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Fútbol, religiones

A. R. ALMODÓVAR No hay cosa que más me entusiasme que ver la plantilla al completo de un equipo de fútbol delante de su Virgen o de su Cristo favorito. Ni cosa que más me intrigue saber si, en justa correspondencia, el equipo en cuestión goza de la misma simpatía por parte de la imagen seleccionada. Pero esto me temo que no lo voy a averiguar así como así. No creo, sinceramente, que ningún periódico me vaya a servir en bandeja de desayuno, por ejemplo: "El Gran Poder se declara sevillista. La Macarena, bética". Qué catástrofe. De momento, lo único cierto es que tenemos a un puñado de muchachos, de muy feliz contextura, posando de espaldas al protector celestial que les han asignado, como para que éste parezca uno más del equipo. Con cura enmedio y todo. El cura luce sus atributos de intermediario, más una sonrisa maravillosa. Los muchachos, sobre todo los venidos de muy lejos, incluso de otras religiones -o de ninguna religión-, más bien atónitos. Como me vea mi madre, parece que piensa alguno, la vamos a liar. Porque su madre seguro que tiene otras devociones, o asiste por las tardes a un cursillo de cienciología, o echa las cartas del tarot, o es evangélica o mahometana de toda la vida. Es que no he podido evitarlo, madre, de verdad, sigue pensando el muchacho. Pero, vamos a ver, ¿eso estaba en el contrato? Entonces el muchacho, que hasta ese momento creía que el mundo era sólo un gigantesco balón de fútbol, se empieza a preocupar. Indaga, pregunta. No indagues, no preguntes, le aconsejan. En esta ciudad hubo un tiempo en que a un catedrático de latín lo echaron de la Universidad por haber dudado de la virginidad de María.-¿De quién? - Mira, mejor te haces un cursillo rápido y te vas tomando las medidas del capirote. -¿El capiqué? El muchacho es que es un poco lento. Él todo lo que no sea correr por la banda y hacer la pared...- Pero bueno, ¿a ti no te han dicho nunca que África empieza en los Pirineos? Qué desazón, qué cruz. Antes el fútbol empezaba en octubre. Ahora en agosto. La Semana Santa en marzo. Ahora en agosto también. Reconozco que me preocupa mucho esta superposición de mitos y religiones, no por nada, sino porque me estoy haciendo un lío yo también, casi como la madre del muchacho. En esta bendita ciudad antes las cosas tenían un orden, un calendario. Los Autos de Fe, en octubre-noviembre (aunque alguno cayó en julio del 36). El carnaval, en febrero. Las romerías, en mayo. Cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento, dice el refrán. Hombre, y marchábamos. Pero ahora todo anda un poco revuelto, todo parece un poco carnaval, con perdón. La gente que iba a misa, iba a misa. No a misa y al fútbol a la vez. No sé si me explico. Y el muchacho, que ha venido de tan lejos, pues figúrense. Como que no da pie con balón. Está francamente preocupado. Su madre le ha dicho por el móvil, desde la otra punta del mundo, que viene para acá, a ver si le explican a ella por qué su hijo tiene que cambiar de religión así como así. Que eso no estaba en el contrato, ni en los derechos de imagen, ni en nada de nada. A ver entonces por qué.

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