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Tribuna:LAS INSTITUCIONES INTERNACIONALES
Tribuna
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Lo que se sigue sin escribir sobre el FMI

El autor cree que la crisis financiera internacional que comenzó dos años atrás ha sido superada, y subraya la idoneidad del asesoramiento y el apoyo del FMI

Uno de los efectos laterales y visibles de las crisis -y las de naturaleza financiera no son excepción- es la abundancia de comentarios a que dan lugar. En sí, esto no es sorprendente, pues es bien sabido que al interés que suscitan las calamidades sólo lo emula la indiferencia con que se trata a las bonanzas. En el ámbito financiero, en los dos últimos años hemos estado viviendo uno de los ejemplos más claros de la algarabía con la que se responde a la turbulencia, así como del silencio sepulcral que acompaña a la calma. Todos recordamos bien el alud de comentarios y críticas dirigidos al FMI, que provocó la crisis asiática que se desencadenó a mediados de 1997 por la devaluación del bath tailandés, que pronto se transmitió a Corea del Sur y a Indonesia. A lo largo de más de un año, numerosos artículos de prensa centraron su atención sobre las vicisitudes por las que atravesaban las economías de esos países y las de la región. Y la mayoría de tales artículos exhibían como denominador común opiniones críticas sobre la respuesta que la comunidad internacional estaba dando a los problemas que se estaban planteando en esta área del mundo. Las críticas eran particularmente duras con relación a las políticas económicas fomentadas por el FMI para resolver las dificultades que las economías de la zona, y específicamente las de Tailandia, Corea del Sur e Indonesia, confrontaban.En un artículo publicado en este periódico el pasado 22 de diciembre (Lo que no se escribe sobre el FMI) traté de describir la lógica del enfoque seguido por esta institución, una lógica de la que, como argüí, carecen muchas de las críticas que se le han hecho. Pero lo que ahora quiero resaltar es lo poco que hoy en día se lee sobre la situación en esos países asiáticos. Aunque no hay duda de que los riesgos persisten, lo cierto es que han comenzado a brotar señales de recuperación. Mucho queda por hacer, y claramente numerosos peligros permanecen al acecho, pero la impresión general es que lo peor de la crisis ha sido superado. Este tipo de noticia, que anuncia un retorno a la normalidad, está siendo acogida con un silencio olímpico por las voces críticas. Lo mismo parece estar sucediendo con la evolución en los focos posteriores de la crisis, Rusia, que en agosto del año pasado reemplazó a Asia como el epicentro de la crisis financiera, y Brasil, donde, en enero, el Gobierno se vio obligado a abandonar su régimen cambiario para dejar fluctuar libremente el tipo de cambio del real y a intensificar sus políticas de ajuste. Estos dos países, cuyas dificultades fueron rápidamente vistas como una prolongación de las experimentadas en Asia, dieron también lugar a duras y numerosas críticas sobre el papel del FMI en la gestión de sus economías.

En Rusia, la crisis se desató a mediados de 1998 con la devaluación del rublo y con la moratoria sobre la deuda y sobre las amortizaciones de créditos del exterior. A partir de entonces, los varios esfuerzos hechos para resolver la crisis no han dado resultados, en parte por la falta de persistencia en su ejecución, pero también por el ambiente de inestabilidad política que ha caracterizado la evolución de este país. No tenemos más que señalar lo que está ocurriendo allí para poner en evidencia la complejidad de la situación. En estas circunstancias, no es de extrañar que las perspectivas continúen siendo muy inciertas y que la economía rusa siga expuesta a graves riesgos. Pero también es cierto que las dificultades que se pueden presentar se mantendrán probablemente confinadas en su propio territorio y que el peligro de su propagación a otras economías es limitado.

En contraste, las perspectivas de Brasil son bien distintas. Allí, el Gobierno reaccionó con rapidez y decisión para confrontar la crisis, poniendo en marcha un programa económico basado en disciplina fiscal, control de la inflación y reformas estructurales. Y la economía está recobrando estabilidad con inusitada rapidez; de hecho, Brasil parece estar experimentando ya una sorprendente recuperación, lo cual indica un remarcable restablecimiento de confianza en el país.

A la luz de estos acontecimientos, la percepción hoy en día es que la crisis financiera que comenzó dos años atrás, y cuyo epicentro se desplazó de Asia a Rusia y de Rusia a Brasil, ha sido superada. Tal percepción, claro está, no debe interpretarse como implicando que no existen riesgos ni se vislumbran peligros. No hay duda de que tanto los unos como los otros acechan. Dada la magnitud de las dificultades a las que se tuvieron que enfrentar las economías más afectadas por la crisis, el retorno de la economía mundial a una estabilidad relativa no puede menos que juzgarse rápido. Y si bien, como sabemos, la vuelta a la calma no suele excitar los ánimos, el conseguirla con tanta prontitud sí merece ser reconocido explícitamente.

En este contexto, parece razonable hacer tres observaciones. La primera es destacar la importancia que tiene el que los Gobiernos actúen con rapidez para corregir desequilibrios. La segunda observación es reconocer la idoneidad del enfoque preconizado por el FMI en su asesoramiento económico y en el apoyo financiero que ofrece para apuntalar los esfuerzos de ajuste de los países en dificultades. La tercera observación es resaltar la relevancia del papel que las críticas, sean éstas más o menos apropiadas, desempeñan en toda actividad humana, sobre todo cuando hay tan pocas que admiten respuestas categóricas o soluciones únicas.

Las dos primeras observaciones, además de oportunas, me parecen necesarias, aunque sólo sea para contrarrestar la avalancha de críticas que se hicieron en sentido contrario y así evitar que, a pesar de su falibilidad, salgan impunes. La tercera observación es igualmente necesaria, porque las críticas constituyen, sin lugar a dudas, un elemento esencial en la búsqueda de decisiones acertadas. Esto es evidente cuando las críticas son acertadas; pero no lo es menos cuando son erróneas, ya que entonces sirven para señalar por dónde no se debe ir.

En suma, y volviendo al tema con el que abrí el artículo, creo que ni el silencio ni la indiferencia que típicamente acompañan a las épocas de calma nos deben preocupar lo más mínimo. Al contrario, bienvenidos sean si con su presencia señalan la superación y la desaparición de calamidades.

Manuel Guitián es economista y ex director del FMI.

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