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EL NUEVO GOBIERNO DE LA UE

Prodi propugna una 'revolución' para devolver el prestigio al maltrecho Ejecutivo europeo El próximo presidente persigue al mismo tiempo el apoyo de los Quince y de la Eurocámara

Xavier Vidal-Folch

Navega por aguas turbulentas. El próximo presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, es consciente de que la institución que representará a partir del próximo septiembre "atraviesa una pendiente de declive", según reconoció el viernes en la presentación pública de su colegio de comisarios y del reparto interno de las carteras. Para contrarrestar esa grave crisis institucional, propugna una "revolución" de contornos aún borrosos, pero que incluye la fragua de consensos; la búsqueda de apoyos, ora en el Consejo, ora en el Parlamento, y una reforma profunda de la Administración.

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La coincidencia, esta semana, de la presentación del cartapacio de la próxima Comisión y del escándalo que ha llevado al comisario alemán Martin Bangemann ante el Tribunal de Luxemburgo por su fichaje a cargo de Telefónica sin atravesar una cuarentena definen exactamente el momento de la construcción europea: crisis institucional, la peor desde que se creó el Mercado Común, en 1957. El propio Prodi lo reconoció abiertamente al propugnar una "revolución que modifique el modo de operar" de Bruselas para enderezar la "pendiente de declive" de la que venía siendo la primera institución comunitaria.

¿Qué revolución? Una todavía poco articulada pero que contiene varios elementos que apuntan un cambio espectacular con el estilo de su predecesor, Jacques Santer. Uno, rapidez de reacción: Prodi ha presentado su equipo en sociedad antes de lo comprometido (entre el 16 y el 20 de este mes), adelantando la tradicional noche de los cuchillos largos en que se distribuían las responsabilidades y sustituyéndola por una negociación a culo de hierro -y capacidad de tragar- con todos y cada uno de los Gobiernos. Dos, capacidad de improvisación, que ya ha ensayado con éxito en la vida política interna de su país de origen, Italia. Tres, búsqueda de apoyos y consiguiente apuesta por el consenso: primero, con el Consejo -los 15 Gobiernos-, y, a partir de él, con el Parlamento. Y cuatro, la ambición presidencialista sobre lo que califica de "Gobierno", acompañado de una reforma administrativa aún por definir.

Prodi ha sido flexible con Ejecutivos fuertes. Ha rehusado vetar a candidatos a comisario que le disgustasen, una facultad que le otorgaba el Tratado de Amsterdam. Ha preferido, casi entusiasta, airear su acuerdo con los 19 nombramientos propuestos por los Quince.

Pero ha sido un trágala, porque discrepaba sobre todo con los perfiles exhibidos por los aspirantes alemanes, ninguno de ellos democristiano del PPE, algo de mal augurio, porque los democristianos alemanes fueron el ariete que acabó con Santer.

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Miedo al Parlamento

Todo lo ha encajado en pro de asegurarse el apoyo del Consejo, porque "nada le atemoriza más que quedarse sólo frente a un Parlamento que puede volver a las andadas levantiscas", según un alto cargo democristiano que le conoce bien. Y lo ha encajado aunque le haya costado complicar el rompecabezas, pues, al conocer la intransigencia alemana, España y Francia aumentaron sus exigencias de obtener carteras más potentes. Y aunque le haya reportado una erosión en la imagen. El profesor de economía aseguró que no había pedido directamente al canciller socialdemócrata Gerhard Schröder que propusiese candidatos del gran partido de oposición alemán. Pero obvió que sí lo había sugerido, como es ya de dominio público.

La alianza con el Consejo ha culminado otorgando las principales carteras a los países grandes hasta un nivel que no tiene precedentes. Casi no hay ningún nacional de país pequeño que ostente responsabilidades de primerísima línea. Simultáneamente, Prodi ha iniciado la labor de encandilar a la Cámara. Para ello ha colocado de vicepresidenta encargada de las relaciones con el Parlamento a la española Loyola de Palacio, conocedor de que fue una batalladora en el Congreso de los Diputados.

¿Por qué Loyola? Porque su primera apuesta, el laborista Neil Kinnock, quedó enseguida anticuada. El modesto Kinnock podía haber dulcificado la acritud parlamentaria si el Grupo Socialista hubiera sido la lista más votada como se preveía, pero no fue así.

Prodi, buen táctico, modificó entonces sus planes sobre la marcha. Optó por De Palacio contra otra de sus opciones, la conservadora Viviane Reding, al constatar que ésta no sólo contaba con una delegación nacional minúscula, sino también con escasa influencia en el conjunto del PPE. En cambio, los eurodiputados del PP español constituyen la rama más numerosa de esta familia después de los alemanes. La semana que ahora se inicia empezará a marcar la pauta de las actitudes dominantes en el hemiciclo.

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