_
_
_
_
_
FERIA DE SAN ISIDRO

Un ¡ole! por los ganaderos buenos

Los toreros oyeron muy pocos olés. Los toros, muchos. El ¡ole! castizo de la torería y del arte era para los toros y, por delegación, para el ganadero Adolfo Martín que además -sospecha uno que sobre todo- es un aficionado fetén.¡Ole! por don Adolfo.

Lo cierto es que uno le oyó llamar Adolfito, seguramente porque tiene talla corta y también por la edad. Permítase la licencia de recordar pasados tiempos, cuando Adolfo Martín, quizá aún con pantalón bombacho, iba a la andanada del 8 que era de armas tomar. Allí una exigencia con la integridad del toro, allí un fervor por la fiesta, allí una lupa para detectar el pico, allí una pasión por los toreros auténticos. Ya ha llovido. Reinaba Carolo. O quizá fuera Franco, no sé; han pasado tantos años...

Martín / Campuzano, Rodríguez, Higares

Toros de Adolfo Martín, con trapío, casta y nobleza. La mayoría ovacionados de salida y en el arrastre. El mayoral salió a saludar al terminar la corrida.Tomás Campuzano: estocada delantera (silencio); pinchazo saliendo perseguido, pinchazo y estocada ladeada (silencio). Miguel Rodríguez: media estocada caída, ruedas insistentes de peones -aviso- y dobla el toro (bronca); estocada trasera ladeada (división y también bronca cuando sale a saludar a los medios). Óscar Higares: estocada (silencio); dos pinchazos y estocada corta (silencio). Plaza de Las Ventas, 7 de junio. 30ª corrida de feria. Lleno.

Más información
Adolfo Martín: "Vengo a Madrid a no defraudar y sin triunfalismos"

La afición se les nota a los ganaderos buenos. Sostienen en el mundillo que los toros se parecen al ganadero, dicho sea con perdón y mejorando lo presente. Y algo de eso debe de haber. Porque los toros de Adolfo Martín se comportaron con la seriedad y la nobleza que los aficionados quieren para la fiesta. Aparecieron los primeros terciados como el amo pero con un trapío irreprochable, y los tres últimos luciendo una arboladura impresionante que causó sensación. Y levantaron ovaciones. Y suscitaron las exigencias del público respecto a los lidiadores para que lucieran la bravura de los toros frente al caballo. Vana pretensión: unas veces enviaban el toro al relance, otras se les quedaba entre las rayas, y si accedían a ponerlo distante era peor. Atendió el ruego Miguel Rodríguez con el quinto y lo dejó en Barcelona. Y claro, el toro -que de tonto no tenía un pelo- se negó a hacer el trayecto Barcelona-Madrid a pie. En avión, aún.

La bravura real del toro quedó relegada al incógnito porque con semejante lidia -ahora lejos, ahora cerca, ahora a mitad de camino, capotazos de allá para acá- era difícil de medir. Y al meterle vara el picador ya resultaba imposible pues le tapaba la salida impidiendo cualquier conato de huida si es que al toro le hubiese dado por ahí.

De esta incivil manera se picó. La suerte al revés; en vez de atacar el toro para los adentros y el picador defendiéndose hacia afuera, el caballo mirando al tendido y el toro acorralado junto a las tablas sufriendo impotente la carnicería. Muchas cosas se hacen al revés en la lidia moderna. Si durante toda la vida fue función de los peones parar al toro de salida, y de los matadores hacer los quites, ahora van los peones al quite y son los matadores quienes paran los toros de salida. Cómo los paran tampoco es para contarlo si traen encastada codicia pues entonces los matadores -los tres del cartel procedieron así- los ventean unos lances astrosos y luego echan marcha atrás capoteando a la defensiva.

Los tres toreros del cartel, con los encastados toros de Adolfo Martín, hicieron agua, dicho sea en singular y en el sentido náutico del término. Tomás Campuzano, que se despedía de la afición -y la afición le saludó con una salva de aplausos-, pegó muchos pases con todo el alivio del que era capaz. Miguel Rodríguez cuajó un excelente quite a la verónica y ésa fue su única intervención lucida. Porque en los turnos de muleta ni templaba ni ligaba, pese a la encastada nobleza de sus toros.

Ligar... He aquí la tarea pendiente de casi todo el escalafón. Ligar (a los toros, no en las discotecas; entiéndase) es la acción más peligrosa y difícil del arte de torear y ahí se nota quién quiere y quien puede ser torero. Óscar Higares tampoco ligaba. Y pues le embestían vivaces los toros, sus faenas resultaron harto deslucidas. Una vez arqueó la pierna con excesiva antelación para dar el ayudado y como el toro no se arrancó, se quedó a gachas en esa incómoda posición, cual estatua. Lo hacen casi todos en parecidas circunstancias. El día menos pensado le va a dar a uno un aire en semejante postura y lo van a tener que llevar a la Seguridad Social para que lo recompongan.

Fracasaron los tres espadas del cartel. Parece mentira con toros tan buenos. Toros encastados y nobles, que no tiraron ni una mala cornada. Toros de ole con ole para dar triunfos a los toreros auténticos y hacer honor a la fiesta.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_