radical rechazo de la violencia y por la adhesión a la libertad que en la sociedad vasca se da. No cabe lugar al chantaje. Y no son admisibles cambios constitucionales bajo la tutela de las armas. Nada que cuestione nuestra libertad de decidir se nos podrá imponer. El ex lehendakari Ardanza lo dijo y muchos lo suscribimos: hay que separar el proceso político del proceso hacia la paz. Descartada aquélla, sólo es posible la fórmula de paz por presos como una fórmula generosa de una sociedad libre. Lo sabemos todos y debe saberlo ETA (o Antza, que tanto da), y lo deben saber las distintas sensibilidades dentro del PNV y EH para que actúen en consecuencia. Resulta extremadamente peligroso que el PNV aliente aún expectativas en el nacionalismo armado que nunca se realizarán por esa vía: conducen directamente a la frustración de esa bolsa social a la que irredentamente trata de redimir el burukide Egibar. Por su parte el colectivo EH-ETA debe iniciar, mientras pueda, una urgente reflexión sobre el valor estratégico de la violencia (no aspiro a que hagan una reflexión ética) si no quieren conducir a sus seguidores a un callejón sin salida, a una situación a lo Baader-Meinhof o Brigadas Rojas italianas: sería suicida para ellos y prologaría la náusea en esta sociedad. El Gobierno del PP orienta las cosas hacia el tema de los presos. Impúlsense todo tipo de manifestaciones en esa dirección; que sean ciento cinco en lugar de veintiséis (Egibar); que sean cuatrocientos y no ciento cinco; que vuelvan a casa y no a Martutene. Constrúyase una sociedad libre y abierta al futuro. Hágase de la paz por presos el lema central. Y, luego, si de verdad existe un contencioso vasco, el camino a la soberanía estará abierto: bastará que nos convenzan a una mayoría suficiente. Y mientras eso llega, déjenme por favor diez minutos más del entrañable verano.

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