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CICLISMO Tour

Etxebarria gana en el mediodía francés

Primera victoria española en una etapa en línea del Tour desde 1994

Luis Gómez

Cinco años han pasado desde que un español no cruzaba la meta en solitario, que parecía que los nuestros no tenían valor para la escapada, que se habían vuelto finos estrategas o fieles gregarios, según corresponda. Cinco años ya sin experimentar esa satisfacción provisional que ofrece el éxito en una etapa, alegría que caduca a las 24 horas pero que deja un buen sabor de boca. Cinco años desde que Francisco Cabello ganara en Brighton, en un Tour que comenzó en Inglaterra (1994). Hasta ayer, cuando David Etxebarria, apodado en algunos mentideros como el Jalabert español, abandonó toda compañía a falta de 22 kilómetros para la meta y aceptó el cara a cara con el destino. Si alguien tenía cualidades para manejarse en un terreno como el mediodía francés, ése era Etxebarría, la orografía perfecta para un hombre con clase, pero que no tiene el motor de los grandes.Cinco años han pasado que no han sido en balde: nos habíamos acostumbrado a las victorias contrarreloj (una de Induráin en 1994, dos de Induráin en 1995, una de Olano en 1996), al éxito del especialista, a la victoria previsible, puntual, exacta. ¡Qué contradicción! Y nos habíamos olvidado de los triunfos en la montaña, de nuestras raíces, que parecen haber quedado para otro momento, quien sabe si un día de estos. ¿Quién fue el último español que ganó una etapa montañosa? Pásmense: Induráin en 1990. Tanto ha cambiado el ciclismo español que casi no le reconocemos. Pero ha cambiado para bien. Ahora el pelotón español, aun en la resaca post Induráin, sigue siendo un pelotón sólido, profesional, que se mueve por asuntos de envergadura (se disputa el podio a falta de un gran campeón), que toma la iniciativa en los días señalados, que dispone de gente como Etxebarria, un hombre de clase.

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Felicidades, David
En territorio Jalabert, un español

Habría reventado Manolo Saiz si deja pasar esta etapa sin mover un dedo. Muy moderado apareció por la línea de salida, prudente y reservado, con cara de niño bueno, argumentado que la defensa del podio de Olano justificaría una jornada tranquila en el terreno que más le gusta al director del ONCE, el mediodía francés, la media montaña, sus infinitas curvas, el calor, la estrechez de la carretera, el territorio de las emboscadas, el terreno que más molesta al pelotón, porque no puede moverse, porque no caben muchos entre cuneta y cuneta. Habría reventado si lo deja pasar. Hace una semana cogía distraído un libro de ruta y detenía la vista en la etapa de ayer, le brillaban los ojos, fijaba la mirada en los accidentes del terreno, en esa pequeña cuesta de dos kilómetros que lleva a la meta. ¿Pensaba entonces en Etxebarría, su mejor pupilo español, su Jalabert de bolsillo, su primer ganador en un Tour del Porvenir? ¿Pensaba ayer en Etxebarría y por eso estaba tan callado, tan modoso, tan reservado? Habría reventado hoy de no intentarlo.

Claro está que no era sencillo. Primero había que pegar el salto. Luego, había que dar con el grupo adecuado, el que finalmente obtenga el permiso del líder para jugarse la etapa. Las noticias corren por el pelotón y era público y notorio que Armstrong estaba condescendiente, siempre y cuando el grupo no tuviese ningún infiltrado molesto. A 160 kilómetros de la meta, Etxebarría saltó con otros hasta formar un grupo de 14 corredores de un total de 10 equipos, la cantidad justa para tranquilizar las conciencias. Etxebarría estaba a 28 minutos del líder. Así que Armstrong dio el visto bueno.

Los 14 escogidos en la ruleta de los ataques serían amigos durante 130 kilómetros y romperían sus relaciones en cuanto olfatearan la línea de meta. Así es la vida en la escapada: ahora contigo y luego contra ti. Comenzaron los saltos de rigor y se rompió el grupo casi en dos mitades. Cada cuesta era un toque de arrebato, cada curva una escaramuza: el terreno permitía atacar y escaparse. Eso hizo David a falta de unos 22 kilómetros, cuando atisbaba el comienzo de un puerto de tercera.

Su escapada tiene el doble mérito de unir fuerza a inteligencia. Había que hacer una contrarreloj de 20 kilómetros frente a lo que pudieran urdir detrás. Todo eso hizo David, digno pupilo de Manolo Saiz. Estaba Etxebarría concediendo sus primeras impresiones cuando apareció el pelotón, bien estirado, tenso hasta romperse. Nada. Una anécdota. Escartín y Zülle le restaron dos segundos a Olano. Nada que pueda empañar la felicidad de David Etxebarría y la plena satisfacción de Manolo Saiz, que no ha dejado pasar por alto el mediodía francés. Se lo pedía el cuerpo.

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