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GUERRA EN YUGOSLAVIA Acuerdo de Paz

Los serbios se preparan para pasarle factura a Milosevic por la derrota

El líder nacionalista Seselj amenaza con sacar a su partido del Gobierno de Belgrado

ENVIADO ESPECIALSlobodan Milosevic roncaba plácidamente cuando es despertado a codazos por su mujer, Mira Markovic. "¡Slobo!", exclama alarmada, "¡nuestra casa está rodeada de soldados!". El presidente yugoslavo se da la vuelta y la tranquiliza. "No te preocupes", le dice, "son guardias fronterizos". El chiste que circulaba ayer en Belgrado tenía un inconfundible tono de amargura ante la insospechada reducción del poder de Milosevic sobre su propio país. La realidad es que Slobodan Milosevic ha perdido la guerra.

Y la ha perdido como máximo representante de un país obligado a enviar oficiales de alta jerarquía al vetusto Café Europa 93, un restaurante de dos pisos y pocos clientes donde se selló la capitulación serbia, en un punto fronterizo entre Kosovo y Macedonia. Milosevic se levantará hoy por la mañana ante una realidad menos cómica. Ésta es su tercera derrota, despúes de sus fracasadas campañas en Croacia y en Bosnia. Nadie le presta apoyo. No le quiere nadie. Si se puede poner rostro humano al desastre, éste es del canoso y siempre bien peinado presidente de Yugoslavia.La primera expresión de una erosión en el Gobierno que encabeza el líder socialista de 59 años, con el crucial apoyo de su mujer, Mira Markovic, pilar fundamental del partido de la Izquierda Unida, fue la colección de declaraciones críticas de serbios de a pie, que se preguntan para qué sirvió una guerra que ha destruido el país. Y que ven que no ha pasado nada trascendental para el futuro de los serbios.

Los militares permanecían callados, y en su silencio había un grito de rabia. Fuentes castrenses cifran ahora las bajas de los combatientes en por lo menos 7.000. Tres veces más que los muertos civiles, en una guerra corta, desigual y cruel. Los signos de descontento con la conducta de un conflicto provocado, mantenido y encubierto, comienzan a aflorar. Milosevic no sale bien. La pregunta que se hacía un lustrador de zapatos curiosamente llamado también Slobodan era simple: "¿Todo esto para qué?".

Acostumbrarse a la paz impuesta por las grandes potencias no atrae a nadie en Belgrado. Los serbios tienen, sobre todo un sentido de orgullo y de dignidad. Por eso, cuando le pregunté a una mujer muy guapa que iba a comprarse zapatos qué es lo que pensaba de este arreglo, se dio la vuelta y disparó una descarga breve. "La vida da vueltas", dijo. Se perdió en el gentío de la Plaza de la República que se mecía con canciones tristes, canciones serbias, canciones de amores perdidos.

Lo que se le avecina a Milosevic es una descomposición de su Gobierno. Vojislav Seselj, el vicepresidente del Ejecutivo serbio, el hombre que repesenta el ultranacionalismo, el hombre cuya convicción derechista lo coloca en el extremo (y que, por lo tanto, tiene influencia en el Gobierno, porque su Partido Radical tiene tres ministros y dos vicepresidentes en el Gabinete), ha hallado voz en el concierto de los que se oponen al acuerdo de paz. Y con adjetivos como "humillación", "capitulación", "traición".

Hace dos días, Seselj se encargó de distribuir copias autografiadas de su revista, La Gran Serbia. Sobre la portada en rojo aparecía la modificación de la estrella de la OTAN transformada en una esvástica. Ayer anunció su salida y la de todos los miembros de su partido que forman parte del Gobierno si se consumaba la capitulación.

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El momento para una rebelión contra el régimen todavía no se percibe. La gente está aturdida, demasiado aturdida tras 74 días de bombardeos, como para pensar en el futuro.

Es difícil discernir si la fatiga de la guerra le ha de comprar tiempo a Milosevic; si, en alguna medida, va a jugar a su favor prolongándole la permanencia en el cargo, aunque no se pueda aventurar por cuánto tiempo. Pero rabia con su comportamiento hay. No hay necesidad de preguntárselo a nadie. Está en la mirada de la gente, acosada por las innecesarias preguntas de reporteros extranjeros, que saben de memoria, tras una larga estancia en Belgrado, cuál es el verdadero humor de la ciudad.

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