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Sixto Marco

J. J. PÉREZ BENLLOCH El Ayuntamiento de Elche con el CEU San Pablo patrocinaron el lunes pasado un homenaje al pintor ilicitano Sixto Marco al que se sumaron las universidades de Valencia, Alicante y Miguel Hernández así como una cualificada nómina de entidades y personalidades. ¿Motivo? El conjunto de su obra, como suele decirse, que a sus 83 años y en el tajo estando es un fardo monumental y asombroso. Tan dilatado y denso que nos sume en la perplejidad optar por el rasgo más señero de su bagaje o personalidad. Sus biógrafos, que bien pudieren ser hagiógrafos por la calidad humana del personaje, quizá se inclinen por primar su dimensión artística, y nada habría que objetar. Hasta es probable que el mismo Sixto no reclame para sí otro entorchado que el de experimentador infatigable de formas plásticas y colores, recreador de una herencia que entronca, como confiesa, en El Bosco, Jacomart, Kokosca, Chagall o Vassarely. Los expertos darán, como han dado, la medida de sus hallazgos. De entre todas sus excelencias y diferentes etapas, yo me quedo con la denominada franciscana, aquella en la que se aplicaba a aprehender con sus pinceles la esencialidad de los objetos humildes (¡Qué gran lienzo el que tituló La escoba!). Artista, sí, pero como condensación de un itinerario vital que le conserva en efervescencia permanente. Combatiente de las Brigadas Internacionales en el frente de Teruel, empleado de notaría, fundador del Sportman Club Deportivo Ilicitano, maestro circunstancial junto a su mujer, la adorable Celia, e intérprete inolvidable de Sant Joan en el Misteri d"Elx a lo largo de 15 años, hasta que dio el portazo en las narices del Patronato. Es el año 1951 cuando, a sus 35 años, se entrega a su vocación más definida y la ciudad de las palmeras, apresada todavía por la impronta rural, apunta lo que será su posterior auge fabril y económico, pero siendo entonces una paramera cultural para todo lo que sea ajeno a la lucha por la vida y el agio, en el caso de los afortunados. Sixto afronta el desafío, viaja y trabaja sin desmayo. El autodidacta se embebe de la gran pintura universal sin perder el anclaje con su paisaje, luz, linaje y lengua materna. Individualista, ácrata a su modo -"el bon salvatge" se le ha llamado- es inmune al desaliento y, al tiempo que comienza a exponer, ejercita su rasgo personal más definitorio: la solidaridad. Crea el Grup d"Elx, semilla de otras iniciativas que cuajarán como la Escola de Pintura de l"Hort del Xocolater, el Museu d"Art Contemporani, el de Escultura a l"Aire Lliure o el de la Industria, por el que pugna con juvenil aliento. Celebremos, pues, que, colmado aún de vida, las lumbreras docentes y prohombres municipales le hayan rendido este tributo que le convierte en Hijo Predilecto de Elche, donde intitulará una calle y su imagen esculpida pondrá una nota de cálida humanidad en la Placeta de Sant Joan. Un homenaje al artista que se sobrepuso a la grisalla intelectual de su entorno, al hombre generoso que ha proclamado como bandera su adhesión al explotado y oprimido, al ilicitano que jamás ha olvidado su cepa, al ciudadano cabal y creativo que, en palabras de su alcalde, Diego Maciá, se entronca con la nómina insigne de los Joan Fuster, Sanchis Guarner o Vicent Andrés Estellés, con la ventaja de que nadie ha discutido sus méritos. Larga vida, Sixto.

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