Puig-Romeral vota y va a lo suyo
Los candidatos hacen su campaña, nos ríen todas las gracias, se pelean y hacen el ganso para alegrarnos la vida, nos prometen túneles submarinos y parques alicatados hasta el techo o que harán más, mucho más o muchísimo más, según, por Europa. Y, llegado el día de votar, como si no fuera con nosotros. Vamos, votamos -o ni vamos ni votamos- y seguimos con lo nuestro. Cada vez más sosos. Uno espera encontrar a un elector que mantenga el nivel de la campaña y que se empeñe en votar por Guardiola, Franco o Carmen Sevilla. Pero no. -Ni loco le digo a usted lo que voto. El caballero, al que llamaremos Puig-Romeral, acaba de cumplir en un colegio del Poble Sec y se encara con el reportero con ambos pulgares encajados en el cinturón. -Tampoco se lo pregunto, hombre. Sólo pegar la hebra, para escribir un papel en el periódico. -¡Ah!, pues escriba: yo votaría a Núñez, que es el mejor. -Ya. -También podría votar a Pere Esteve, que le conozco desde pequeño. Bon xaval. Pero no le voto, mire por dónde. -Ya. El caballero al que llamamos Puig-Romeral teoriza largamente sobre constitucionalismo y sociedades modernas ("todos chorizos, unos más y otros menos") y corta al reportero el margen de retirada. -Bueno, pues muchas gracias y adiós. -¿Pero usted no quería saber por quién he votado? -Que no, hombre, que no. -Ya se lo digo: a Clos. Venga, apúntelo. El reportero se zafa del elector, empeñado en ofrecerle una relación detallada del sentido de su voto desde 1977. Mucho más arriba, en la confluencia de Gràcia y Sarrià-Sant Gervasi, el colegio electoral de Príncep d"Astúries se remansa en las horas del almuerzo. Los interventores se reparten una pizza. -Poca gente. Estas cosas habría que hacerlas entre semana- opina un guardia urbano. Una señora, a la que llamaremos Puig-Romeral, se persona ante una mesa en República Argentina. -Mire a ver si estoy en las listas, por favor. Me llamo Rodríguez de Tal. -Sí, señora. Aquí está. Domínguez de Tal. -No, Rodríguez. -Pues eso, que aquí está. La señora a la que llamamos Puig-Romeral entrega la papeleta con un cierto mosqueo. -Pero Rodríguez de Tal, que quede claro, ¿eh? -Que sí, tranquila, que aquí somos varios para controlar que no haya errores- asegura un interventor del PP. La presidenta de la mesa sigue buscando por la D de Domínguez. Otro interventor le recuerda con dulzura que mejor por la R de Rodríguez. Y se procede al voto. Fuera, junto a la puerta, dos muchachos que se trabajan el sondeo a pie de urna cruzan sus resultados. -Molins y Fisas van empatados en cabeza- aseguran. El reportero anota y calla. Conoce a un tipo muy rojo que al salir del colegio electoral pregona ante los sondeadores que su voto y el de su esposa son para Convergència i Unió. La gente, sin embargo, tiene fe en las encuestas. -¿Para qué voy a ir a votar? Los resultados ya se saben, hombre. ¿Es que no lee los periódicos? Gana Clos, baja Convergència y sube el PP, está clarísimo. El caballero, al que podríamos llamar Puig-Romeral, no piensa levantar el codo de la barra para acercarse al colegio electoral. Total, ¿para qué? -Dicen que el que no vota no puede quejarse. -¿Van a pedirme un certificado de voto cada vez que me queje de algo? No sea ingenuo. Y empieza ya a quejarse, para ir ganando tiempo.