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Israel-Palestina: peligros futuros

El acuerdo firmado el 4 de septiembre entre Israel y la Autoridad Palestina (AP) es un avance en comparación con el bloqueo que le impuso el anterior gobierno israelí al proceso de paz. Las transferencias de territorio, la liberación de prisioneros políticos, la autorización para construir el puerto de Gaza y para unir a esta zona por autopista con Hebrón son pasos importantes para la AP. Pero se abre un difícil período de un año en el que se pretende negociar el estatuto permanente. Esto implica abordar las cuestiones cruciales: regreso de los refugiados palestinos que perdieron sus tierras en 1948 y 1967, a quién le pertenece Jerusalén, los asentamientos judíos sembrados en la superpoblada, pobre y contaminada franja de Gaza y Cisjordania, y el trazado final de fronteras. Aparte del peligro de que la violencia de Hamás o de los colonos judíos ortodoxos detenga el proceso, la negociación de estas cuestiones indicará el limitado margen de movimiento que tiene la AP ante Israel. Muchos palestinos temen que el presidente Yaser Arafat acepte un Estado fragmentado y sin integridad territorial, al que no puedan volver los refugiados, que no tenga a Jerusalén como capital y en el que no se desmantelen los asentamientos. La libre circulación de los palestinos y la economía serían muy limitadas. Se teme, además, que Arafat acepte ese Estado frágil a cambio de mantener un poder marcado por la corrupción y el clientelismo, la inflación de personal burocrático y de seguridad, y la falta de proyectos contra una pobreza creciente y para generar una sociedad civil activa.

El Gobierno de Ehud Barak está actuando con gran habilidad. Ha desbloqueado el acuerdo de Wye y pasa de la estrategia del bloqueo de la época de Benjamín Netanyahu al salto hacia delante: en un año, dice, tiene que haber estatuto final y permanente. Pero al no haberse concretado los detalles sobre los puntos cruciales Israel volverá a imponerse. La ex ministra Hanna Ashrawi recuerda que la etapa intermedia de los acuerdos de Oslo se ideó "para modificar y disminuir las injusticias y los desequilibrios entre las partes en conflicto y preparar así las condiciones para alcanzar un status permamente. Si se continúa con la política de ocupación se altera el proceso".

O sea que Israel habla de estatuto final pero, entre tanto, continúan para los palestinos los puestos de control, las demoliciones de casas, los cierres de fronteras sin aviso y las detenciones administrativas realizadas por la AP e Israel con la ayuda de la CIA, como denuncia Eitan Felner, director de la organización israelí B"tselem de defensa de los derechos humanos en los territorios ocupados.

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La falta de solución política es sustituida con autopistas presentes y futuras que unen a los asentamientos israelíes sin pasar por poblaciones palestinas, y una vía rápida elevada que permitirá a los palestinos ir desde Gaza a Cisjordania sin tocar territorio israelí. Pero no hay autopista que solucione los problemas de poder político (la creación de un Estado en una tierra ocupada por otro Estado), de pugna por recursos (el agua escasa controlada por Israel), de desequilibrio económico entre las partes (Israel usando la mano de obra barata palestina), y de posesión de lugares sagrados por las dos partes.

Israel no quiere entregar determinados territorios a la AP para no dejar aislados a los asentamientos. La excusa oculta la ilegalidad de estos asentamientos de casas perfectas, centros comerciales y antenas para teléfonos móviles, que albergan a alrededor de 170.000 colonos en Cisjordania. El futuro Estado palestino contará con tantos enclaves israelíes como fuentes de violencia. Los colonos, muchos estadounidenses y cada vez más rusos se preparan para una larga batalla, desde los Altos del Golán (tomados por Israel a Siria en la guerra de 1967) de la que no quieren irse si el Gobierno israelí negocia la devolución a Damasco, hasta las afueras de Jerusalén donde los gobiernos de Netanyahu y Barak han fomentado un cinturón de asentamientos que aisla a la parte árabe de esta ciudad de Cisjordania.

Más difícil es que Israel acepte devolver Jerusalén. Un asesor de Barak afirma que en un futuro habrá Estado palestino desmilitarizado, que contará con aproximadamente el 85% del territorio de Cisjordania y casi el 100% de Gaza. ¿Jerusalén? Mejor no hablar. ¿Los refugiados? Nunca volverán. Para la AP la de los refugiados es una cuestión irrenunciable, pero ¿cómo satisfacer su demanda de empleo, vivienda y asistencia si las carencias son notables para la población actual? Y los israelíes no quieren que varios millones puedan regresar para sumarse a una tasa de crecimiento demográfico que les aterra. La población palestina de Gaza y Cisjordania es de 3 millones de personas, pero serán 7,4 millones en el 2025. Donde el fundamentalismo se cruza con la política, como en la ciudad de Hebrón, las palestinas tienen alrededor de 6 hijos cada una. Hay, además, casi un millón de palestinos israelíes. Israel tiene 6 millones de habitantes y 4,8 son judíos, con una tasa de crecimiento de población menor (2,6 niños/mujer). Entretanto, las mujeres judías ortodoxas alcanzan la cifra de seis hijos cada una.

A cada palestino que se le pregunta sobre el futuro Estado contesta: "¿Qué tipo de Estado?" Cada israelí democrático contesta: "¿Qué Estado tendremos en 20 años: religioso, secular?". Ante la perspectiva de que Israel y Arafat llegasen en un año a un acuerdo que no recogiese las demandas palestinas unos afirman que es "inadmisible"; otros, que volvería la violencia de la mano de los radicales de Hamás. Unos pocos creen que en muchas décadas podría existir un Estado democrático y binacional. Casi todos opinan que las características internas de cada uno de estos dos Estados ayudarán a que haya guerra permanente o paz inestable.

En los próximos 12 meses el mayor peligro es que Barak abuse de la fuerza de Israel e imponga un estatuto final que deje de lado las grandes cuestiones. Y que Arafat lo acepte porque ya no vea otra salida. De ese modo, un aparente triunfo de los protagonistas sería un terrible fracaso en el medio y largo plazo. Europa, EEUU y los países árabes deberían actuar para que no se cometa ese error.

Mariano Aguirre es director del Centro de Investigación para la Paz (CIP)

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