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Pijos nacionalistas XAVIER BRU DE SALA

En general, los pijos se presentan superacicalados, lucen gestualidad cansina y vocalizan poco porque consideran un privilegio exclusivista haber aprendido a echar la voz por la nariz. Pero no suelen decir gansadas, o no tantas como creen sus caricaturistas. Ser pijo no sólo es una forma de presentarse y articular el habla, sino también de situarse en el mundo, por encima del mundo, describiendo el mundo con suficiencia propia e inteligencia prestada -y actuando en él sólo en caso de extrema necesidad-. No suelen ser ni los más bobos ni los más trabajadores de las familias bien situadas, pero tienen de malo que mantienen los errores con total imperturbabilidad. ¿Acaso pagan ellos los platos rotos? Si alguna vez les cobran uno, ni se dan cuenta o no les viene de aquí. El tiempo y las reservas acumuladas por sus mayores juegan de su parte. Los pijos creen que son el motor de la realidad cuando en realidad no pasan de ser una emanación bienoliente y mejorpensante del tubo de escape de los motores más potentes. El pijo no se hace, nace. Pocos padres de pijo son pijos. Ni un abuelo de pijo fue pijo. El pijo va tan sobrado de seguridad que no imita, prefiere ser imitado. Pijo es, en definitiva, quien dispone de una copiosa vajilla, heredada, y le trae sin cuidado romper un plato, porque le quedan muchos. Hubo una vez una pijería barcelonesa con dos cualidades. Estaba harta del sistema franquista de prebendas gracias al cual había crecido entre algodones, una, y dos, vio venir el cambio mucho antes que sus compañeros de clase. Es la pijería tradicional, la que tanta fascinación ejerció sobre la gauche divine, la de los círculos influidos por Vicens Vives, la que se intuye premonitoriamente en algunas novelas de Marsé, la de las películas de la escuela de Barcelona, la que luego popularizó el personaje Tito B. Diagonal, de Jordi Estadella. Los parasoles de las setas pijas nacen por definición a la sombra de los árboles del poder. En este verano sesteante, cuando los supervivientes de aquella pijería se esconden en sus guaridas del Empordà, aparecerá por la retaguardia de la Cerdanya una nueva tropa dispuesta al relevo. Nacida a la sombra del poder pujolista, está en gestación, dando sus primeros pasos. En vez de vajilla de porcelana ha heredado un almacén repleto de cántaros de terrissa, pero ya empieza a existir, con la típica seguridad de quien se lo ha encontrado todo hecho. Se ganan la vida, ¡menudo fallo!, como profesionales bien remunerados, y en sus horas de ocio pretenden dar la impresión de que la competitividad no va con ellos porque nacieron y morirán bien pagados (lo cual es falso a todas luces, ya que sin papá Pujol cobrarían bastante menos). Tienen la fonética, la catalana, només faltaria, a medio camino entre la garganta y la nariz. Por eso, a muchos de ellos, se les nota bastante todavía el acento de Les Garrigues, de los pueblos del Vallès o de Osona. En cualquier caso, asoman. Más nos vale tomar nota. El mejor momento y lugar para retratarles es el veraneo en sus lugares de ocio, cuando tienen la suerte de no trabajar y pueden dedicar todo su tiempo a esa obra de arte social que es la creación y modelación de una pijería. Yo los descubrí en un poblado de la Cerdanya a las pocas horas de empezar el año. Un poblado para pijos nacionalistas, a imitación de un pueblo típico pero sin nativos, sin establos ni corrales, sin tiendas y sin escuela, sin alcaldía y sin señor rector. Tan gratas ausencias estaban compensadas por la calefacción, el buen olor y una gran abundancia de maderamen interior y exterior con más barniz de la cuenta. La vista, inmejorable. Ocupaba, y ocupa, el subsuelo de la calle mayor una especie de avenida subterránea de cemento, de unos 300 metros de longitud y elegante curvatura, flanqueada por las puertas de los garajes unifamiliares. Dicho espacio estaba ocupado por una mesa interminable, como las de la fiesta mayor de Gràcia, una hilera de estufas, grandes altavoces y juegos de focos de colores, guirnaldas, serpentinas, sombreritos y confeti. A las tres o las cuatro de la madrugada de Nochevieja acompañé a mis amigos a buscar a sus hijos y descubrí el pastel. Allí estaban, tal vez 200 entre padres cuarentones y vástagos de 3 a 15 años, bailando como posesos, infatigables, eufóricos, optimistas: Cataluña es suya. ¿Qué pasará si llega la tramuntanada o el garbinet y se la quita? Si quieren recuperarla, tendrán que dejar eso de la pijería para sus hijos. Si no quisieran perderla, no habrían dejado a Pujol sólo con los masoveros. Cuentan que la junta rectora del Club de Polo invitó a Cambó a visitar las magníficas obras de ampliación, realizadas en sus instalaciones a la sombra de la dictadura de Primo de Rivera. Al final de la visita, Cambó se permitió comentar, "ara ja tenim el club, només falta fer els senyors". Lo mismo debió de pensar Pla cuando decidió, por piedad, abstenerse de retratar a la burguesía catalana y dejar así un horrible hueco en su fresco de la sociedad catalana de su tiempo. En Cataluña, los que fueron pijos se avergüenzan de parecerlo y los que empiezan a serlo no saben ni cuánto aprendizaje les queda por delante. Para tener pijos de verdad, primero hay que tener señores. Y para fabricarlos, se precisa algo más de esa materia prima llamada poder.

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