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Reportaje:

El pequeño Vasile quiere volver a la escuela

Los 130 rumanos asentados por el Ayuntamiento junto a la N-I temen que el martes les vuelvan a desalojar

David Masoraki Vasile, rumano de cinco años, perdía la cabeza ayer por un bolígrafo. Fue escolarizado cuando vivía en el poblado de Malmea (en el distrito de Fuencarral) y en apenas unos pocos meses ha aprendido a escribir. Le encanta plasmar su nombre en una hoja de papel. El pequeño David piensa que estaba de vacaciones y está seguro de que va a volver al colegio después del verano. Pero no sabe ni dónde ni cuándo. Ayer despertó en una de las 96 camas del nuevo asentamiento rumano de la carretera de Burgos, en el que viven unas 130 personas, la mayoría niños. Cuando se enteró de que el martes tendrá que abandonar el poblado se le puso cara de susto. Le asaltó la incertidumbre de su futuro y en un instante se llenó de dudas. Con el ceño fruncido preguntaba: "¿Y ahora dónde vamos en tres días? ¿Eh? En Rumania, la policía no nos deja [a los gitanos] ir al colegio. De aquí no nos podemos marchar. Aquí me gusta todo". Lo que le espere, para bien o para mal, lo decidirán los responsables políticos del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid este martes, en una reunión conjunta en la que participará tambien un representante del Ministerio de Asuntos Sociales.

El Ayuntamiento de Madrid y la Delegación del Gobierno desmantelaron el jueves el poblado marginal de Malmea, donde vivían 100 familias de gitanos rumanos. La acción, pese a la fuerte presencia policial, se encubrió como una operación de limpieza por la insalubridad del lugar. Unas 500 personas perdieron su hogar. La concejal de Seguridad, María Tardón, del PP, justificó así el desalojo: "Los asentamientos ilegales no caben en una ciudad como Madrid". Pero el sábado, ante el aluvión de críticas, el Ayuntamiento rectificó a toda prisa y levantó el nuevo asentamiento. Buscó para ello un terreno despejado de viviendas (en Fuencarral, 2.500 vecinos firmaron un escrito de queja contra los problemas ocasionados por la presencia de los rumanos) y lo encontró en el camino de San Roque, detrás de un gran concesionario de Renault en la avenida de Burgos. Levantó cuatro grandes tiendas de campaña del Ejército en una hondonada.

La primera noche en el campamento provisional fue tranquila. A pesar de ello, el Samur atendió a 30 personas. Dos niños fueron hospitalizados. Uno de ellos, de sólo cinco días, sufría deshidratación y fue ingresado en el hospital de La Paz, donde ya fue atendido el domingo por lo mismo. El otro, de siete años, tenía fiebre y recibió el alta médica.

Muchos rumanos durmieron anoche en el suelo por falta de literas. "Las mujeres y los niños han dormido en las camas. Nosotros, en la acera. Aquí hacen falta más camas", lamentaba Tanase Constantin, de 37 años, casado y con seis niños. Los que consiguieron dormir en blando se mostraron felices y descansados. Se repartían los catres por familias, a cada una le correspondían dos camas. Las juntaban y allí se tumbaban el padre, la madre y los hijos que tuvieran, uno, dos y hasta tres. "Hemos dormido bien, lo que pasa es que en una sola tienda duermen muchas familias. En el poblado de Malmea, cada familia tenía su sitio. Era más íntimo, mejor", explicó Florin Buchano, de 26 años, casado y con una hija de un año y unos grandes ojos negros. Buchano vende el periódico La Farola. Y no quiere volver a Rumania.

Como tampoco lo quiere Tanase Vasile, de 27 años, el peluquero del poblado, un zurdo que ayer le cortó el pelo a más de diez personas en apenas un par de horas. "Broso, broso, muy broso". Broso es corto en rumano y era la instrucción que le daba un padre rumano al peluquero para que le cortara el pelo a su hijo. Vasile no cobra por cada corte, sólo admite lo que sus clientes le quieren dar, un bote de refresco, una cerveza... Él sólo quiere trabajar como peluquero en Madrid.

Nadja Constantin, de 22 años, preparaba entretanto un remi (un cocido típico rumano, compuesto de carne de cerdo envuelta en hojas de lechuga), con su hijo en brazos en una cocina de gas butano. "Esto es un plato que no gusta a los españoles", decía. De sus dos cazuelas iban a comer 12 personas. Nadja vivió nueve meses en una tienda de campaña en el poblado de Malmea con su marido y sus hijos. "Aun así estábamos mejor que en Rumania", concluyó.

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